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Abril en Madrid

Parece que abril ha entrado por la puerta grande, con días de veinticuatro horas y esa luz acompañada de nubes que nos lleva, igual que el famoso lema, al cielo.

Apenas estrenamos abril y Madrid ya respira de otra forma. Quizá se debe a que, por fin, la lluvia ha decidido volver a bendecir el asfalto de nuestras calles, limpiando de paso el negro techo (y no precisamente de tormenta) bajo el que nos movíamos cada día. O tal vez haya sido el despertar de la España vaciada, que decidió gritar bien alto, en plena capital, que sigue ahí. El caso es que ya no es primavera sólo de calendario, sino de espíritu.

Esa marcha de la gente que vive alejada de los grandes núcleos de población y que se resiste a abandonarlos no fue en abril, sino que se produjo el último día de marzo. Ese mismo día 31 que duró sólo 23 horas, porque una vez más, y parece que no será el último año, entramos en el horario de verano perdiendo sesenta minutos. Un tiempo que quién sabe cuándo y cómo recuperaremos, pero que de momento ha dejado mucho sueño… y gente llegando tarde a sus trabajos por no acordarse de retroceder una vuelta las agujas del reloj.

También es abril el mes en el que sabremos quién descansará en el recién comprado colchón de la Moncloa. Será a finales, es verdad, pero ya hay tanta campaña y tantos actos cada día que parece que nos van a poner las urnas mañana. Mi desayuno cada despertar es un café, una tostada, y un zumo de “voy a bajar impuestos” con un toque de “si no gobierna mi partido se acabó el bienestar”. Un menú que también me acompañará el próximo mes de mayo (cambiando España por Madrid) y por supuesto durante la Semana Santa.

Ese periodo de vacaciones con el cual será previsible que del 12 al 21 de abril Madrid se vacíe, igual que todos esos pueblos que deseo y confío se vuelvan a llenar. Porque son unas fechas en las que no queda aquí ni el apuntador, excepción hecha de todos aquellos y aquellas que se “sacrifican” para guardar el fuerte y demostrar a todos los turistas, nacionales y extranjeros, que Madrid nunca cierra (aunque todos nos vayamos). Aunque de esta forma seguro que tienen menos problemas para comerse una torrija. Porque no os engañéis, no hay ninguna otra ciudad del mundo en la que podamos encontrar unas torrijas tan buenas como las de la villa del Manzanares.

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Así que sí, Madrid respira de otra forma. Y lo hace oliendo a tierra mojada, a orgullo y esperanza, a tiempo perdido, a futuro. Y a torrijas. Parece que abril ha entrado por la puerta grande, con días de veinticuatro horas y esa luz acompañada de nubes que nos lleva, igual que el famoso lema, al cielo.

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