Igual que miles de españoles, el pasado puente de Todos los Santos aproveché, junto a mi familia y varios amigos, para «escaparme» lejos de la ciudad y desconectar, durante un par de días, de la rutina y el estrés. Desconectar hasta cierto punto, porque nos encontrábamos en pleno proceso de digestión del horror de la DANA en España, encendiendo la radio en los desplazamientos en coche para enterarnos de lo que pasaba minuto a minuto y cenando delante de un televisor para ver, con nuestros propios ojos, el alcance de la pesadilla.
Fue, obviamente, uno de los temas recurrentes en nuestras conversaciones, algunas hasta altas horas de la madrugada. La catástrofe natural más grande del siglo XXI en nuestro país copaba entonces todos los titulares, pero, a medida que van pasando los días, su presencia en los medios de comunicación y, por tanto, en los mencionados temas de conversación de comidas o viajes, también.
Ahora, a medida que las calles se van limpiando de barro, los efectos de la DANA están derivando hacia el cauce de las responsabilidades, que no es, ni mucho menos, un asunto menor. Sin embargo, también, como nos decían en Blade Runner, es algo que desaparecerá «como lágrimas en la lluvia». La Navidad está a la vuelta de la esquina y, más allá de alguna campaña solidaria aprovechando las fechas, será lo que nos ocupe en las próximas semanas.
Luego llegará la toma de posesión de Trump, el avispero que es hoy la política nacional volverá a rugir con fuerza y, de vez en cuando, nos encontraremos con algún pie de página en el que se informe de la reapertura de alguna carretera que había quedado destrozada o de alguna otra noticia curiosa relacionada con la catástrofe. Después, probablemente, el silencio hasta el primer aniversario, cuando se harán programas especiales y veremos miles de mapas del antés y el después junto a imágenes inéditas, para ponerle un bonito broche mediático.
Sin embargo, durante todo ese tiempo en el que ningún madrileño, extremeño o gallego pensará en la DANA de finales de octubre de 2024, miles de valencianos seguirán arrastrando las consecuencias en forma de pérdida de bienes materiales, negocios destruidos, puestos de trabajo no recuperados y, lo que es peor, familiares que no volverán. Eso sí, sin el «calor» que hoy les llega de los discursos bienintencionados y las palmaditas en las espalda de los reporteros desplazados a la zona.
Estarán, en otras palabras, solos ante un futuro que no es precisamente halagúeño. Porque, ¿quién recuerda la devastación que dejó la DANA de hace un año en Aldea del Fresno y otras localidades? ¿O de los fallecidos y los que vieron sus hogares convertirse en pasto de las llamas en el incendio de Campanar, sucedido también en Valencia hace solo unos meses? Creo que todos conocemos la respuesta. Nosotros, en esa escapada que mencionaba en el primer párrafo, tampoco nos acordábamos.
Nuestra salud mental agradece, es cierto, olvidarse de estas tragedias, siempre y cuando no nos toquen de cerca. Pero quienes no deben olvidarla son aquellos que hoy la están utilizando para su beneficio, ya sea en forma de «clics» o de repercusión popular. Porque esas personas que hoy están durmiendo sin luz en casa y apostados a la puerta de su negocio para evitar saqueos los seguirán necesitando cuando la tormenta haya escampado.