El otoño ha entrado, de verdad, en la Comunidad de Madrid y este fin de semana hemos notado una bajada importante de las temperaturas, algo de agua y, sobre todo, mucho viento. Sin embargo, nada comparable a lo que se vivió en la capital el 12 de mayo de 1886, cuando un tornado (varias fuentes hablan de fuerza tres en la escala Fujita, con vientos entre 250 y 320 Km/h) arrasó la ciudad, dejando una estela de destrucción y muerte a su paso. Aquel fenómeno meteorológico, que recorrió la urbe de suroeste a noreste, dejó 47 muertos y numerosos daños materiales, fue sin duda uno de los hitos más funestos de los fenómenos meteorológicos extremos que nos han golpeado.
Este suceso, inusual en una región como la nuestra, provocó que cientos de árboles fueran arrancados de raíz, varios edificios y muros se desplomaran, y que las infraestructuras urbanas, que aún no estaban preparadas para eventos de esta magnitud, se vieran gravemente afectadas. Las crónicas de la época relatan escenas de pánico, con ciudadanos atemorizados y en estado de shock ante la potencia del ciclón.
Los cálculos realizados por uno de los pioneros de la meteorología en España, Augusto Arcimís, indicaban que «la trayectoria de la parte más violenta del tornado medía unos 14 km y su sección horizontal podría estimarse en unos 1300 metros como máximo», tal y como publicaba La Ilustración Española y Americana en 1886.
Un tornado que comenzó en Carabanchel Alto, zona que entonces estaba en la periferia de la ciudad. Desde allí, avanzó rápidamente hacia el centro de Madrid, afectando a su paso la Finca de Vista Alegre, un vasto complejo de jardines y palacetes que había pertenecido al Marqués de Salamanca, uno de los personajes más influyentes del Madrid del siglo XIX. La finca, que ya estaba en proceso de abandono tras la muerte del Marqués en 1883, sufrió graves daños, perdiendo buena parte de su vegetación y estructura. Este fue el último clavo de su ataud, dando la puntilla a su decadencia posterior.
También los barrios de Embajadores y Lavapiés fueron testigos de escenas dramáticas. Un suceso destacado fue el de un hombre y su hija, que lograron salvarse milagrosamente de la caída de un enorme árbol en Embajadores, y que fue recogido como una luz de esperanza dentro de todo el caos por la prensa.
El Jardín Botánico, uno de los principales damnificados
Uno de los puntos más emblemáticos de la ciudad, el Real Jardín Botánico, fue duramente castigado por el tornado. Este jardín, que desde su creación en el siglo XVIII había sido un referente en la conservación de especies vegetales de todo el mundo, vio cómo su colección botánica sufría un duro golpe. Árboles de incalculable valor y plantas traídas de los cinco continentes fueron abatidos por la furia del viento, quedando reducidos a astillas en cuestión de minutos. Ejemplares únicos, que habían sido cuidadosa y laboriosamente traídos desde tierras lejanas, se perdieron para siempre.
El parque de El Retiro, otro de los grandes pulmones verdes de la capital, también sufrió la embestida del tornado. Se estima que más de 400 árboles cayeron entre El Retiro y el mencionado Jardín Botánico. El paisaje bucólico que ofrecían estos espacios se transformó en un escenario desolador, con troncos partidos y ramas esparcidas por toda su superficie. La caída de árboles y ramas en el parque fue tal que algunas zonas permanecieron cerradas durante semanas mientras se realizaban labores de limpieza y restauración.
Un tornado que marcó un antes y un después en Madrid… y en la historia
El tornado de 1886 fue un evento de tal magnitud que marcó a toda una generación de madrileños, y su impacto fue recogido por todos los medios (La Época, El Correo, La Ilustración Católica, La Ilustración Española y Americana, La Ilustración Ibérica…) que existían entonces. Los periódicos narraban con horror las pérdidas humanas y materiales, con titulares que reflejaban la magnitud del desastre. Las descripciones hablaban de «apocalípticas escenas de destrucción«, con cadáveres rescatados entre los escombros, y relatos llenos de horror como el siguiente:
“… el lugar de más horribles escenas fue el Lavadero Imperial, situado a la derecha del paseo de este nombre, según se baja de la calle de Toledo al puente. Al iniciarse el ciclón, muchas de las laboriosas mujeres abandonaron las pilas y se refugiaron llenas de espanto en las dependencias próximas a la salida del edificio. En la nave más vasta quedaron unas noventa mujeres y dos o tres hombres (…)
Un horroroso golpe del huracán conmovió la nave, haciéndole sufrir una ondulación y, acto seguido, otra ráfaga más impetuosa tumbó materialmente la parte aquella del edificio, pues las dos paredes con el techo que sobre ellas gravitaba cayeron de un lado, sepultando a cuantas personas se hallaban en la nave (…) Un estruendo horrible seguido de ayes lastimeros y gritos desgarradores demandando socorro, helaron de espanto a cuantas personas habían quedado ilesas”.
La tragedia también quedó inmortalizada en la literatura. Uno de los escritores más grandes de la época, Benito Pérez Galdós, mencionó el suceso en su novela Misericordia. En uno de los capítulos, Galdós hace referencia al tornado de 1886, destacando su carácter excepcional y el terror que infundió entre los madrileños. Esta mención subraya cómo el evento no solo fue un hecho histórico, sino que también tuvo un impacto cultural, al ser recordado y mencionado en una de las obras clave de la literatura española.
Por fortuna, los tornados no son comunes en España, y menos aún en la meseta central, por lo que dificílmente viviremos algo parecido. En todo caso, la capital ha desarrollado mecanismos más sofisticados para enfrentar fenómenos climatológicos adversos, aunque un evento de las dimensiones del ciclón de 1886 sería aún hoy un gran desafío.