Ahí, a pie de playa, es donde se ventila la competición para conseguir ser el top del atractivo turístico español. Los concejales y los técnicos municipales se desgañitan para preparar todo tipo de actividades que atraigan y retengan la presencia de turistas decididos a torrarse en nuestras playas.
Nacen así ambiciosos programas festivos. Casi todos ellos encabezados por un reparto gratuito de sangrías, limonadas, o paellas. Nada mejor que comenzar saciando el hambre y la sed. Pero el obligado paso siguiente tras el pan, la comida y la bebida, es siempre el circo. En esto hemos cambiado bien poco desde tiempos de los romanos.
El paso siguiente consiste en celebrar el Día del Turista y ya que no podemos traer a Julio Iglesias, pues organizamos un tributo a Julio Iglesias, a cargo de un grupo musical de la contorna. Al día siguiente, a las 9 de la mañana la banda de música local recorrerá las calles de forma exhaustiva a modo de despertá del vecindario para que nadie se pierda la fiesta turística.
A continuación una riada de actividades diarias de jumping, cross, juegos tradicionales de madera, juegos de agua, pelota, cuentacuentos, voley playa, actividades deportivas, rutas gastronómicas, vitivinícolas (enoturísticas, se dice ahora), de paellas, músicas, cantes, juegos, cine en las playas, fuegos artificiales, zumbas, yoga, tangos y musicales en la arena, escape room en el caserón, en el palacio, en el castillo… la lista es interminable.
Todo por el turismo, todo para ganar turistas, todo por llenar las playas, los chiringuitos, los bares, los hoteles, los alojamientos turísticos. Si el dinero se mueve, pasa de unas manos a otras, se compran cosas, se venden otras, se crea empleo, se ingresa dinero, se gasta dinero, unos ganan mucho, otros ganan menos, casi todos ganan, unos pocos, a veces más que unos pocos, pierden.
El turismo es el lejano pasado franquista, el pasado reciente y democrático, el presente posmoderno y un ambicioso futuro de turismo inteligente. Un futuro de millones de visitantes, que dejan decenas de miles de millones de euros. Ciudades inteligentes con playas inteligentes. Ese es el futuro.
Controlar al instante la afluencia, la seguridad, la calidad del agua. Monitorizar, monitorizarlo todo. Que graben las cámaras, que vuelen los drones, que rule la videometría. Lo queremos todo. Lo queremos ya. Que no falte de nada. Que siga la fiesta.
Que los algoritmos hagan su trabajo y nos digan exactamente cuántos socorristas entran en acción, cuándo establecemos controles de acceso a las playas, qué refuerzos necesitamos en las urgencias sanitarias, cuántos policías deben patrullas las calles, cuánta arena tenemos que rellenar y regenerar en las playas. Cuántos turistas van a venir, cuánto dinero van a dejar.
Así funciona España. Así se diseña nuestro futuro. No es un cuento veraniego. Resulta que van a tener razón aquellos que salen a la calle reclamando otro modelo de crecimiento y desarrollo. Nos hacen creer que nada es posible, pero tal vez no todo está aún perdido.