Ahora que empieza a llegar el calor, en mi mente (y supongo que en la de todos aquellos que hemos dejado atrás la juventud para convertirnos en trabajadores y padres de familia a tiempo completo) se empiezan a acumular los recuerdos de infancia de los larguísimos días de estío durante la infancia.
Cuando pienso en ellos, siempre me valgo de dos frases de dos de mis referentes del humor, Andreu Buenafuente y cada uno de los protagonistas de la serie «The Office». El catalán dice que su nostalgia sobre la niñez se resume en un sentimiento, el de la tranquilidad de saber que «todo está bien». Y no le falta razón. Imagínate con ocho años, bañándote en una playa bajo el sol de agosto con tus padres cerca, también sonriendo, y sin preocuparte por hipotecas, trabajo o muertes de familiares. ¿No es acaso el paraíso?
Muy relacionada está la «durísima» afirmación de Andy Bernard (magistralmente interpetado por Ed Helms) en la mencionada ficción americana: «I wish there was a way to know you’re in the good old days, before you’ve actually them». O, traducido a la lengua de Cervantes, «ojalá hubiera una manera de saber que estás en los buenos viejos tiempos, antes de que realmente los hayas dejado atrás». Ahora entendéis porque digo es dura, ¿verdad?.
El caso es que, como digo, estas frases me vienen recurrentemente a la cabeza, pero la primera vez que llegaron, aunque entonces no me di cuenta, fue en mi debut como pagador de impuestos. El salto de la vida de estudiante al mundo laboral es más traumático de lo que nos imaginamos cuando soñamos con empezar a ganar dinero, y más si ese primer empleo te llega en pleno mes de agosto. Todos tus amigos, familiares etc están de vacaciones mientra a ti te toca pringar, solo, en una ciudad como Madrid que se vacía en el octavo mes del año.
Lo que menos te apetece entonces es coger el autobús rumbo a la oficina en vez de a un chiringuito, pero, aunque muchos no lo sepan, también se trabaja en esas fechas. Eso sí, mucho menos.
Ese es el paradigma de de agosto. Tienes que estar delante del ordenador, vale, pero los emails que recibes durante el día se pueden contar con los dedos de una mano; las notas de prensa que llegan son mucho más amables y, si tienes aire acondicionado, casi no podrías distinguir tu puesto de trabajo de un hotel. Sin olvidarnos, por supuesto, del maravilloso invento que es la jornada reducida. Esa que te permite aprovechar el resto de la tarde. Porque, si bien muchos negocios bajan la persiana, no son pocos los que permanecen abiertos, con menos gente, menos agobios y, por supuesto, menos estrés.
También es una época perfecta para redescubrir esos rincones que llevabas años sin volver a visitar. El calor ya no aprieta tanto como en julio y, como estás solo, puedes pasear largas horas sin que haya planes que te pongan un deadline. Es verdad que cada vez son más los turistas que visitan nuestra ciudad, pero, aun así, todo está mucho más despejado que un jueves de octubre por la tarde. No suena mal, ¿verdad?
Os cedo estos pensamientos gratis si no os queda más remedio que quedaros en Madrid y tenéis que agarraros a algo; porque, yo, me quedo con el verano en el pueblo.