La capital está en vísperas de completar uno de los mayores desarrollos urbanísticos de toda su historia con el inicio y, por tanto, la cada vez más cercana culminación de Madrid Nuevo Norte, el megaproyecto de regeneración del norte de la ciudad que abarcará una distancia de 5,6 kilómetros de norte a sur, equivalente a la distancia entre Plaza de Castilla y Neptuno.
Un plan que ni mucho menos podemos decir que sea sin precedentes porque hace unas cuantas décadas, concretamente en el siglo XIX, un periodo de crecimiento exponencial de la población en Madrid desencadenó en la necesidad de un proyecto urbanístico que, para la fecha, tenía un objetivo similar a este: el primer Ensanche madrileño, comúnmente conocido como el Plan Castro.
Una nueva planificación para un nuevo concepto de ciudad
Como se señalaba, a mediados del siglo XIX Madrid experimentó un aumento demográfico sobresaliente, impulsado principalmente por la Revolución Industrial y cambios políticos. Según registros del Ayuntamiento de Madrid, en 1857 la ciudad contaba con 271.254 habitantes, y se proyectaba que en los siguientes 100 años alcanzaría los 450.000. Sin embargo, esta estimación se vio superada rápidamente, con los 470.283 habitantes que había en 1887. Este incremento poblacional planteaba desafíos para la ciudad, especialmente en términos de infraestructura y salud pública.
En 1857, Isabel II encargó a su ministro de Fomento, Claudio Moyano, la elaboración de un plan de ensanche para Madrid. Este encargo recayó en el ingeniero y arquitecto Carlos María de Castro, cuyo anteproyecto fue aprobado en 1860. Los trabajos de demolición de la muralla de la ciudad comenzaron en 1868, abriendo paso a la expansión urbana planificada.
Madrid estaba limitada al oeste por el río Manzanares y al este por una vaguada que albergaba el Salón del Prado (actual Paseo del Prado). El plan de ensanche de Castro abarcaba la mayoría de la ciudad, incluyendo áreas como Moncloa, Chamberí, el barrio de Salamanca y Arganzuela. Este diseño se inspiró en el modelo urbanístico de Ildefonso Cerdá y su ensanche de Barcelona.
Salamanca, el barrio «aventajado» del Ensanche madrileño
Entre los barrios que surgieron como resultado de este plan, el de Salamanca destacó por su carácter distintivo y su actividad urbana, siendo el que más fielmente se adhirió a las directrices originales. Con una personalidad propia, emergió como parte de un esfuerzo de desarrollo urbano a mayor escala, si bien cabe destacar que solo una parte del plan se llevó a cabo conforme a su concepción original.
El marqués de Salamanca fue un actor fundamental en la ejecución de esta ampliación ubicada en el nordeste del ensanche, que se asentaba mayormente en fincas agrarias y recreativas, con terrenos relativamente llanos. El plan preveía calles anchas, edificaciones limitadas a tres alturas y espacios libres para paseos y jardines. Las manzanas contaban con patios interiores amplios y entradas de carruajes que permitían maniobrar con facilidad.
El plan, aunque promovido por el estado, involucraba inversión privada y la participación de emprendedores particulares en la construcción y urbanización. José de Salamanca, político y empresario, obtuvo licencia en 1863 para construir 14 manzanas en el área del barrio de Salamanca, de las que las dos primeras seguían las directrices del Plan Castro.
A pesar de las modificaciones realizadas al plan original, que redujeron el ancho de algunas calles y aumentaron la densidad de población, el carácter urbano y la vitalidad del barrio de Salamanca se fortalecieron. Esta densidad poblacional atrajo a la burguesía de la época, definiendo el carácter del barrio, que aún persiste en la actualidad.