Están cambiando las cosas de forma acelerada. Lo seguirán haciendo en 2024. Eso parece lo único en lo que coincidiremos a lo largo del año este colectivo de casi 47´5 millones de habitantes al que llamamos España.
Nada es lo que era. Todo, todos, todas y todes corremos de forma atropellada y nadie parece encontrarse a los mandos de la nave que nos lleva. Más bien crece la sensación de que los actuales políticos, con escasas excepciones, pertenecen a un grupo de figurantes que representan un papel a sueldo, camino de una puerta giratoria que les conduzca a nuevos estrellatos empresariales, o tertulianos.
Además resulta que estamos en año bisiesto. Siempre había entendido que eso era bueno, pero el refranero español, cargado de amplia, rancia y experimentada sabiduría, no parece considerarlo de la misma manera,
Año bisiesto,
ni viña, ni huerto,
ni pollos en el cesto,
ni ciernes, ni amases,
ni a tu hija cases.
Así las cosas parecería imposible que este tortuoso inicio de legislatura llegase a buen puerto, máxime cuando viene marcado por unos votos positivos y abstenciones, cargados de reproches por el uso y abuso de los decretos ómnibus, encadenados y cargados de todo tipo de disposiciones.
El parlamento, ese lugar donde se debate y se negocia hasta la extenuación para alcanzar decisiones que a nadie contentan completamente, pero que a todos satisfacen suficientemente, se ve obligado a aprobar o desaprobar cosas con las que está de acuerdo, o en desacuerdo, en un debate sin matices y a cara o cruz, cuando no a cara de perro.
Y sin embargo la nave va. Tal y como decía un psicólogo al que conocí hace ya muchísimos años,
-En España, la disfuncionalidad funciona.
Se refería a las parejas, pero puede aplicarse perfectamente a la política.
Los partidos políticos españoles parecen comportarse como clubs de seres oportunistas, unidos por la argamasa de los intereses personales de cada momento y con el único objetivo de sobrevivir en un escaño parlamentario, o en un sillón de mis entretelas.
Por eso la política del bisiesto amenaza con seguir siendo un vaporoso manto con el que cubrir las vergüenzas de:
los miles de árboles que seguirán siendo talados,
los miles de niños sin escuela infantil,
los miles de jóvenes sin horizontes,
los miles de parados condenados a instalarse en un futuro de subsidios, ayudas sociales, ingresos mínimos,
las miles de personas en lista de espera sanitaria y
los miles de ancianos que esperan una valoración de dependencia que nunca llega y que siempre es insuficiente.
Eso sí, en escena, nuestros políticos seguirán comportándose de forma incontinente, calarán chapeo, requerirán la espada, mirarán de soslayo y al final se irán y no habrá nada.
Esto es España, señora, la España de siempre, en un año bisiesto.