Necesito, en fin de semana, una atención sanitaria de urgencia. No para mí, para alguien de la familia. Me enseñaron hace mucho que, si el asunto no es muy grave, debería intentar no colapsar las urgencias hospitalarias y acudir a un centro de salud, en su turno de urgencias. Eso hago.
Nada es lo que era. Antes la mayoría de los centros de salud tenía un servicio de urgencias. Pero ahora no. Ahora, en una de esas operaciones modernizadoras y basadas en las formulaciones algorítmicas de alguna inteligencia artificial, alguien ha decido poner en marcha unos rimbombantes Puntos de Atención Continuada.
Nos enteramos dónde se encuentra alguno de esos puntos en Madrid y comprobamos que hay algo más de una decena. Unos 4 alrededor de mi casa a distancias de más de 3 km. Elegimos uno de ellos. Tomamos un autobús y llegamos al Punto de Atención más Cercano. un ambulatorio. Un edificio relativamente grande.
En la puerta varios carteles informan NO HAY MÉDICO. Una enfermera sale a recibirnos. Ella no puede diagnosticar. No puede recetar. Lo mejor es que vayamos a otro centro, pero ella no sabe en qué centro hay médico. Podemos llamar al 112, o al 061 y allí puede que algún médico pueda hacer un diagnóstico telefónico. Parece que alguna vez ha ocurrido.
Llamamos al 112, luego al 061, pero en ambos sitios nos dicen que ellos no pueden diagnosticar por teléfono, que vayamos a un Centro de Salud, o que esperemos hasta el lunes, o que vayamos a un hospital. También podemos esperar delante del Centro de Salud y ellos nos mandan un servicio médico, una unidad móvil.
Tiene lo suyo, esto de esperar delante de un centro de salud sin médico a que venga un médico en una ambulancia. Declinamos el ofrecimiento y resignadamente decidimos acudir al hospital. Pero eso ya es otra historia. Con final feliz, por supuesto, porque allí donde hay una persona cualificada que te atiende, las cosas suelen ir por buen camino.
La situación de la sanidad en Madrid (aunque no sólo en Madrid) necesita de recursos, personales y económicos y, sobre todo, de mucho patriotismo. Pero no del de sacar las banderas por las calles, sino ese otro de defender el cumplimiento de los derechos constitucionales.
Me apenan esos discursos en los que se habla de un país de ciudadanos libres e iguales, cuando se niega el derecho a la salud pública, gratuita y universal. Cuando se desacredita a quienes la defienden de la manera en que lo hacía el franquismo, acusándolos de ser, politizados, peligrosos izquierdistas.
Nadie debería ignorar, tras 45 años constitucionales, que sólo somos libres si somos iguales y que para ser iguales debemos tener las mismas posibilidades de acceder a la sanidad, la educación, los servicios sociales, la vivienda, o el empleo.
Y nadie debería ocultar, tampoco, que para que esa igualdad exista hay que compensar las desigualdades. Esas desigualdades que reaparecen tozudamente, como los Ojos del Guadiana, en los informes internacionales, avisando que la brecha de la desigualdad, de los ricos que lo tienen todo, con respecto a los pobres que no tienen casi nada, se agranda a marchas forzadas.
El último el de OXFAM Intermón, nos alerta de que la pandemia, la guerra, las subidas de los precios, la congelación de los salarios, están haciendo que España siga siendo uno de los países con más desigualdades de nuestro entorno europeo.
La organización nos da un ejemplo, el 1% más rico de nuestro país acumulaba el 15,3% de la riqueza en 2008, antes de la crisis económica y ahora acumula más del 23% de la riqueza total.
Señores, algo no funciona bien en España. Tal vez deberíamos aplicarnos en nuestro país aquella frase que Shakespeare pone en boca de Horacio dirigiéndose a Hamlet: Algo huele a podrido en Dinamarca. Cambie Dinamarca por España y en esas andamos.