No sé si fueron las 200.000 personas que dijo la Delegación del Gobierno, o las 670.000 que nos contaron los convocantes. Probablemente ni lo uno ni lo otro. Tal vez una cifra intermedia. Pero lo cierto es que este domingo Madrid vivió una de esas manifestaciones que se recuerdan durante años, de las que permanecen en la memoria de la ciudadanía.
El que esto ocurra no tiene que ver con quién gobierna, con quién ejerce la oposición, ni tan siquiera con los convocantes de la manifestación. Tiene que ver, más bien, con un momento en el que el malestar creciente alcanza un límite que hace que el vaso se desborde.
No es la primera vez que pasa, no es la primera vez que el vaso se desborda, ni será la última en este Madrid y generalmente los gobernantes no se enteran de la que se viene encima hasta que la calle se llena de gente exigiendo cosas que no estaban previstas en el guión.
Madrid es paciente hasta el infinito, pero bastaba preguntar por el estado de la Sanidad pública a cualquier madrileño, o madrileña, casi independientemente de su clase social, para haber intuido que las horas de espera en urgencias de un hospital (de las urgencias de centros de salud mejor ni hablar), los largos meses de espera para consultas de especialidades, para pruebas, o para intervenciones quirúrgicas, el mucho tiempo perdido para que te terminen dando una cita de atención primaria para dentro de muchos días, acabarían pasando factura.
Se asombran nuestros gobernantes de la capacidad de aguante de los madrileños y se asombran, después, de las protestas inesperadas y masivas que se desencadenan. Nadie hubiera esperado que unos autodenominados vecinos y vecinas de barrios y pueblos de Madrid tuvieran tanta capacidad de convocatoria. Y, de hecho, no la tienen.
Ha sido el malestar acumulado en torno a las carencias personales y materiales de la sanidad pública, en un momento en el que las desafortunadas declaraciones de la presidenta, la fatiga de los profesionales y el enfado de la ciudadanía, han encontrado su forma de expresión en la movilización del 13N en las calles de Madrid.
Se equivoca Ayuso si se empeña en perorar que son votantes de izquierdas los que se han manifestado, siguiendo a los partidos de izquierda y a los sindicatos de clase, cuando lo cierto es que el malestar ha anidado en todos los sectores de la sociedad y entre todos los sindicatos que representan a los profesionales sanitarios.
Y es que hasta quienes tienen un seguro privado saben que eso es algo complementario, pero que cuando de verdad se juegan la vida, cuando necesitan tratamientos costosos, una sanidad pública fuerte es la mejor garantía de sobrevivir y superar ese duro momento.
Hubo hace años una derecha que sabía sentarse a negociar salidas a este tipo de situaciones, capaz de reconocer que una manifestación como la vivida en Madrid el domingo 13 de Noviembre es la expresión contundente de un malestar que necesita respuestas acordadas, porque la tarea de un gobernante no es el ordeno y mando, sino la búsqueda de los consensos necesarios para mantener unida a la sociedad.
Desgraciadamente la derecha gobernante en Madrid ha decidido apostar por un modelo de imposición, de favorecer a unos pocos frente a la mayoría, aunque para ello tenga que ir de frente contra unos profesionales sanitarios que han demostrado suficientemente su valía y sus méritos, especialmente a los largo de estos últimos y extraños años de pandemia.
Volver a sacar a pasear a los rojos, comunistas, masones, antipatriotas, volver a atacar a los de la cáscara amarga, etarras, liberados sindicales, bolivarianos, antieuropeos, los del NO a la guerra, los artistas de la ceja, entre otras muchas lindezas, a cual más ofensiva y estrambótica, forma parte de esa otra derecha que transige mal con la pluralidad y que no soporta que los pueblos quieran ver prevalecer la vida sobre el negocio.
Tras el 13N alguien debería poner orden en la derecha ultramontana madrileña.
Imagen portada: Twitter Íñigo Errejón