En el acervo popular madrileño siempre ha existido la creencia de que, a diferencia de lo que sucede con los ríos de otras grandes capitales europeas como Londres o Budapest, el Manzanares ha sido más un «estorbo» que el motivo por el que un día un grupo de personas decidieron asentarse hace ya unos cuantos siglos. Y, aunque no de manera tan drástica, lo cierto es que su cauce siempre ha sido una suerte de «patito feo» de la capital.

Sin embargo, desde hace unos años, el proceso de regeneración al que se ha sometido a toda la ribera del Manzanares le han otorgado un nuevo estatus de arteria principal que separa dos extremos de una misma ciudad. El agua estancada y las malas hierbas han dejado paso a parques y otras zonas que hoy rebosan vida, y que son visitadas cada día por miles de personas.

Lo que no ha cambiado es la necesidad de esos puentes que unían ambas orillas, y que con la nueva oportunidad que se ha dado a esta zona no solo se han mantenido en número, sino que se han multiplicado. A ellos hay que sumar todos aquellos que superan diferentes accidentes geográficos, como el mítico Viaducto de Bailén y sus incomparables vistas, desde arriba del todo o al pie de sus soportes. Conocerlos todos no es tarea fácil, aunque ahora lo es un poquito más.

Y es que el Área de Obras y Equipamientos del consistorio ha suscrito un convenio con la Fundación Miguel Aguiló para difundir una plataforma online que permite descubrir y geolocalizar todos los puentes de la ciudad. Una plataforma online, accesible desde cualquier dispositivo, en la que se puede descubrir, a través de fotografías, planos, memorias y modelos tridimensionales, no solo su historia sino también la de la ciudad y sus habitantes. Una plataforma que, asimismo, propone diversos itinerarios para recorrer Madrid de puente en puente. Nosotros, lo hacemos por aquellos que salvan el agua serrana del Manzanares.

Historia viva de Madrid

Muchos de los puentes que aún hoy siguen en pie (y operativos) han sido testigos de décadas de historia de nuestra ciudad. Uno de ellos es un archiconocido puente ferroviario, el de los Franceses, construido en piedra y ladrillo durante la segunda mitad del siglo XIX por la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España para el paso del ferrocarril del Norte. Con sus 112 metros de longitud y sus 11 de altura máxima, le debe el nombre a la nacionalidad de los ingenieros que lo diseñaron.

Este puente fue clave en el desarrollo de la Batalla de Madrid durante la Guerra Civil, además de ser protagonista de numerosas canciones de artistas tan ligados a esta tierra como Serrat, Vetusta Morla, Sabina o Xoel López.

Un poco más arriba está el puente de la Reina Victoria, obra de José Eugenio Ribera y Julio Martínez-Zapata, construido entre 1908 y 1909 en hormigón armado. Se trata de una estructura asociada a fiestas como la verbena de San Antonio, o el Entierro de la Sardina, ya que forma parte de su recorrido, y también cinematográfico pues no ha faltado en películas como La flaqueza del bolchevique o en series como Caronte.

A menos de un kilómetro espera el puente del Rey, construido durante el reinado de Fernando VII para comunicar los jardines del Palacio Real con la Casa de Campo. Si historia está intrínsicamente ligada a la vida de cientos de lavanderas que se acercaban al Manzanares, acompañadas de sus hijos, para lavar las prendas de la casa cuando las lavadoras no eran ni un proyecto. Está ligado también a las fiestas madrileñas pues forma parte del recorrido del cortejo del Entierro de la Sardina y de la Fiesta de la Trashumancia.

Segovia y Toledo, dos nombres de ciudad para los más conocidos

En este recorrido no podíamos olvidarnos del puente más antiguo de la ciudad, el de Segovia, iniciado en 1574 y terminado en 1584 por encargo de Felipe II a Gaspar de la Vega y, al morir éste, a Juan de Herrera. Debe su nombre a su función como salida durante años hacia Segovia, hasta que en 1933, al construirse el puente de Viveros para dar acceso a la carretera de Castilla, quedó relegado como principal salida hacia el noroeste.

Destruido prácticamente durante la Guerra Civil, no pudo volver a utilizarse hasta el final de la contienda, realizándose el paso a través de una pasarela de madera que estuvo en uso más allá de 1939.

Nos deslizamos desde allí hasta el puente de Toledo, firmado por Pedro de Ribera y una de las obras clave del barroco español. Aunque las obras comenzaron en 1683, no finalizaron hasta 60 años después, tras encargar el marqués de Vadillo, entonces corregidor de Madrid, su finalización a Pedro de Ribera.

Con sus nueve ojos y sus más de 13 metros de altura, es uno de los grandes iconos madrileños. Sus dos hornacinas barrocas aparecen en la cubierta de vidrieras del Patio de Cristales de la Casa de la Villa; su imagen ha aparecido en sellos de Correos (1938, 2013); billetes de banco como el de dos pesetas puesto en circulación en 1938; o ha dado nombre a premios como el de la Semana de Cine de Carabanchel.

Es también uno de los más literarios: Galdós, en Misericordia; Baroja (La Busca) o Umbral (Trilogía de Madrid), y más cinematográficos: Mi Calle, de Edgar Neville; Y si no nos enfadamos, de Marcello Fondato; El crack II, de José Luis Garci, y de nuevo El Bola, de Mañas.

Los nuevos vecinos

Como decimos, la nueva vida de la que hoy disfruta el Manzanares ha significado la creación de nuevos puentes, como el monumental de Arganzuela, también conocido como’ la pasarela de Perrault’ que, desde su inauguración hace poco más de una década, se ha convertido en otro de los iconos del Madrid moderno.

Con una estructura de acero inoxidable, son en realidad dos pasarelas: una de 150 metros de largo que salva el cauce del río, y otra, de 128 m, que cruza sobre el Parque de la Arganzuela para confluir ambas en una colina artificial, a través de la cual los peatones y ciclistas acceden a Madrid Río.

Un poco más adelante están los «Puentes Cáscara«, dos pasarelas, realizadas durante la reforma de Madrid Río, que se llaman Graciano y San Zacarías, aunque también se les conoce como del Invernadero y del Matadero. Con una estructura que implica una lámina de hormigón de la que se suspende la pasarela, las bóvedas de su interior están adornadas por mosaicos de Daniel Canogar como parte de un proyecto titulado ‘Constelaciones’. Pequeñas teselas de vidrio reciclado representan imágenes de los vecinos de Usera y Arganzuela, unidos definitivamente gracias a ellos.

Para terminar, nos detenemos en el puente de la Princesa de Asturias, cuya primera piedra la colocó la princesa de Asturias, primogénita de Alfonso XII en 1901. Aquella primera estructura quedó pronto obsoleta y fue sustituida por otra que también resultó insuficiente para un tráfico cada día mayor. En su lugar se erigió el actual, un puente de vigas prefabricadas estrictamente funcional sin apenas valor estético, aunque eso lo he ha impedido aparecer en películas como El Puente (Bardem, 1977) o Hermosa Juventud (Jaime Rosales, 2014).

Imágenes: Ayuntamiento de Madrid