Aranza Coello, autora y directora de La Batalla, está a punto de finalizar con éxito de público y crítica su temporada madrileña. A unos días del comienzo de la gira de marzo en Canarias hablamos de su carrera, de su compañía, Burka Teatro, y examinamos los mimbres de La Batalla, una investigación poética de la memoria tejida de día y destejida de noche, que tras el estreno en Tenerife y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid ha progresado de un modo imparable en la capital.
Aranza Coello es una mujer fuerte, apasionada y honesta. Y muy cercana, capaz de interpelar a su interlocutor con esa sencillez y desnudez de la que solamente son capaces los grandes, esos que han cruzado puentes y atisbado horizontes que a otros les están vedados. Si ya eran numerosos los premios como actriz y con Burka que dan fe de su solvencia sobre el escenario, en esta ocasión ha ido un paso más allá y lo ha dado todo, evitando transitar el camino fácil. Ello no solamente le ha valido el Premio especial José María Rodero del XVIII Certamen Nacional para Directoras de Escena Ciudad de Torrejón, sino una unánime respuesta positiva de público y crítica.
Y es que en esta ocasión ha escrito y dirigido el texto con el que se sube al escenario para interpretarse a sí misma y descubrir y compartir con el público la historia de su abuela, que es la abuela de todos nosotros. Una mujer que crece en América y emigra en los años 50 a la Canarias de posguerra mientras su marido, isleño, vuelve a América, donde se conocieron. Francisca vive en una entrega al matrimonio que no es sino espera y resignación. Es lo que tocaba. El texto expone un universo interior sin prejuzgar ni juzgar, un universo en el que hay un verdadero drama. Y mucho dolor. Pero un drama que se ignora a sí mismo y permanece encerrado tras un cristal frío hasta que su nieta, casi 70 años después de ese viaje, necesita recomponer el pasado y comprender ese modo de vivir y aceptar que tanto le duele para poder confrontar su presente. Un trasiego de ida y vuelta.
Una batalla personal pero también ideológica y generacional que desborda y juega con el clásico mito de Penélope. La angustia de la anciana acongoja y solamente esos toques de humor y la música, como la risa de unas nietas que juegan, que tan inteligentemente ha incorporado Aranza Coello al texto, logran deshacer los nudos que de repente descubrimos en el corazón y que teníamos guardados en algún rincón del recuerdo más profundo. Porque en La Batalla se despiertan nuestros anhelos y recuerdos, y volvemos a la infancia en algunos momentos. Y entonces, aparentemente sin ningún esfuerzo y del modo más natural vuelven los olores, los detalles y el tacto de las cosas que tocábamos de niños. Tantos detalles en una escenografía tan dura que cautivan y transportan.
Y cuando la emoción desborda y hace enmudecer, entonces aparece la danza. El bagaje interpretativo de Aranza Coello incorpora en esta ocasión elementos de danza contemporánea simplemente hermosos. Son momentos muy concretos, especiales, en los cuales se hace el silencio y habla el alma. Y entonces La Batalla se hace poesía y conecta con lo más íntimo.
Aranza Coello no es una persona pretenciosa, todo lo contrario, por eso ella misma no lo diría, pero lo cierto es que si La Batalla es tan especial es porque es una obra honesta, como ella misma. Finaliza la última función en Madrid y alguien del público, emocionado, no puede evitar acercarse para decirle una idea que se repite: “Gracias, has contado mi historia”.
La semilla de La Batalla tiene su origen en el Máster de Creación Teatral que dirige Juan Mayorga en la U3CM, en el que obtiene la máxima calificación. Y de algún modo ese proyecto de investigación se hace realidad en el escenario y logra el mejor reconocimiento de público y crítica.
Yo no tenía previsto nada, pero llegó un momento en que tenía que hacerlo. Lo que ha sucedido después es algo que me ha sorprendido a mí misma. Y hacia Juan Mayorga tengo gratitud y admiración absoluta. Cuando te acercas al proceso de alguien con tanto territorio labrado es muy fácil que esa persona te decepcione, pero descubrir a Juan Mayorga ha sido todo lo contrario, porque ha sido ir descubriendo un profesional y una persona generosa y abierta que da muchas oportunidades, que es capaz de abrir unas puertas y desbloquear otras. Realmente es un maestro. Había una puesta en común continua y muy enriquecedora en la que no solamente vislumbras un camino, sino que lo recorres huyendo de lo fácil. Posiblemente el mayor reto era no huir de lo que había que contar, no ir al camino fácil y enfrentarlo ahí donde hay una historia, donde hay algo que contar.
Precisamente se advierten en el texto construcciones complejas, giros rápidos, humor y elementos de teatro inglés muy interesantes que revelan una concepción del teatro muy innovadora.
Es curioso que aflore ahora esa influencia, porque hace años que tuve la suerte de formarme en Londres, y posteriormente he tenido ocasión de profundizar en determinadas técnicas con La Complicité, a quienes conocí en el 94 y me quedé fascinada. Es una maravilla esa utilización del movimiento y de los recursos con los que siempre van más allá innovando. Para mí el teatro es juego y cuando escribo necesito decir y contradecir al mismo tiempo. Nada es verdad y mentira.
Escribir o dirigir es siempre un desafío y en esta ocasión has hecho ambas cosas.
Es un proyecto tan personal que lo tenía que dirigir, fue una necesidad que vi lara desde el principio, desde que empezó a nacer ya lo veía en pie. Con la compañía estamos en un proceso creativo conjunto, en el que llevamos mucho tiempo juntos y nos conocemos, de modo que normalmente es Nacho Almenar quien asume la dirección escénica, compartiendo la dirección ejecutiva y selección de proyectos. dirige mi compañero y en otras lo hago yo. Pero cómo hago para explicarle este universo de La Batalla a alguien, cómo ir traduciendo todo esto que voy oliendo y percibiendo para que realmente alguien pueda hacerlo desde ese lugar. Siempre dije que actuar, escribir, dirigir al mismo tiempo no puede ser… Así que es algo tan personal que me he traicionado a mí misma en todo eso que siempre había negado.
Habrá sido por lo tanto importante conformar un buen equipo para llevar este proyecto al escenario.
Lo cierto es que ha sido un placer trabajar con todo el equipo. Con las compañeras Pilar Duque e Irene Maquieira ha sido un encuentro fantástico porque son grandes actrices y personas. Aunque en un primer momento no tenía un punto de partida concreto, ya había empezado a escribir y tenía una idea. A partir de ahí les propuse sumarse al proyecto y todo se ha ido dando de un modo muy intuitivo. Contar con la asesoría coreográfica de Daniel Abreu y con Yaiza Pinillos en el vestuario también ha sido una suerte teniendo en cuenta que además de grandes profesionales se trata de dos emigrantes canarios con cuya visión he podido contar. Ha sido tan bonito el proceso creativo que solamente llegar al estreno ya fue la culminación de un regalo. Para mí La Batalla es un regalo.
Un regalo sobre todo para el público, que no ignora la generosidad que representa ese tránsito que has realizado para concebir La Batalla. ¿Alivio o dolor?
Es cierto que en el proceso de escritura hubo momentos duros, sobre todo porque te enfrentas contigo misma. Mi propósito en esos momentos, mi compromiso al escribir, era no escapar. Me decía a mí misma “no te escapes, no huyas”, y eso implicaba desnudarme. ¿Qué podía perder una vez dado ese paso?
Quizás nada que perder, pero un ejercicio valiente de introspección nada fácil. ¿Hasta qué punto nos cuesta manejar los recuerdos?
Es difícil acercarse a los recuerdos. Hay gente que no lo hace y que no puede acercarse a ese territorio porque es demasiado doloroso. En La Batalla en un momento dado el personaje de ella le dice “quiero entender para dejar de odiarte”. Posiblemente ni el odio es tan odio, pero a veces decimos cosas que son mucho más graves de lo que realmente sentimos porque necesitamos posicionarnos. Creo que nos estamos debatiendo continuamente en ese límite, porque cuando nos enfrentamos a los recuerdos nos están interpelando y nos siguen cuestionando qué somos nosotros y qué estamos haciendo en referencia a ellos y eso es muy jodido.
Has sido capaz de plasmar esa dureza en un debate generacional entre mujeres.
Y hombres. Coyunturalmente La Batalla está representada por mujeres, y ciertamente hay connotaciones que son femeninas porque tienen una raíz histórica, cultural, sociológica… Pero creo que desde el primer momento estamos ante circunstancias que son independientes del género. Esta necesidad de enfrentarse con uno mismo y esta dificultad es inherente al ser humano, no es una condición de género.
Sin embargo, en La Batalla hablas a través de mujeres infelices, a quienes quizás incluso rindes homenaje.
Son mujeres que tuvieron que resignarse, asumir y aceptar. Y eso es muy duro porque implica el aislamiento emocional. Nunca se preguntaron qué era lo que querían. Esa pregunta no cabía porque simplemente tenían que asumir, tirar para adelante. Mujeres atrapadas en el “es lo que hay”. Era algo recurrente en las entrevistas e investigaciones previas cuando me decían que es lo que había, que era lo que tocaba. ¿Por qué? Me resulta tan brutal descubrir cómo podemos llegar a aislarnos de nuestras emociones y que el concepto de felicidad es en realidad algo reciente de nuestro estado de bienestar.
En la obra hay algo que aparece en diferentes momentos y que atrapa al espectador. He podido comprobar cómo el público en determinados momentos aguantaba la respiración en absoluto silencio, casi cautivado. Y es precisamente en esos momentos en los que no hay palabra sino danza.
Realmente había cosas que no sabía cómo escribir. Había momentos del alma que hablan de lo que nos pasa a las personas en determinados momentos y que no puedo traducir en palabras. Llevo haciendo danza muchos años y hasta ahora nunca lo había incluido en mis obras, incluso había estado huyendo de esa posibilidad porque me parecía una falta de respeto a los bailarines, casi un sacrilegio. Sin embargo, en esta ocasión sentía que debía hacerlo y que era además parte del riesgo. Hay cosas que no se pueden expresar con palabras y es el cuerpo el que tiene que hablar. Cuando necesitaba una emoción que transite por el escenario mi herramienta ha sido la danza contemporánea.
También es muy rítmico y sofisticado el manejo que haces del tiempo y cómo lo resuelves. Se notan los años de experiencia…
Básicamente mi planteamiento era que había tres líneas de tiempo: la estructura cronológica de la historia que supuestamente se narra; la historia paralela del inconsciente que reflexiona sobre esa historia y se enfrenta consigo mismo; y por último la más poética de la danza que habla de otro lugar todavía más profundo en el que están todos esos anhelos y querencias. Concibo el teatro como algo muy rítmico, como música… Y así es como se fueron entrelazando esas tres estructuras.
¿Quién es Aranza Collado después de La Batalla?
Nunca eres la misma cuando te pasan cosas, cuando transitas por cualquier proceso creativo, ya seas un escritor o un arquitecto que visualiza su obra y finalmente la lleva a término. Así que creo que después de La Batalla soy la misma, pero con un precioso regalo.
Culmina aquí otro más de tantos éxitos de Burka Teatro. ¿Cuáles son vuestros próximos proyectos?
Después de haber estrenado en Tenerife en octubre y tras la buena acogida en Madrid, volvemos a Canarias para la gira de marzo y principios de abril. Después, para finales de abril, tenemos previsto un estreno de la adaptación de Romeo y Julieta en la que incorporamos cantantes en escena. La verdad es que está siendo una vorágine. También tengo muchas ganas de sentarme a escribir.