Parto de la premisa de que el arte debe ser discrepante y libre de ataduras morales. Los Pablo Hásel, los titiriteros, las procesiones de coños insumisos, los Abel Azcona o los Josep Valtònyc representan la sonrisa del independiente frente a una sociedad edificada sobre la sacralidad de las opiniones personales.
La parodia y el espejo que encarna la representación artística contrastan con la torticera corrección política que apuntan, denuncian y lapidan a los disidentes en la plaza pública de Twitter, Facebook y demás redes sociales.
Vivimos una nueva caza de brujas que no admite discusión y persigue al arte buscando imponer su moral bajo amenaza de linchamiento público. Pero el arte es justamente lo contrario, una mirada recíproca entre el el creador y el espectador a través de la obra.
Ya en el año 186 aC en Roma, el senado prohíbe la celebración de las Fiestas de Dioniso a través de un edicto que se convirtió en una auténtica caza de brujas, matando a unos cuantos sacerdotes de Dioniso y metiendo en la cárcel a mucha gente en un ambiente de gran violencia. Y esta caza de brujas no nos ha abandonado a lo largo de los tiempos desde los actos de la Inquisición, los Consistorios Calvinistas, las cazas de brujas del “macartismo” hasta hoy en día que reaparecen en nuestra sociedad bajo distintos disfraces, muchos de ellos anónimos, señalando al hereje.
La obra de arte es la necesaria voz que libera de la represión y precisamente por eso se persigue y se señala al artista. Antaño en la hoguera y hoy en las redes sociales en las que se examina y somete a juicio el contenido que se comparte. Y esto sucede a un ritmo de vértigo y no solamente a los artistas, en un juicio de inmediatez que hace incluso de la práctica de opinar y escribir una práctica de riesgo al alcance de todos. Algunos lo hacen a cara descubierta; otros desde la identidad falsa que concede impunidad. Pero todos, independientemente del modo de participación, nos hemos convertido en creadores y en jueces e inquisidores que señalamos y decidimos aquello que debe ser aceptado o censurado y expulsado del espacio público.
¿Quizás cabe hablar del concepto de libertad de expresión digital?