El debate surgido con ocasión de la presencia en el Congreso del bebé de la diputada Carolina Bescansa no solamente muestra con una notoria precisión tanto la dificultad de abordar la realidad de la dificultad efectiva para conciliar la vida laboral, familiar y personal que sufren las mujeres, como los niveles intolerables de intervencionismo y agresión al ámbito de lo privado que se ha instalado en nuestra sociedad, sino que adicionalmente hace aflorar contradicciones del todo incompatibles.
De un lado, cualquier debate sobre maternidad y conciliación generalmente queda invisibilizado dentro de las fronteras de la vida privada y, en muchos casos, es vivida como un verdadero fracaso personal fruto de los estereotipos de género que otorga a los hombres y las mujeres roles diferentes en relación con su presencia en las tareas domésticas y en el mundo del trabajo. Pero al mismo tiempo y paradójicamente, los mismos que desean encerrar la maternidad bajo llave y lejos de la esfera de lo público, niegan el derecho a la intimidad, dignidad y propia imagen del bebé censurando la petición de la madre en el sentido de evitar la publicación de imágenes sin pixelar. No estamos ni mas ni menos que ante una pobre cultura democrática y desconocimiento de los derechos fundamentales más elementales.
Podrá, en todo caso y sin que sea de interés público, opinarse sobre las consecuencias de la sobreprotección de una madre con un hijo que permanece siempre a su sombra. Y sin embargo no es asunto sino de la propia madre el modo en que desea conciliar y gestionar su esfera de intimidad familiar y autonomía personal. No debe ser objeto de debate que la diputada pudiera disfrutar de un control enfermizo sobre su bebé, tampoco enjuiciar la decisión que tome sobre el modo de cuidar y educar a sus hijos aun a pesar de que la diputada cuenta ahora con todas las ventajas de su privilegiado estatus.
La controversia de fondo que subyace al ruido generado es que, nuevamente, una mujer representante de cierta ideología se ha abierto camino y logrado visibilidad en los entresijos de unas instituciones que intentan ser claramente impermeables al cambio. Y ante la imposibilidad de atacar de modo eficaz un discurso que ciertamente se identifica con la opción que está dispuesta a votar una parte importante de los ciudadanos, nuevamente se ataca con impertinencia y frivolidad una circunstancia absolutamente personal. Es entonces cuando leemos con mayor crudeza las consecuencias de un supuesto debate político y público convertido en una degradación del todo ofensiva hacia las mujeres.
Y otra vez y como en tantas ocasiones cada vez que una mujer decide ejercer su maternidad en conciliación con su actividad profesional, esta situación traspasa el ámbito privado y se expresa en el ámbito público. Nada nuevo para tantas mujeres que lo sufren a diario en su vida traducido en atrasos frecuentes en el trabajo, estrés laboral, rupturas familiares, conflictos laborales y familiares, desigualdad en el acceso al mercado de trabajo, desigualdad de oportunidades, etc.
Así que bienvenido sea el debate si con ello se refuerza el reconocimiento y ejercicio de derechos fundamentales.