Mientras Madrid sigue, cada día, elevando un poco más su índice de contagios y acercándose peligrosamente a la necesidad de adoptar medidas más severas como las que hay en la mayoría de regiones españolas, continúa habiendo personas que creen que esto del coronavirus y sus brutales consecuencias (sanitarias y económicas) no va con ellos.
437 fiestas ilegales en locales y domicilios intervenidas en un único fin de semana, el último de enero. Ese es el triste balance hecho público por la Policía Municipal de Madrid, y que nos da un fiel retrato de, a pesar de llevar más de un año de pandemia, la inconsciencia y, sobre todo, el egoísmo de una parte de la población.
La madrileña está siendo, como decimos, una de las comunidades más permisivas en cuanto a la imposición de restricciones. Mientras nuestros vecinos cierran bares y comercios, el Gobierno regional nos sigue permitiendo sacar adelante los negocios, conservar el ocio y gozar de una relativa libertad de la que carecen en otras partes de España y de Europa. Y, aun así, hay gente que parece empeñada en que nos la quiten.
Porque ese parece el propósito de las diez personas que se encontraban en un altillo del distrito de Arganzuela, de dos metros cuadrados, hacinados y sin ventilación, en compañía de unos 200 gramos de marihuana y más de una decena de pastillas psicotrópicas. O el de los cientos de personas que asistían a las dos fiestas desmanteladas recientemente en Vallecas.
Desde el inicio del estado de alarma, el pasado 25 de octubre, los agentes municipales han intervenido en 4.400 fiestas ilegales y han realizado 60.000 propuestas de sanción por incumplir las medidas sanitarias. Números terribles… Y son solo los que descubren.
El vídeo de la vergüenza
Porque es muy probable que, si uno de los asistentes al bochornoso espectáculo del Teatro Barceló no hubiera tenido el descuido de inmortalizar con su teléfono móvil la fiesta vespertina que se desarrollaba en el local, no nos hubiéramos enterado de su existencia.
Quizá nos hemos vuelto muy sensibles e irascibles por el hecho de no poder llevar la vida que llevábamos hace solo unos meses, pero es difícil no experimentar una sensación muy parecida al asco al observar a decenas de jóvenes sin distancia de seguridad y sin mascarilla celebrando quién sabe qué.
No cabe duda de que habrá defensores esgrimiendo su inmadurez, los impulsos de la tempranía vital, que si no aprovechan ahora cuándo lo harán… El problema es que todos esos bon vivants luego van a sus casas, donde están sus padres y abuelos, y es posible que la siguiente “celebración” sea en un cementerio.
Las medidas en los locales cerrados
También habrá que, por supuesto, depurar responsabilidades entre los dueños el local y aquellos que permitieron que algo así llegara a suceder. Es importante volver a hacer hincapié en el hecho de que en la Comunidad de Madrid sigue siendo posible que salas de fiesta, bares, restaurantes… permanezcan abiertos. Con un negocio adaptado y menos rentable, es verdad, pero con la persiana subida. Por eso no se entiende que los responsables de un lugar como este, del que dependen muchas familias, se arriesgue al cierre y a la multa.
Igual que es poco comprensible que, después de la “polvareda” mediática que suscitó el concierto de Raphael en diciembre, hayamos vuelto a encontrarnos con la misma situación apenas un mes después. Porque es verdad, igual que sucedió entonces, que la actuación del “Drogas” cumplía las medidas de mascarilla, distancias y aforo.
Sin embargo, parece poco apropiado meter a miles de personas en un recinto cerrado en plena tercera ola, aunque sea por una mera cuestión de imagen. No es época desde luego para eventos multitudinarios, y no debería haber excepciones.
Seremos “duros y contundentes”, ha afirmado Inmaculada Sanz, portavoz del Ayuntamiento de Madrid. Ojalá, porque nos va la vida en ello.