Me he permitido rescatar esta frase, tan manida en las últimas semanas, para sumarme a todas las voces que piden hacer un esfuerzo para “salvar la Navidad”. Habrá a quien, en medio de una pandemia, esta afirmación le resulte egoísta o fuera de lugar. Y lo entiendo, pero no podría estar más en contra. Porque la perspectiva de poder disfrutar de unos días de relativa normalidad en la época más importante del mundo occidental no solo puede, sino que debe ser un objetivo a seguir por todos, administraciones y ciudadanos.
Una de las razones de mayor peso es la financiera. Desde que la pesadilla del coronavirus se instaló en nuestras vidas, el debate entre salud y economía ha estado permanentemente presente. Son muchas las voces que afirman, no sin razón, que no puede existir la segunda sin la primera. Aun así, si bien este maldito virus es letal para el bienestar físico, también lo es el hecho de asomarse a la posibilidad de la ruina. En este caso ya no solo estamos hablando de un manifiesto deterioro corporal (privación de alimentos por no poder asumir sus costes, dejación de actividades deportivas que puedan suponer un desembolso extra…) sino, sobre todo, psicológico.
Nadie está preparado para enfrentarse a un futuro, quién sabe hasta cuándo, sin ingresos. El impacto a nivel mental de verse, de la noche a la mañana, con el agua al cuello, es devastador para cualquiera. Difícilmente veremos al gremio de la hostelería o a dueños de pequeños comercios manifestarse para que se decrete un nuevo confinamiento domiciliario. Los defensores de esta drástica medida suelen ser, casi sin excepción, profesionales que, a final de mes, recibirán su nómina fija pase lo que pase. Estarán de acuerdo conmigo en que así es más fácil quedarse en casa y asumir sacrificios propios y ajenos.
Regresando a la senda de la Navidad, ésta es sin duda la última tabla de salvación de quienes ya han perdido la Semana Santa, el verano o la Feria de Abril y se resignan a decir adiós al puente de la Constitución. Los héroes (no se me ocurre mejor palabra para definirlos) que han aguantado el temporal, han bajado y subido sus persianas metálicas a merced de los vaivenes a los que nos han sometido, y que aún siguen al pie del cañón, se merecen esta oportunidad. La necesitan.
Solo con estos argumentos debería bastar para darnos una tregua navideña. Pero aún hay más. Tal y como señalaba al principio, se aproximan los días más importantes para la cultura cristiana, la nuestra. Una festividad que en España cobra una especial relevancia, puesto que son las fechas en la que muchos familiares aprovechan para reencontrase, en algunos casos meses después desde la última vez. Esas en las que a nuestros abuelos y abuelas se les inundan los ojos de alegría por ver de nuevo a toda la familia reunida. Unos mayores que llevan un año sin ver a su nieto. O, como mucho, a través de Skype.
Ahora imaginemos, ¿cómo podría afectarles pasar una Nochebuena o un Fin de Año solos? Si ya es algo que nos quite el sueño a los que tenemos menos edad, no hace falta ser profesional de la medicina para aventurarnos a decir que en su caso sería desastroso.
Es cierto, nos toca protegerles, y las reuniones serán con mascarillas, geles hidroalcohólicos, distancia de seguridad y PCR previas. Pero serán.