Escribo desde mi búnker, lugar en el que confío podré sortear el nuevo coronavirus que está diezmando la población mundial día a día. Es el mismo lugar en el que me recluí cuando se declaró el brote de SARS, el de Gripe Aviar o el de Encefalopatía Espongiforme (el síndrome de las “vacas locas”, para aquellos que no lo recuerden). Éstas son mis últimas líneas tras haber consumido mis últimas dosis de Tamiflú y haber gastado el filtro de mis mascarillas. No sé cuánto resistiré.
Este relato tiene de veraz lo mismo que las desinformaciones que, cada día, aparecen sobre el coronavirus que desde muchos ámbitos nos están vendiendo como el apocalipsis. Es una enfermedad agresiva, cierto, hay que extremar las precauciones, nadie lo cuestiona. Pero a partir de ahí, todo lo que se está haciendo es, igual que se hizo con otras alarmas sanitarias, muy peligroso.
La tasa de mortalidad de la infección se sitúa, actualmente, en torno al 10%. Un porcentaje que puede resultar elevado a ojos de cualquiera, pero que es prácticamente idéntico al de la gripe común en los países en vías de desarrollo. Es innegable que, de pasar a convertirse en una pandemia con millones de personas infectadas, las cifras de muertos serían escandalosas. Imaginad 6.000 muertos en España por el coronavirus, o 650.000 en todo el planeta. Una hecatombe, ¿no? Entonces estaríamos en los mismos números que provoca, otra vez, nuestra querida y olvidada gripe común cada año.
No quiero, ni mucho menos, tomarme a la ligera la importancia del tema. Hay mucha población expuesta ante cualquier infección de este tipo y cada vida cuenta. Así que todas las medidas que se tomen desde las administraciones públicas para frenarlo estarán más que justificadas. Pero bastantes cosas tenemos ya de qué preocuparnos como para que ahora tengamos que comernos también la cabeza con una Guerra Mundial Z.
No hay miles de muertos más que nos están ocultando como, de manera lamentable, han afirmado varias voces, algunas de ellas muy autorizadas. No hay gente desplomándose en los hospitales en Wuhan. No nos vamos a contagiar por ir a un restaurante chino. Esto último se llama xenofobia y, todo lo demás, «gilipollismo» e ignorancia.