El Partido Socialista ha ganado las elecciones. Esa es la conclusión más evidente de las recientes elecciones generales celebradas en España. El miedo al efecto Andalucía ha pesado, hemos salido a votar algo más que en anteriores ocasiones y, por el momento, la anunciada triple alianza, con presencia de la ultraderecha, se ha visto frenada en seco, al tiempo que sus protagonistas se han embarcado en una trifulca entre la “derechita cobarde”, la “derecha naranjita” y la “ultraderchita cobarde” que se toma a mal que la llamen por su nombre.
En lo único en lo que parecen ahora coincidir es en establecer un cordón sanitario en torno al socialismo, intentando forzar al ganador a terminar pactando su gobierno con Podemos y diferentes grupos nacionalistas, lo cual deben considerar que incrementa sus posibilidades de seguir utilizando a Cataluña como principal arma arrojadiza durante la legislatura y en futuras campaña electorales.
Es una estrategia como otra cualquiera, pero me parece tremendamente irresponsable. No me extraña nada cuando viene de la ultraderecha emergente de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero resulta mucho más extraña en un partido que nació en Cataluña, impulsado por una izquierda no nacionalista y con esencias socialdemócratas, que se han ido deslizando hacia un ultraliberalismo nacional y ranciamente anticatalanista.
Y tampoco me cuadra en un partido que se autodenomina popular y aspira a seguir liderando el centro y buena parte de la derecha. La crispación política a la que se ha dejado arrastrar Casado, de la mano de sus mentores Aznar y Aguirre, sólo puede conducirle a ser devorado por un nacionalismo españolista y un ultraliberalismo económico, demasiado alejados de sus seguros caladeros de votos tradicionales.
Los resultados electorales, sin embargo, pueden ser un espejismo. Basta comprobar los votos que ha recibido cada fuerza política para concluir que no hay en España un vuelco hacia la izquierda, como tampoco hacia la derecha. Algo que debería conducir a serenar los ánimos y buscar los acuerdos necesarios para que el partido ganador pueda gobernar buscando apoyos a derecha e izquierda.
Si leemos los resultados electorales de las elecciones generales en Madrid, sin ir más lejos y suponiendo que se repitan, con algunas variaciones, en las próximas elecciones, podemos deducir que se producirán gobiernos municipales de todos los colores. Lo mismo ocurrirá por toda España.
Con este panorama, elegir entre el “trifachito” y un frente popular, no es una opción de futuro. Las elecciones municipales y autonómicas van a dejar un mapa político tremendamente plural que exigirá muchos acuerdos entre el gobierno central, los gobiernos autonómicos y las corporaciones municipales, porque tan Estado es un ministro como un alcalde.
Uno de los pocos cordones sanitarios que debería funcionar tendría que ser el que impida el ascenso de la ultraderecha. Otro cordón sanitario debería tener como protagonistas a las personas. Proteger las pensiones y desarrollar la atención a la dependencia. Impedir el deterioro de la sanidad pública. Defender la igualdad de oportunidades de nuestra infancia, fortaleciendo el sistema educativo público. Promover la estabilidad del empleo y los derechos laborales. Asegurar que la libertad y la igualdad caminan de la mano.
Me gustaría ver en los próximos meses mucho más sentido común, capacidad de negociar, voluntad de alcanzar acuerdos, reconocimiento de la diversidad y pluralidad, compromiso y lealtad y mucha menos crispación y banderines de enganche, que sólo terminan promoviendo la fractura política y el desgarro de nuestra sociedad.