Entristece ver a aquellos que hemos elegido para gobernar el país, el pueblo, la Comunidad Autónoma, entregados al único y pertinaz empeño de salvar, por todos los medios, lo impresentable de su gestión política. Nada importan las 7291 personas mayores muertas en las residencias madrileñas durante la pandemia. Nada importa que la política acabe convertida en negocio.
Entristece comprobar el abandono de aquello que debería ser causa común, el escaso esfuerzo para aportar ideas, propuestas, opiniones, el ínfimo trabajo de quebrarse la cabeza para mejorar la vida de la ciudadanía. Políticos concebidos, gestados, nacidos y crecidos en el interior de las organizaciones, al calorcito del servilismo y que han llegado a sus cargos, convencidos de que el seguidismo a ultranza es el mejor camino para seguir prosperando.
No interesa quién vale, quién se ha formado, preparado, aportado soluciones, confrontado opiniones, debatido propuestas arriesgado el tipo, sino quien mejor sabe salir a la palestra a defender lo indefendible si es necesario. Repasemos quiénes se encuentran al frente de las estructuras políticas de poder en estos momentos. Comprobaremos sus largas carreras, oscuras y silenciosas, hasta que fueron investidos con el bastón de mando.
La Presidenta madrileña, periodista de estudios, era la ocurrente gestora de redes sociales de la cuenta del perro de su mentora, Esperanza Aguirre. Hasta el propio Presidente del Gobierno fue durante años un triste y silencioso concejal que se ganó la permanencia con muchos silencios y trágalas, hasta que llegó su momento. Tomás Gómez lo fue todo y de pronto se encontró la cerradura cambiada. Juan Lobato temió por su seguridad y fue inmediatamente fulminado.
El problema es que la gente se ha dado cuenta. La gente lo sabe. Huele que las palabras están manipuladas y que los gestos son aparatosos pero no sinceros. Saben que aquí miente todo el mundo. Mentiras caritativas, o a cara de perro. Mentiras interesadas, desproporcionadas, o mentiras con vaselina. Mentiras dirigidas a los corazones, a los intestinos, nunca a los cerebros.
El, Y tú más se ha convertido en la mejor manera de escurrir el bulto. Si uno habla del fraude fiscal de tu pareja, el otro menta a la mujer del adversario. Si tu hablas del narco montado conmigo en la lancha, yo te hablo de tu hermano. Y todos hablamos de las mascarillas, siempre de las mascarillas. Las del hermano de la presidenta, las del asesor del ministro, las que mercadeaban los amigos del primo del alcalde.
Diría que nuestros políticos son un desastre y que se ganan a pulso el crecimiento de los populismos de cualquier tipo, si no fuera porque esos políticos son ciudadanos vulgares y corrientes metidos en faena política. Como políticos hacen todo cuanto harían como ciudadanos en otro escenario y en otra dimensión.
Llevan a sus hijos a una universidad privada para comprarles un título sin grandes esfuerzos. Y no me refiero a las privadas de referencia de toda la vida, sino a esas otras que han nacido al calor de las prebendas y la connivencia de algunos políticos.
Los mismos ciudadanos que procuran defraudar a Hacienda todo lo que pueden, porque lo de todos es un robo. Los que creen en la libertad de mercado para poner los precios que les da la gana, obtener beneficios especulativos, pero reclaman ayudas del gobierno para tapar sus problemas.
Los que quieren libertad para hacer lo que les dé la gana, pero no aceptan ninguna de sus responsabilidades. Pícaros, oportunistas, amantes del favoritismo, usuarios de influencias, recomendaciones y enchufes de todo tipo, que claman por la igualdad, cuando no resultan beneficiarios del último pelotazo en marcha.
Tenemos exactamente los políticos que elegimos, que merecemos, a los que nos parecemos, los que hacen aquello que nosotros mismos haríamos. El Y tú más, tan de moda, deberíamos transformarlo en un esfuerzo colectivo para regenerar España. Hacer aquello que como nación, nunca supimos hacer.