Es curioso ver cómo solo unos pocos días de enero han bastado para darnos cuenta de que, muy probablemente, todos esos propósitos que nos jurábamos cumpliríamos en cuanto cambiáramos de calendario se quedarán en simplemente promesas.
A nivel personal me juré que relativizaría más la influencia del trabajo en mi vida, que aprovecharía los momentos de ocio para desconectar de verdad, o que me apuntaría al gimnasio como forma de completar mi rutina deportiva y, a la vez, aliviar el estrés. Sin embargo, no han hecho falta ni dos semanas para que tenga bastante claro que todo seguirá igual.
Pues esto mismo que me está pasando a nivel usuario es perfectamente extrapolable a todo nuestro entorno, desde el político hasta el social, pasando por la geopolítica, un asunto que comenzó a importarnos de nuevo tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia y que viene calentita con la llegada de Trump y su idea de anexionarse medio planeta.
Nada cambia. Nos llenamos de buenos deseos en cuanto oímos el primer villancico, pero a la que se han apagado las luces de las calles todo ha vuelto a la normalidad, como si nada hubiera pasado. Ayuso y Moncloa siguen siendo enemigos íntimos, el precio de la vivienda se mantiene por las nubes e incluso Errejón sigue sin declarar.
También siguen, por suerte, algunas cosas buenas, como el tercer año consecutivo de la capital cumpliendo con los objetivos climáticos, la extensión de las ayudas al transporte o el imparable auge de nuestra región como motor turísitico a nivel mundial.
Sea como fuere, para bien o para mal, los propósitos de Año Nuevo son simplemento eso, propósitos.