No es, desde luego, un problema nuevo. Los narcopisos llevan años proliferando en el panorama de la venta de droga en Madrid, desde que la Cañada Real, punto histórico de trapicheo, se ha ido viendo azotada por numerosas operaciones policiales. Tras el cerco sobre este «hipermercado» de los estupefacientes, estos nuevos puntos de venta se han multiplicado y, tal y como recoge la fiscalía de la Comunidad de Madrid en su memoria anual, solo en 2023 se incautarin en los narcopisos en Madrid 41 kilos de cocaína, 73 de marihuana, 67 de hachís, dos de éxtasis y uno de heroína.
Estas son cifras que corresponden a la Sección Antidroga de la fiscalía Provincial de Madrid, que asume los procedimientos de mayor complejidad, como por ejemplo aquellos que incluyen la actuación de agentes encubiertos o los que llevan consigo medidas de investigación tecnológica, como intervenciones telefónicas de los terminales de los sospechosos. En 2023, según la memoria del Ministerio Público, las investigaciones contra esta modalidad delictiva dejaron 244 detenidos en 97 registros, 62 de ellos en Madrid capital.
El fenómeno de los narcopisos en Madrid se remonta a los años ochenta y noventa, décadas en las que ya se establecieron algunos puntos de venta en viviendas, sobre todo cuando la heroína arrasaba a toda una generación. Pero lo que sí es novedoso son las estructuras criminales organizadas que se han atrincherado en ellos para evadir o retrasar la acción de la justicia. Estas redes han aprendido a esquivar a las autoridades utilizando diversas estrategias, como la rotación de puntos de venta, el uso de personas vulnerables para el tráfico de drogas y la creación de una compleja red de distribución que hace difícil seguir la pista a los responsables.
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Operaciones que no cesan
Lo cierto es que las operaciones por parte de las autoridades para desmantelar estos puntos son continuas. En febrero de ese año, fueron detenidas 12 personas que hacían turnos en un piso en Puente de Vallecas que operaba 24 horas para proveer de hachís y cocaína a los consumidores. En octubre del año pasado, dos inquilinos de un piso en el centro de la ciudad trataron de deshacerse de la droga tirándola por la ventana cuando los agentes irrumpieron en la vivienda para desmantelar ese punto de venta. En noviembre, fueron arrestados 10 miembros de una banda, entre ellos dos menores, por montar un supermercado de la droga en dos viviendas de San Blas. Casi siempre se repite el mismo esquema: reparto de funciones dentro del mercado de la venta y distribución y un servicio operativo sin descanso.
La marihuana es el producto estrella, con los 73 kilos intervenidos en todo el año pasado, seguido del hachís, con 67, y la cocaína, con 41. Pero hay otros productos que, aunque circulan en menor medida, pueden causar efectos muy nocivos. En las diversas operaciones policiales también se intervinieron 31 unidades de GHB (éxtasis líquido), 405 gramos de metanfetamina, 32 unidades de popper, 414 gramos de ketamina, 1.794 gramos de mefedrona (similar a las anfetaminas), 253 gramos de 2CB (droga sintética), 1.664 unidades de sildenafilo (el componente de la Viagra), 65 gramos de speed, 36 de benzodiacepinas y 148 unidades de rivotril (ansiolítico).
Narcopisos en Madrid, el calvario de los barrios
Los narcopisos no solo representan un punto de venta y consumo de sustancias, sino que también generan un impacto devastador en la convivencia vecinal y la seguridad de los barrios. En Malasaña, uno de los lugares más afectados por esta problemática, los residentes describen un ambiente desolador. «Resulta muy desagradable ver a los personajes que vienen a comprar droga a esta calle. No he vivido directamente escenas de inseguridad, pero sí gritos, gente deambulando y drogándose en los portales próximos al narcopiso. El ambiente que genera es muy desolador, preocupante y decadente», explica uno de los vecinos afectados.
La inseguridad va mucho más allá del simple trasiego de consumidores. Otro residente detalla los riesgos diarios: «Es imposible convivir con la basura y los restos que quedan en las calles. Sacar al perro se convierte en un riesgo por las jeringuillas o bolsitas de crack. Además, hemos sufrido robos en nuestra vivienda y amenazas por parte de personas que frecuentan estos narcopisos». Este testimonio refleja cómo la actividad de estos puntos de venta afecta a todos los aspectos de la vida cotidiana, desde la seguridad hasta la salud pública.
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En este contexto, la policía ha redoblado esfuerzos para desmantelar estos puntos de distribución. A pesar de ello, las redes organizadas han demostrado ser sumamente resilientes. En septiembre de 2023, una gran operación policial movilizó a 288 agentes para registrar 21 viviendas en los bloques 14 y 16 de la calle Cullera, donde se incautaron drogas, dinero y armas blancas. Sin embargo, el problema persiste debido a las dificultades legales para obtener órdenes de registro y llevar a juicio a los responsables.
Según fuentes policiales, uno de los mayores retos es lidiar con la organización jerárquica de estos grupos delictivos, que emplean a personas vulnerables como testaferros para evitar repercusiones legales. Un agente encargado de la investigación en Malasaña comenta: «Llevamos meses reuniendo pruebas contra estas redes, pero a menudo nos encontramos con obstáculos judiciales que ralentizan las operaciones. Necesitamos una legislación más ágil que nos permita actuar antes de que estas redes se reorganicen».
Una cuestión de salud pública
Los residentes, cómo no, están hartos. Un vecino del barrio denuncia la situación insostenible causada por los narcopisos en su calle. Explica que el tráfico de drogas ha traído consigo amenazas constantes, peleas y un clima de inseguridad que afecta a todos los residentes. Relata cómo, al pedir a los consumidores que no se droguen a plena luz del día, ha recibido amenazas de muerte, incluso delante de su hija. La sensación de impotencia es total, ya que enfrentarse a los traficantes supone un riesgo personal y familiar, dado que saben dónde viven los vecinos y pueden tomar represalias.
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Más allá de la inseguridad, este vecino destaca los graves problemas de salud pública derivados de la actividad de estos narcopisos. Cuenta cómo, tras mudarse al barrio con un bebé recién nacido y con problemas respiratorios, una noche despertaron mareados por los gases que entraban por la ventana: un grupo de toxicómanos estaba fumando crack bajo su vivienda. Asegura que tuvieron que acudir a urgencias, temiendo por la salud del bebé, y enfatiza que la exposición a estas sustancias puede ser letal para los más vulnerables. La convivencia se ha convertido en una pesadilla, con amenazas constantes y agresiones verbales que afectan a toda la comunidad.
El vecino critica la falta de respuesta de la justicia y la policía. Explica que, según los agentes con los que ha hablado, se ha reunido una gran cantidad de pruebas contra la red de narcotráfico que opera en la zona, pero el caso fue archivado sin explicaciones claras. La frustración es enorme, ya que los traficantes están protegidos por la ley mientras los vecinos quedan desamparados. La situación les ha llevado a plantearse mudarse, pero aquellos que compraron su vivienda no tienen otra opción que resistir. «Nosotros no somos personas vulnerables a ojos de la ley, pero los camellos sí», concluye con indignación.
Las soluciones propuestas por los residentes incluyen una combinación de mayor presencia policial y reformas legislativas que permitan actuar con más rapidez. Además, muchos insisten en la necesidad de iniciativas comunitarias que fomenten la convivencia y recuperen los espacios públicos. Un vecino propone: «Necesitamos un modelo como el de Singapur, con leyes estrictas y patrullas de seguridad que multen a quienes deterioren el entorno. Es hora de aprender de otros países».
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Eso sí, tampoco descartan mudarse, como nos cuenta otro vecino: «nos hemos planteado mudarnos del barrio por este tema, también por la suciedad y mal olor del barrio, por la masificación, falta de espacio para caminar por nuestras aceras, presencia de basuras esparcidas por la calle de forma recurrente, etc…Es un barrio lleno de turistas que están de paso y no se cuida como debería. En Malasaña «todo vale» y no debería ser así».
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El problema de los narcopisos en Madrid no es solo una cuestión de drogas; es un síntoma de cómo el crimen organizado se infiltra en los barrios y afecta directamente a la calidad de vida de sus habitantes. Mientras las autoridades trabajan en medidas para erradicar este fenómeno, los vecinos continúan viviendo en un ambiente de incertidumbre y temor, esperando que sus calles vuelvan a ser un lugar seguro y habitable.
Todas las imágenes son propiedad de Madrid es Noticia y Fernando Parra