Hace pocos días España protagonizaba un debate sobre el portavoz parlamentario de Sumar, Iñigo Errejón. Debate por supuesto acalorado, de posiciones encontradas y sin términos medios, sin puntos de encuentro. En poco tiempo los fracasos electorales de Sumar se habían convertido en finiquito, en final de trayecto, en un hasta aquí hemos llegado.
Poco antes otro contencioso social se había apoderado de las tertulias, en las que los tertulianos de plantilla se desgañitaban para explicar el terrible problema de la vivienda en España. Okupas, desokupas, viviendas sociales, protegidas, libres, promociones, nuevos desarrollos, leyes sucesivas e inútiles de vivienda.
De todo saben los tertulianos. Sobre todo pontifican. Y si no saben se lo inventan. Total, entre el descontrol político generalizado, nadie se va a dar cuenta y cada cual va a terminar alineado en el bando que mejor le trate en todos los sentidos.
Y de pronto, como siempre el imprevisible tiempo y el golpe mortal de la DANA en el Levante peninsular. Y de pronto ya no existe Errejón y el problema de la vivienda se desvanece entre el barro y los coches amontonados en las calles, en los lechos de los barrancos, abocados sin remedio al desguace.
Los líderes mediáticos lo dejan todo para desplazarse a las tierras anegadas y protagonizan imágenes contundentes como las de los palos al Presidente del Gobierno, los reproches al Rey, los proyectiles de barro a la Reina, o los gritos al Presidente de la Generalitat.
De pronto los programas se convierten en informativos especiales, permanentes, continuos y sin solución de continuidad. Y de nuevo los tertulianos nos ilustran sobre aquellas cuestiones en las que el más experto de nosotros es un simple ignorante.
España ha dejado de funcionar, somos un Estado Fallido, las autonomías son un flagrante fracaso, las instituciones no funcionan, en realidad nada funciona, el Gobierno Central debe tomar las riendas, el Gobierno Central no debe tomarlas sino esperar a que la Comunidad Autónoma pida cuanto quiera, hay que desplegar al ejército, o no conviene hacerlo.
De nuevo todo vale, todo cuela. En función de lo que quieras que resulte, todo vale. La política y los políticos son un desastre y nadie sabe quién puede sustituirlos. O sí lo saben. El espectáculo de la bronca permanente, la confrontación infinita, el insulto previo a la agresión inevitable se convierte en objetivo en sí mismo.
A ver quien dice la mayor burrada. A ver quién se atreve. El premio consiste en ser llamado a más tertulias. Algún amigo periodista me ha confesado que no gana tanto en la redacción como en las tertulias por las que va pasando a lo largo de la semana.
No me extraña que muchos de los afectados de la DANA intenten permanecer en los medios a cualquier precio, porque saben que es cuestión de tiempo que esas hordas de periodistas desaparezcan con sus botas y equipamientos y sean sustituidos por una calma chicha, por un silencio aplastante, por un olvido imperdonable, pero inevitable.
Pronto un mar de los sargazos en el que no corre una brizna de aire. Hasta que, al cabo de un año, los mismos medios nos presenten un especial conmemorativo, cargado de entrevistas, imágenes del pasado y proyectos del presente.
Por lo pronto, no ya el portavoz de Sumar, sobreactuado y víctima de sí mismo, no ya el omnipresente y omnipotente problema de la vivienda, sino las mismísimas elecciones imperiales, han quedado solapadas, tapadas y ocultas bajo el baño de imágenes embarradas que inundan nuestras pantallas.
Me pregunto si todo no será una enorme conspiración para que, hastiados de tanto desastre, terminemos por evadirnos de la realidad, renegar de la política, despreciar a los políticos y entregarnos a un nuevo liderazgo, a un líder dispuesto a solucionar, preferiblemente a porrazos, cualquiera de nuestros problemas.
Preferiría que no pasase, pero si ya ocurrió en el pasado, nadie puede asegurar que no vuelva a suceder, que nuestra triste historia de salvapatrias no vuelva a repetirse.