Cada 12 de octubre nos encontramos con la misma cantinela. El día de la Fiesta Nacional de España, de la Hispanidad, o como prefiráis llamarlo, se convierte en un tenso debate del que emergen infinidad de conciencias heridas, ancestros ultrajados y patriotismos exacerbados, de todos los lados.
Durante muchas jornadas leemos noticias sobre autoridades que exigen pedir perdón a España por la llegada de Colón al continente americano hace más de quinientos años; de españoles acomplejados que quieren borrar de un plumazo una historia que, les guste o no, está escrita y que también les pertenece; o de quejas por los desfiles militares que algunos consideran demostraciones de machismo, agresividad, superioridad y otros muchos adjetivos.
También de las reacciones de la gente ante nuestros representantes. Es decir, de los abucheos a Sánchez, de los vítores al Rey, de que por primera vez desde hace lustros un President de la Generalitat de Catalunya acude a los actos programados en Madrid, o de los tramas detrás de bambalinas que siguen confeccionando la convulsa etapa política que vivimos en España.
Hablamos, leemos y pensamos, en definitiva, en asuntos que se alejan enormemente del foco central de este día, que es el de sentirnos, aunque sea un poquito y durante unas horas, orgullosos de ser españoles. Hay quien lo hace con una jura a la bandera en su jardín o quien prefiere irse con su familia a pasar el día en el campo. Es su manera de entender que son ciudadanos de un país que, con sus defectos, les ha proporcionado una democracia en la que sentirse libres de hacer lo que les de la gana.
Aunque sea criticar. Quién sabe, quizá es su manera de festejar un día en el que, aunque en Instagram nos digan lo contrario, hay mucho que celebrar.