Cuentan que el alcalde quiere levantar una noria londinense en el Parque Tierno Galván, algo que parece que se le ocurrió antes a la otrora teniente de alcalde, dicharachera y moderna, que tuvo este Madrid casposo y tan limitadamente libre.
Se nos llena Madrid de turistas que desembarcan en pisos turísticos, aunque Madrid no tenga playa, ni puerto donde atraquen cruceros. Pero tiene un colosal aeropuerto y muchas estaciones ferroviarias de conveniencia. Y cercanías, malos cercanías, pero haberlos haylos.
Se abren y se cierran terrazas, sin criterio ni concierto. Se montan eventos masivos y ruidosos en campos de fútbol para que los vecinos trasnochen y ensayen para creer que viven momentos felices asistiendo a un desarrollo increíble de Madrid.
Está Madrid en guerra abierta contra los árboles urbanos callejeros. Un parking privado en espacio público. Una ampliación de línea de metro. Una plaza que se remodela para convertirla en solar intransitable, inhabitable, insufrible, desértico. Y cada una de esas operaciones de lucimiento propagandístico se lleva por delante decenas de árboles.
Dice el alcalde que ha plantado siete decenas de miles de árboles más de los que ha cortado, pero todos sabemos que las cuentas de esta gente no cuadran nunca, que siempre tienen truco, que confunden publicidad con realidad, que siempre juegan en el campo de Alicia a través del espejo.
Con todo, bajo estas tensiones a las que se somete a Madrid y a los madrileños, sigue latente el espíritu ladrillero que funciona como motor de Madrid. Todo salto delante de la capital de España se sustenta en nuevas operaciones urbanísticas de largo alcance.
Cuando menos tres tenemos en marcha en estos momentos. Tres grandes operaciones que se encubren con ajardinamientos, soterramientos, equipamientos, piscinas, polideportivos, placas de homenaje, monumentos de homenaje. Da igual el homenajeado, lo importante es que haya homenajes. Accesos, paseos, viales.
Y detrás de todos estos banderines de enganche, detrás de todos esos anzuelos se encuentran los negocios reales de decenas de miles de viviendas y de metros cuadrados de oficinas. Viviendas públicas, privadas, de alquiler, sociales, de lujo. Promotores inmobiliarios, bancos, constructoras al acecho.
Campamento, Chamartín, Paseo de la Dirección. Mágicos nombres de los grandes pelotazos que se avistan en el horizonte, a la vuelta de la esquina, en el corto plazo. En unos casos de la mano de ADIF y sus soterramientos de vías. En otros casos de la mano del Estado y de sus abundantes terrenos militares. Pero siempre el Ayuntamiento de Madrid de por medio.
Hasta un Gran Premio de Fórmula 1 quiere traerse el alcalde de la mano de la presidenta. El problema es que no encuentran inversores para su aventura y seremos nosotros, con nuestros impuestos, los que terminemos pagando sus gracias.
Estos sueños, en manos de los políticos de hoy en día, duran lo que dure la fiesta. El más leve viento de crisis termina por desvencijar tanto humo y arrastrar el sonido de tanta pandereta. Y lo cierto es que los vendavales, o cuando menos las ventoleras de la crisis, no tardarán en llegar.
Pero mientras la crisis viene y no viene, entretenidos andamos, defendiendo árboles, combatiendo los ruidos nocturnos, asistiendo a desfiles de cemento y viendo crecer torres de ladrillos. Hasta que terminen llegando los días de crisis.