Los alcaldes aprovechan el verano para acometer obras importantes y siempre aplazadas, aprovechando que las ciudades se vacían de ciudadanos y se llenan de turistas. Los consejeros regionales y los ministros del gobierno de España se lanzan en tromba a operaciones de asfaltado, acondicionamiento de vías, rehabilitación de pistas de aeropuertos. Paro, no sigo adelante, porque la lista es interminable.
Mientras tanto, quienes habitan en esta tierra se embarcan en 95 millones de largos desplazamientos por carretera, para descubrir que el verano se ha convertido en un infierno de atascos en las ciudades, entre ciudades y más allá del territorio poblado. Hasta en los desiertos interiores se terminan formando imponentes atascos.
En cuanto a los viajeros de avión, las propias compañías aéreas están exultantes por el hecho de que haya en liza 240 millones de asientos de avión disponibles, casi un 14 por ciento más que el año pasado.
Así van las cosas. Hay que favorecer la inmediata recuperación económica a costa de operaciones como la inyección de 130 millones de euros en la subvención del verano joven (a jóvenes ricos y jóvenes pobres por igual).
Entre atascos, retrasos y suspensiones, nuestros transportes son un problema cercano, más que una solución en el horizonte. No importa que los vecinos de los barrios cercanos a las estaciones de trenes pasen las noches en vela a causa de los botellones de ruidos de obras a las tantas de la madrugada.
No importa que haya viviendas de San Sebastián de los Reyes agrietadas y que tengan que ser derribadas por obras defectuosas en el trazado del metro, que han afectado a miles de vecinos.
Nada importa, porque lo importante es que el dinero siga pasando de unas manos a otras. La causa, el motivo, o la calidad de la transacción que se produce dá un poco igual.
Ahí tenemos a ministros, presidentas de comunidad autónoma, alcaldes, anunciando “importantísimas” inversiones de las que luego nunca se vuelve a saber, o que se abordan sin ton ni son, pero con el mismo resultado de mucho ruido y pocas nueces, cuando no con más problemas que soluciones reales.
Por lo pronto, quienes podamos escapar de las ciudades, camino de la playa mediterránea, de las frescas costas del Norte, de la India, Tailandia, un viaje de turismo extremo en Afganistán, o un safari fotográfico en el mismísimo Serengueti, que se armen de paciencia infinita.
Quienes no tengamos más remedio que pasar el verano en estos lares tampoco lo vamos a tener mejor entre calores, atascos, polvaredas y ruidos nocturnos de salvajes animales mecánicos.
Ya vendrá el otoño con sus rebajas, con sus atascos, sus vueltas al cole y al curro. Por lo pronto disfrutemos de estos felices años veinte que nos prometen sin cuento, hasta que nos terminemos de percatar que muchas de esas promesas se realizaron a la ligera y sin conocimiento de causa.
A fin de cuentas, prometer nada cuesta y suele producir grandes resultados electorales. Bien lo saben nuestros políticos de turno, de todo signo y color. Aunque, a lo mejor, también vuelven del verano y afrontan el otoño con ganas de retomar el trabajo de otra manera. Dispuestos a escuchar a sus ciudadanos, empeñados en que las obras sirvan para algo, terminen un día y molesten lo menos posible.