¿Quién hubiera imaginado hace apenas una década que un gobierno de España se aferraría a políticas que han desgarrado el tejido de Hispanoamérica, dejándola en ruinas y desesperación?
La reciente conmoción que ha sacudido a España solo puede atribuirse a una cosa: la justificación.
No es cuestión de los cinco días de asueto ficticios de Sánchez, ni de las manifestaciones orquestadas por activistas políticos, ni siquiera por Begoña.
Pedro Sánchez y el PSOE están en un frenético intento de contener una hemorragia política. Están forjando una narrativa que busca justificar la erosión de una democracia vibrante hacia una “democracia autocrática”.
Es como el Pacto del Tinell, pero en una escala mayor, sin reparo alguno por la unidad de España o el legado tenebroso del terrorismo.
El fin es someter a la derecha, exigir disculpas por nuestra mera existencia. Y si te resistes a sus mantras excluyentes, eres expulsado, marginado del concepto de pueblo y democracia. Nos hallamos en el epicentro de una transformación social que la izquierda ansía para cimentar su hegemonía.
Y así llegamos a la justificación… Sánchez está preparando el terreno para lo que está por venir.
Él es plenamente consciente de que las inminentes revelaciones amenazan con arrasar con su Gobierno y su partido. Su estrategia es enfocarse en el lawfare y los medios de comunicación: los dos desafíos que aún no ha podido someter.
Resta ver hasta dónde está dispuesto a llegar. Europa observa con cautela las intenciones veladas de un Gobierno que se ha vuelto bruto y errático.
Mientras tanto, el disidente, el conservador, el liberal será estigmatizado y marcado bajo la acusación de fascismo, una táctica que despierta ecos siniestros de la peor historia pasada.
¿Parece una exageración? Hace una década sería impensable. Hoy, ante los recientes sucesos, tal vez no lo sea tanto.
Eso sí… por lo menos, no gobierna la derecha.