Como sucede cada primer viernes de marzo, la devoción inunda Madrid para que los fieles cumplan con una de las tradiciones más arraigadas y queridas de la capital: el Besapié del Cristo de Medinaceli. Desde varios días antes, la Basílica de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli se convierte en el epicentro religioso de la ciudad dando la bienvenida a miles de personas que guardan cola durante día y noche para rendir homenaje a una imagen venerada desde el siglo XVII.
Así, y hasta que el último fiel ha realizado su acto de fe, la Basílica abre sus puertas para permitir que los devotos se acerquen al Cristo de Medinaceli. Este año, el 1 de marzo marca el día en que esas filas kilométricas se extenderán por las calles aledañas, llevando a los creyentes a experimentar la conexión espiritual que trae consigo este evento tan especial.
La tradición del Besapié implica, literalmente, besar los pies de la imagen sagrada. Es un gesto cargado de simbolismo, donde los fieles expresan su devoción y buscan la intercesión divina al pedir tres deseos, confiando en que al menos uno de ellos se hará realidad. Este acto, que se puede realizar no solo en la fecha señalada, sino durante todos los viernes del año, establece un vínculo único entre los creyentes y la figura de Jesús de Medinaceli.
Cuatro siglos de fe
La historia de esta venerada imagen es tan rica y compleja como la devoción que despierta. Conocido como el Cristo Viajero, la talla del siglo XVII ha experimentado numerosos avatares y traslados por distintos puntos de España e incluso fuera de sus fronteras. Fue llevada por los Capuchinos a Marruecos para el culto de los soldados españoles, pero en 1681, durante el reinado de Musley Ismael, cayó prisionera y fue objeto de un desfile humillante por las calles como símbolo de odio contra la región cristiana.
El destino de la imagen cambió milagrosamente gracias a la intervención del Padre de la Orden de la Santísima Trinidad, Fray Pedro de los Ángeles. Solicitó el rescate de la imagen al rey, y tras diversas operaciones, la talla fue liberada por un rescate equivalente a su peso en oro, un número significativo en la historia cristiana.
Después de su liberación, la imagen siguió un itinerario que la llevó a Tetuán, Ceuta y Sevilla antes de llegar a Madrid en 1682. Este año marcó el inicio de la primera procesión en honor al Cristo de Medinaceli. Sin embargo, durante la Guerra Civil Española, la imagen fue ocultada para protegerla. Envuelta en sábanas, se resguardó en los sótanos del convento, para luego ser trasladada a diferentes lugares, incluyendo Valencia, Barcelona y la ciudad suiza de Ginebra.
Finalmente, en 1939, la imagen fue reclamada y recibida con honores militares en Pozuelo de Alarcón, para ser llevada a su templo actual, la Basílica de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli. Este traslado marcó el comienzo de una nueva etapa en la historia de la imagen, consolidando su presencia en Madrid y dando lugar a la consolidación de la tradición del Besapiés.
Visitas durante todo el año
A lo largo del año, la Basílica de Medinaceli recibe a numerosos visitantes, tanto locales como forasteros, que buscan experimentar la espiritualidad única que emana de esta venerada imagen. La devoción a Medinaceli entre los madrileños va en aumento, y la tradición del Besapiés continúa siendo un evento destacado en el calendario litúrgico de la ciudad.
El Besapiés del Cristo de Medinaceli es más que un acto de fe; es una celebración de la historia, la devoción y la persistencia a lo largo de los siglos. Cada beso en los pies de la imagen representa un vínculo eterno entre lo divino y lo terrenal, un recordatorio de la importancia de la tradición en la vida de la comunidad madrileña.
Tanto es así que las principales autoridades de la ciudad y la región, como el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, y la presidenta autonómica, Isabel Díaz Ayuso, acudirán a lo largo del día, mientras que también podría suponer la primera vez que la Princesa Leonor acuda a un acto que también está marcado en rojo en la agenda la Casa Real.