La personalidad influye en el trabajo que estamos dispuestos a hacer, pero también el trabajo influye en cómo somos.
En mi caso, iba para Ingeniero Técnico Forestal, porque me gusta la naturaleza y pensé que en esa carrera la encontraría; pero acabé tan harto de números que, bastante antes de acabarla, ya sabía que no iba a ejercer como ingeniero. Además, sabía que los que conocía con ese trabajo se tenían que mover mucho, y yo soy de raíces. En el bar de mi familia hacía falta alguien, y yo quería quedarme en el pueblo, así que fue una decisión que llegó por sí sola: Hostelero.
De joven uno puede con todo, y ese era un trabajo que estaba dispuesto a ejercer, y que ya me había tocado mientras estudiaba. En el otro sentido, ese trabajo seguramente me ayudó a socializar, lo cual considero positivo ya que soy de naturaleza más bien introvertida. Durante años fue ideal e incluso lo disfruté: era el punto de reunión de mis amigos y nos pegamos grandes momentos de charla o, cuando había menos gente o ya cerraba, jugando a juegos de mesa o videoconsola, o incluso grabando chorradas que no podemos llamar películas.
Pero no hay etapa que dure siempre, y la forma de ocio empezó a ser más el salir por ahí. Durante un tiempo tuve energías para incluso ir yo de fiesta tras cerrar el bar, y reenganchar con los amigos, pero la cuesta abajo de la edad debe de empezar a los veintipico, y va incrementando su pendiente con los años.
De modo que llegó un momento en que el bar era más bien un obstáculo para la socialización. Me refiero por supuesto a la socialización que se elige, no a la impuesta. Uno disfruta de socializar si es con las personas que escoge.
-Tomás, que esta noche hacemos una cena- -No puedo, tengo bar-
-Tomás, que este finde nos vamos a tal sitio- -No puedo, tengo bar-
Porque claro, en la hostelería se anda al revés que el resto del mundo.
El disfrute en el trabajo se acabó. Desde el bar se habían hecho y aún se harían buenas cosas para el pueblo, pero las ganas se me iban pasando y sin ganas no se hacen las cosas bien. El bar empezó a ser simplemente un trabajo… un trabajo de muchas horas, muchos días.
Y es un trabajo en el que hay que hacer de psicólogo y tirar mucho de psicología… para acabar teniendo que ir a un psicólogo de verdad.
Acabé con mi cuota de socialización, que la mía ya a priori estaba por debajo de la media, permanentemente rebasada.
Acabé los últimos años trabajando cual pájaro enjaulado; y algunos clientes, los menos educados (que de todo hubo, aunque por supuesto para la mayoría tengo agradecimientos), me tenían además por mono de feria. Como en un bar hay que aguantar para no bajarse el sueldo, y como hay que estar por encima de ciertas cosas y no ponerse a su nivel, acabé realmente saturado.
Quise aguantar hasta que se jubilara mi hermano, compañero de trabajo insuperable, pero habré acabado mostrando una imagen de mí mismo que ni siquiera es justa con el cliente.
He visto camareros a los que se les nota que están trabajando ya hastiados… y no es una visión agradable… y debe de ser la que han visto frecuentemente mis clientes, algunos de ellos amigos. Les pido disculpas.
Ahora, por fin, en un par de días dejaré mi vida como camarero condueño de su propio negocio, lo cual tiene los inconvenientes de los autónomos dueños de bar, y los inconvenientes de los camareros contratados.
Aguantar unos años más y decidirme por una tienda en el pueblo (la única), no obstante, ni siquiera me ha dado el beneplácito que se suele tener con quien cambia de trabajo: animarle con el nuevo y hasta reconocerle lo hecho en el que deja. Yo soy el malo de esta película en la que se cierra un bar, y he tenido muchas tocaduras de moral… pero supongo que se pasarán más pronto que tarde.
Espero que la tienda dé para ir tirando. No busco más dinero, sino más vida. Si no da, pues buscaré otra cosa, pero no será hostelería. Os pediría a todos comprensión con quienes se dedican a ese (mentalmente) duro trabajo.
He hecho varias versiones de un artículo titulado “Psicología de la hostelería”, contando cosas que toca soportar… pero no he llegado a nada publicable. Mejor no herir susceptibilidades. Ahora no me sale nada bueno.
Otra de las cosas de este trabajo, que incluye dar conversación y en el que los silencios se hacen incómodos, es que no solo se escuchan muchas cosas que acaban siendo tóxicas, sino que también se acaba hablando de más. Decía mi querido Vangelis que no le gustaba dar conciertos porque no sabía cómo se iba a sentir cuando llegara el momento de tocar (¡Qué difícil se hace poner buena cara cuando no se tiene buen día! …y en un bar las malas caras están mal vistas), y que no le gustaba conceder entrevistas porque tenía que decir muchas cosas que no necesitaba decir… ¡Cuántas cosas habré dicho yo que no necesitaba decirlas, que no debía decirlas… incluso que no quería decirlas! Pero que ahí quedaron.
Hace tiempo que también en mis artículos se instaló la queja y el fastidio por cómo son muchas cosas.
El mundo mejora gracias a los que hacen por mejorarlo, a lo cual se puede ayudar también con palabras… pero entre lo mucho y lo poco siempre está el término medio, y diría sobre mí mismo que estoy distanciado del equilibrio. Los cuatro años de alcalde, bar, padre primerizo y ciertos problemas personales, creo que me dejaron secuelas mentales. Demasiada presión que ahora me pregunto cómo soporté dando el callo.
Espero que pronto, con un trabajo más tranquilo, el mundo me empiece a parecer más amable, más humano, menos raro.
Espero que se me note también en los artículos, si es que sigo escribiéndolos y mandándolos para publicar. A lo largo de mi vida me ha dado por unas cuantas cosas que creo que he llegado a desarrollar a cierto nivel (tampoco mucho, lo sé): ajedrez, filmación, páginas web, fotografía, organización de fiestas, política… pero a lo que voy es a que de todo me he cansado más pronto que tarde, y el bar no iba a ser menos y la escritura… pues ya veremos.
Así que, por si acaso, me despido… si es que sigue alguien ahí después de haber opinado tanto y sobre tantas cosas, que probablemente no quede nadie que me haya leído, que no haya encontrado algo por lo que parecerle un estúpido… y encima sin cobrar un céntimo lo cual, si acaso, me confirma como estúpido.
Uno solo es dueño de sus silencios, eso ya lo dijo Aristóteles hace mucho pero yo aún no he aprendido a usarlo bien. Por ahí quedan mis palabras publicadas, de las que ya soy esclavo.
Pero no quiero despedirme con dramas.
Es curioso, pero teniendo razones para no gustarme la Navidad, porque me crié con un bar pegado a la casa y tengo la sensación de que nunca fue un verdadero hogar (desde luego, no uno de esos entrañables de las películas o que veía en otras casas)… resulta que sin embargo me encanta la Navidad, y este año espero al fin poder disfrutarla como se merece.
Reitero mis disculpas a clientes por yo mismo haber aguantado y ellos haberme tenido que aguantar como barman agobiado, y os deseo de corazón, también a mis lectores, unas felices fiestas, próspero año… y lo que venga después.