Me sorprendo cada día con nuevas e infinitas iniciativas a cual más descabalada, a cual más ocurrente, a cual más embaucadora y farsante. Un día una voz que viene de más allá del charco me llama por teléfono para comunicarme un cambio en mi contrato telefónico.
Resulta que me van a subir de inmediato la cuota y que, para evitarlo, puedo aplicar varias fórmulas como pasarme a una nueva compañía con una cuota más reducida. Para ello solicitan mis datos bancarios y ahí empiezo a mosquearme, porque alguien me ha aconsejado que nunca comunique por teléfono mis datos bancarios.
Esta precaución me salva, según me entero después, de haber sufrido una estafa en toda regla, o un cambio a una compañía más cara, o el cobro indebido y fraudulento de cantidades abultadas de dinero en mi cuenta bancaria.
Otro día, una organización que defiende mis derechos como escritor, me ofrece participar en un seminario en el que me informarán sobre la posibilidad de saber si mis libros, mis cuentos, mis poemas, están siendo utilizados para entrenar a la Inteligencia Artificial (IA).
Tiene narices que lo que yo escribo y mis técnicas de escritura puedan estar siendo utilizadas para entrenar a una máquina que escriba aún mejor que yo. Por menos de eso, los actores y guionistas estadounidenses la han liado parda hasta que han conseguido alcanzar un acuerdo que regula algunas cosas como que esa famosa IA nunca obtendrá derechos de autor, o que ninguna obra podrá ser totalmente realizada con esa herramienta.
Hoy me he topado con la noticia de que una de esas Inteligencias Artificiales, con voz entrenada para sonar como voz real, con “un tono de conversación natural”, dice la noticia, va a comenzar a llamar a mayores de 75 años, en un plan de entrenamiento piloto, en el que el Ayuntamiento de Madrid intentará detectar el grado de soledad en que viven.
A partir de ahí el Ayuntamiento, una vez sonsacadas las condiciones de vida de cada quien, se dedicará a ofrecer los servicios municipales, las actividades y los centros donde se realizan, para que los mayores puedan apuntarse. Así, a bote pronto, a primera vista, no parece mala idea, especialmente ahora, que nos comienzan a acostumbrar a que las máquinas pueden facilitarnos la vida.
Cuando llamamos a un banco, a un servicio público, a un centro sanitario, a un seguro de auto o vivienda es una máquina la que nos entretiene hasta que no le queda más remedio que pasarnos con una persona, o termina por aconsejarnos que llamemos en otro momento cuando los “agentes” no estén ocupados.
Lo dicho, no me parece mal que la Inteligencia Artificial ayude en la detección, el diagnóstico, o incluso en el tratamiento de determinadas enfermedades. Me cuentan que el análisis de nuestros movimientos al andar con el teléfono móvil en el bolsillo permite detectar enfermedades de deterioro motor.
Lo que me parece mal es que nuestros políticos apuesten por reducir costes de personal profesional, formado y especializado, a base de hacer que sean máquinas las que tratan desde el principio con los seres humanos y permitiendo que terminen tomando decisiones sobre sus vidas.
Pronto unos pocos y siempre insuficientes seres humanos se convertirán en inspectores, supervisores, e interventores de los informes, diagnósticos y tratamientos que las máquinas decidan aplicar a decenas de miles, cientos de miles, o millones de ciudadanos y ciudadanas.
Todo muy aséptico, muy racional, muy deshumanizado. Todo sin rumbo, sin sentido, sin Norte. Todo un mundo desnortado.