No fueron agarrones y puñetazos, como hemos visto en algunos hemiciclos del este de Europa o del continente asiático. Tampoco un «te voy a arrancar la cabeza» (aunque no sería la primera vez), ni un papelito depositado en el escaño con un “te espero a la salida” como hacíamos en el colegio cuando queríamos ajustar cuentas con nuestro archienemigo de la infancia.
Pero el efecto de los tres toques en la cara del ya exconcejal Viondi al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, tiene el mismo efecto y fondo; el del matonismo que, aparentemente, se está instalando (y enquistando) en la política española.
El parlamentarismo tiene que ver, como su nombre indica, con el uso de la palabra. Y en las diferentes ágoras de la política patria hay verdaderos virtuosos de este arte, de todos los colores políticos. El problema viene cuando se cambia la ironía y el ingenio por los ataques personales o los insultos. Por los dedos que señalan perdonando vidas. O, como en este caso, por unas palmadas nada amistosas en la mejilla.
La democracia, aún joven, llegó para poner fin a todas esas prácticas intimidatorias que creíamos desterradas, pero que desgraciadamente no solo siguen ahí, sino que también las están adoptando sin ningún tipo de reparo aquellos que hace apenas unas décadas decían verse silenciados.
La polarización de la política en España está sacando lo peor de nosotros, también de aquellos a los que dimos nuestros votos precisamente para intentar vivir un poco mejor, pero que lo único que han conseguido es que nos llevemos la mala hostia y las ganas de discutir a la oficina después de tragarnos espectáculos más propios de una cantina de Western que del lugar en el que nuestros representantes públicos deben dar ejemplo.
Al final iba a tener Mariano Rajoy con su “cuanto peor, mejor para todos” y nos va a tocar comulgar con una normalización del matonismo en la política, ya sea físico o verbal. Eso sí, os hago un spolier. Estas cosas no suelen acabar bien.