A falta de torre física en el edificio del Congreso, parece ser que el PSOE le va a colocar una inmaterial… para llegar a lo más alto y también, como la de Babel, para sembrar el desconcierto lingüístico.
Leo opiniones a favor de meter gallego, euskera y catalán en el Congreso, haciendo comparaciones con el Parlamento Europeo, donde se manejan nada menos que 24 lenguas; o con el propio Senado de España, donde ya hace unos años que se las tienen que entender con este guirigay, a razón de 12.000 euros de presupuesto en traducciones por sesión.
Lo que pasa es que en el Parlamento Europeo no hay más remedio que establecer ese magnífico dispositivo, y aquí es absolutamente innecesario ya que todos los que hablan y entienden catalán, gallego o euskera, hablan y entienden perfectamente español (o castellano si prefieren llamarlo así, aunque ambas palabras sean sinónimas).
Y pasa también que el Senado es prescindible, y poco más da que hayan introducido ese artificio añadido. Al fin y al cabo, aunque no se diga abiertamente, algunos políticos no te esconderán en petit comité que el Senado para lo que verdaderamente sirve es para colocar a políticos ahí a cobrar un sueldo en pago por servicios prestados al partido, o para tenerlos en la recámara, que tal vez es como debiera llamarse la Cámara Alta.
Con esto no digo que haya personas ineptas en el Senado, no me malinterpreten, digo que el propio Senado es innecesario porque de hecho apenas tiene funciones que no lo sean. De hecho, sin duda habrá en el Senado personas que mejor estarían en puestos verdaderamente útiles.
Si os habéis enfrentado a alguna traducción, sabréis que el asunto se las trae. Que en las traducciones además de los idiomas no es ya que sea necesario conocer el contexto, sino que uno necesitaría estar en la cabeza de quien toca traducir para saber realmente cómo traducir bien lo que dice. Los grandes traductores de un idioma no solo dominan el idioma, sino que son grandes conocedores de la idiosincrasia de donde toca traducir, y grandes conocedores de a quien toca traducir.
Traducir un idioma con precisión no es fácil, y menos si hay que traducir al momento.
El tener que recurrir a traducción simultánea restará agilidad al entendimiento, y supondrá inevitablemente, ya que errare humanum est, confusiones puntuales.
Eso, además del gasto económico extra… como si no hubiera mejores asuntos con falta de presupuesto.
Y todo ello teniendo en cuenta, recalco, que es absolutamente innecesario; que se hace solo para pagar un precio político para poder gobernar con independentistas, a los que les importa más el chovinismo que mejorar la vida de los ciudadanos.
Recuerdo una conversación en mi casa con un Senador, que afortunadamente ya está en un lugar en que se aprovecha mejor su inteligencia y valía, que me contaba que un alcalde socialista de Tordesillas no estaba nada cómodo con la infame “fiesta” del Toro de la Vega, pero que tenía dos opciones:
a) Oponerse a la celebración del Toro de la Vega, y asegurarse por entonces el no salir elegido alcalde y, por tanto, no poder aplicar ninguna de sus políticas.
b) Aceptar la celebración del Toro de la Vega, hacer de tripas corazón cuando tocara, y todo el resto del tiempo poder aplicar sus políticas socialistas.
En política siempre toca sacrificar unas cosas para poder hacer otras.
Tal vez el tener que estar con pinganillo en el Congreso sea un precio a pagar asumible (otra cosa sería la amnistía esa para que la vuelvan a liar), en favor de aplicar otras políticas sociales, pero lo que verdaderamente me joroba es que sea una forma de tapar el verdadero problema político de este país, que es no cambiar la ley electoral para dejar de tener siempre condicionada a toda España por un par de regiones.
¿Qué tal un ponerse de acuerdo PP y PSOE para cambiar la ley electoral, tal vez al sistema de segunda vuelta, y, si eso, ya después volvemos a votar? Porque nuevas elecciones con el sistema actual parece que de poco serviría.
Pero me temo que no veremos ese cambio, y seguiremos con la torre de Babel también en el sentido metafórico de no entendernos ni para construir el bien común.