Cuando llega el verano, y especialmente cuando aprieta tan fuerte como lo está haciendo en estos primeros días, tratamos de buscar recursos para combatir las altas temperaturas, especialmente en lugares que nos permitan refrescarnos con un chapuzón. Y aunque en la región madrileña tenemos infinidad de posibilidades, lo cierto es que entre ellas no podemos incluir a los embalses, ya que el baño, salvo en el Pantano de San Juan, está prohibido.
Por tanto, nos dejaremos el bikini en casa, pero aun así nos vamos acercar a una de estas masas de agua, concretamente al Embalse de Santillana, en el municipio de Manzanares el Real, para descubrir un poco más acerca de esta centenaria obra de ingeniería hidráulica y su fascinante torre, que parece recién sacada de una fábula medieval.
Pero empecemos por el principio. En las postrimerías del siglo XIX, la cercana ciudad de Madrid comenzaba a ganar población y se hacía necesario mejorar el sistema de abastecimiento de electricidad de sus habitantes. Arrancaba entonces, concretamente en 1899, el ambicioso proyecto de Joaquín de Arteaga y Echagüe, marqués de Santillana y duque del Infantado, quien invirtió parte de su fortuna en crear la primera red hidroeléctrica que llevó energía a la capital.
Lo hacía con la adquisición de tres metros cúbicos por segundo de las aguas del río Manzanares. Era el germen de lo que en 1905 se convertiría en la Sociedad Anónima Hidráulica Santillana y que, solo tres años después, en 1908, levantaba al Embalse de Santillana, concebido para regular el caudal con el que se iban a alimentar diferentes saltos de agua que más adelante generarían electricidad. Esta infraestructura se encargaba además de suministrar agua a diversos pueblos como Colmenar Viejo, Fuencarral, El Pardo, Chamartín, San Sebastián de los Reyes, Alcobendas y Pozuelo de Alarcón.
Cumplió dichas funciones durante décadas hasta que, a finales de los años 60, la presa originaria quedó obsoleta, ya que se querían dar nuevos usos a las aguas de la zona. Así, en 1971 finalizó la construcción de un nuevo dique, que duplicaba su capacidad de almacenamiento y anegaba las anteriores instalaciones. Perdón, casi todas.
Porque todavía hoy, como un vigilante eterno, se alza una preciosa torre granítica de estilo neogótico de 35 metros, con forma octogonal decorada con bolas de piedras en sus ocho caras, destacando en la principal el escudo del Real Manzanares, que parece flotar sobre las aguas del Embalse. En su día se empleó como museo, pudiendo acceder a ella a través de un puente, aunque ya no se encuentra abierto al público y no se autoriza ni siquiera el acceso a sus inmediaciones.
Bajo las aguas yace, eso sí la base de la torre, con una fachada en la que se abría una puerta de ingreso, que emulaba a la portada principal del Castillo de Manzanares el Real. De hecho, la idea era que no desentonara con el mencionado castillo. También permanece inundado el muro de contención, con forma de muralla, con sus almenas y torres defensivas adosadas, hoy ya perdidas para siempre.
Imagen portada: Miguel Angel Gómez – Canal de Isabel II