La una de la madrugada. Llego derrotado psicológicamente al ordenador, buscando en la escritura una terapia.
Ni siquiera ha sido un día especialmente complicado en el trabajo, o en otro asunto. Ni siquiera ha sido un día especialmente complicado de las niñas… pero han sido ellas, como tantas veces, las que me han superado.
¡Qué complicado me parece, sobre todo, el primer año y pico de los hijos!
Entregaría mi Vida por ellas, son lo mejor de mi existencia… pero eso no quita para reconocer que a veces también me llevan al límite.
Sea como sea un día, llega un momento en que el cuerpo y la mente dicen a su manera que basta ya, que toca descansar… pero puede que a tus hijas eso les importe un bledo. A la pequeña porque no se entera aún de eso, y a la un poco mayor porque realmente le importe un Amaranthus.
Me creo que, lo mismo que hay niños hiperactivos, los haya de carácter tan apacible que de verdad funcione con ellos lo de la educación en positivo (como funcionaría cualquier cosa entonces).
Acepto también que habrá padres y madres tan pacientes, aplicados y sobrados de tiempo, que hagan valer la educación en positivo en algún niño que no sea del todo fácil.
Pero definitivamente no me creo que sea un método educativo válido en términos generales.
Y me preocupan estas cosas, y procuro informarme. Me preocupa el equilibrio en la educación. Me preocupa también hasta qué punto dejarle a los niños su maravillosa inocencia, o quitársela un poco para que estén prevenidos como protección ante pederastas y demás residuos humanos. Me preocupa incluso, ya que además tengo dos hijAs, si realmente es importante el lenguaje inclusivo en medio de la exageración (o no) con éste.
Vamos a recordar que la educación en positivo, así a grandes rasgos, dice que se trata de educar con amabilidad y firmeza.
-Amabilidad y firmeza- ¡Qué gran eslogan! ¡Si es que saben cómo encandilarnos!
Lo que pasa es que lo de la firmeza se diluye en la «amabilidad».
Entre las normas de esta indisciplina está el que no se puede dar ni un azote en el culo a un niño, ni dar voces, ni amenazar, ni castigar… y se juega todo, en definitiva, a la baza de la amabilidad; como si un niño fuera capaz de razonar como no hace a veces ni un adulto, cuando le dices por ejemplo que por favor deje de tocar los cojones a las doce de la noche.
¡Ah, que no se le dice así a un niño…! Desde luego, para cuando le digo lo de cojones ya he pasado por el proceso anterior de pedírselo de tantas formas amables como se me han ocurrido, y el niño se ha ido pitorreando de todas ellas de una sola manera: pasando de mí. Porque a un niño, a veces, hasta que no llega una voz, una advertencia de castigo o un azote, no hay dios que lo pare por mucho que lo diga un catedrático de educación en positivo, que me pregunto si ha tenido hijos o si ha tenido muebles por hijos, con perdón.
Porque hay tantas y tantas situaciones cotidianas en que no funciona la educación en positivo, que es sencillamente un fraude.
Un niño puede convertir en un desquiciante reto cada proceso del día.
Se despierta y puede que ya haya problemas para apearse de la cama, problemas para vestirse, para desayunar… y la hora del cole es la que es, y el reloj tiene la mala costumbre de seguir contando el tiempo aunque tú trates de que tu hijo funcione en positivo.
A la hora de comer puede que no quiera esas legumbres que has hecho con dedicación, y que prefiera, como todos los días a todas las horas, espaguetis o un dulce. Y otra vez que falla la educación en positivo, porque no hay manera buena de que haga una alimentación completa.
Y toca hacer la compra y quiere todos los chocolates y juguetillos que va viendo, y uno entiende que es que es mucha tentación para su cabecita y se va teniendo paciencia, pero le da por ejemplo por romper una hilera de tarros de mermelada y a ver quién es el santo que tiene la sangre fría de decirle -mira cariño, eso está feo y no lo hagas más-, que la reacción a tanta amabilidad sin consecuencias bien puede ser continuar con la hilera de tarros de fruta en almíbar.
Y toca meterse en el coche con la compra y llueve, pero el niño que no se monta, y en vez de un cachete y zumbando, ponte tú a explicarle el positivismo durante diez minutos… cruzando los dedos para que cuando acabes haga caso.
Toca viaje en transporte público y a la criatura se le ocurre que no se quiere poner el cinturón de seguridad, porque está mal a gusto, y le explicas las cosas como dicen en el libro que hay que hacer, y te suelta patadas y brazadas. Y falla oootra vez el método en positivo.
Y paro ya de ejemplos porque ya se entiende ¿A que sí?
Sin embargo, el método de educación en positivo te pone también muchos ejemplos en los que las cosas funcionan cual guión de una película… pero claro, es que ahí está el truco: en que son un guión.
La realidad supera a la ficción.
Empecé siendo ya escéptico con este sistema de educación, pero me dije que debía enterarme en condiciones de lo que era y escogí un libro altamente recomendado al efecto. Al acabarlo pensé: -Dios mío ¿Por qué no leí esto antes? ¡Es maravilloso!- Porque claro, a uno le gusta que las cosas salgan bien con sus hijos. Uno se quiere creer que no va a tener que volver a reñir a su hijo. Pero tras meses de tratar de aplicar ese método, te acabas convenciendo de que si a un niño le aplicas ese método, te acaba dominando él a ti.
Y claro, es que en la Era de lo políticamente correcto y el lenguaje inclusivo, hablar de aplicar el sistema tradicional no mola. No mola que alguien diga que le da un azote a su hijo si hace falta; lo que se lleva son las pantallas.
Antes de quitarme de Facebook, un mensaje mío diciendo que la educación en positivo no funciona, en una publicación al respecto en el periódico El País, ha sido mi mayor éxito en redes sociales, con cientos de mensajes poniéndome a parir.
Ahí, en Internet… donde también se lee que la mejor generación era esa que tristemente se llevó el CoronaVirus en mayor número: la de las personas mayores; esa misma cuyo método de educación fue la hebilla del cinturón. Y no defiendo eso, eh, no defiendo las palizas aunque si uno mira quienes se educaron con ellas, la mayoría son, efectivamente, esos que levantaron España; pero las personas de cuarenta años para arriba han recibido sus raciones de cachetes, castigos y demás y son aún generaciones sanas, trabajadoras, sin traumas por haber tenido algo de disciplina.
Quienes se están criando con este método de educación en positivo… veremos, pero ya se habla de generaciones de cristal.
Así que al final puede que lo de la educación en positivo sea solo un método de esos para vender a gente desesperada.
Porque uno se desespera a menudo con sus hijos, ya que lo cambian absolutamente todo en tu vida, y cuando se les da un azote, para el niño tal vez es más el susto que el contacto, pero para el padre o madre duelen en el alma, y al final se busca la forma de que las cosas funcionen sin dolor de ninguna clase, y ahí están esos libros ofreciendo la solución. Y uno los compra, y para cuando se da cuenta de que no funcionan, que la vida es alegría y es dolor y la vida es así la vida, ya el método cumplió su función: vendió.
En la larga etapa de dormir mal de mi hija pequeña (porque la otra ha sido de dormir mejor), estuvimos a punto de comprar otro de esos cebos, uno de esos libros que te dicen cómo hacer para que tu hijo duerma bien. Son como el chocolate para los niños, una golosina, una tentación a la que es difícil resistirse: ahí está la solución a poder descansar, al menos de noche, del agotamiento al que te someten de día.
Pero resistí la tentación, advertido ya como estaba por lo que pasó con el libro de educación en positivo.
Y al final pasó la etapa esa de dormir tan mal, como pasan también las etapas de pataletas y otras porque, sencillamente, así ocurre con los niños.
Si hubiera comprado uno de esos libros, hubiera intentado algo de lo que ponen, y tal vez hubiera atribuido el que mi hija empezara a dormir mejor a algo del libro, en lugar de a que simplemente se pasó esa etapa.
De haberlo comprado, tanto si hubiera (aparentemente) funcionado como si no, hubiera dado igual para la editorial: libro vendido.
La desesperación vende.
Y de eso se aprovechan muchos autores y editoriales.
Y no digo tampoco que sean malos, pues tratan de dar buenos consejos que debería ser por donde se empiece para educar. Puede que haya a quien sí le echen una mano, así que si crees que puede ser así: cómpralo, no te quedes con la duda.
Pero es que si eres una persona normal ya habrás empezado por aplicar esos métodos sin darte ni cuenta; y si eres un bruto al que vinieran especialmente bien esos libros… bueno, un bruto ni leerá un libro de esos ni estará leyendo esto.
Así que, en definitiva, dudo mucho del sentido práctico de esos libros, salvo como modo de ganar dinero para quien se lo sepa montar bien con ellos.
Trata de hacerlo lo mejor posible y seguro que estará bien, no hace falta un método ajeno para cuidar de tu hijo. Tu hijo será mejor o peor en distintos aspectos, en ello influyen muchas cosas… pero ni tú eres peor padre o madre, ni tu hijo será peor por haber recibido algún cachete en el culo si a ti te ha parecido que en determinado momento era necesario.
PD: No quería perder la ocasión de dejar aquí nota, en forma de recomendación, de dos de esas cosas (éstas ya físicas, no de psicología) que se aprende con la experiencia que no son como las cuentan; y es que recomiendan a uno embadurnar de crema hidratante a los bebés, y limpiarles pipí y caca con toallitas… y así hicimos con mi primera hija durante un tiempo, pero son dos costumbres erróneas.
Lo de la crema yo es que ya pensaba -¿Por qué? ¿Es que hace años, o actualmente donde no hay medios, tienen los niños peor la piel por no echarles crema?- o incluso -¿No estaremos acostumbrando la piel de la criatura a crema: a una cosa que no debe ser…? Y luego, cuando se deje de echar crema ¿No echará de menos la piel la crema y habrá un problema?- Y así, a mi hija mayor se la dejamos de echar más pronto que tarde, y a la pequeña no se la hemos echado nunca… y sin problemas.
Y lo de las toallitas: son un problema ambiental, pero es que son un problema también para los niños, porque por bien que se haga siempre dejan restos, aunque solo sean los de lo que sea que están impregnadas las propias toallitas, y luego llegan las irritaciones de piel. Mi hija mayor tuvo muchos problemas de esos, hasta que dejamos de usar las malditas toallitas y limpiábamos simplemente con agua. Y con mi hija pequeña siempre hemos hecho así, lavar con agua y punto, y sin problemas.