Después del larguísimo Puente de Mayo, llegan las festividades de San Isidro, una de las celebraciones más esperadas de la ciudad. De este modo, el chotis, los claveles, las rosquillas y un ambiente lleno de luz y color invaden las calles de la capital durante estos días de celebración para conmemorar la festividad de San Isidro.

Pero, ¿quién era este ilustre madrileño, del que hemos celebrado su IV centenario de la canonización del santo y la concesión del Año Santo Jubilar San Isidro Labrador por el Papa Francisco, y por qué tenía la fama de «no pegar palo al agua»?

Nacido en el siglo XI, en el seno de una familia humilde, Isidro de Merlo y Quintana no tuvo acceso a una educación formal, pero heredó de sus padres una profunda fe en la religión cristiana. Desde los diez años, comenzó a trabajar como labrador en la finca de Vargas y, con el tiempo, contrajo matrimonio con María Toribio, quien más tarde sería recordada como Santa María de la Cabeza.

¿Por qué acusaban a San Isidro de «vago»?

A pesar de la creencia de que era vago, esta afirmación no es cierta, ya que, esa fama que tenía, era debida a que durante las madrugadas hacía visitas a los templos cristianos antes de comenzar a trabajar. San Isidro no iniciaba ninguna jornada laboral sin haber asistido antes a la Santa Misa, por lo que fueron sus propios compañeros los que le tacharon de ser un vago.

Una vez que corrió el rumor de esta acusación y llegó al Señor Vargas, el dueño de la finca en la que San Isidro trabajaba. Este comenzó a observar a ver si era cierto lo que decían. De esta manera, descubrió que cuando San Isidro llegaba un poco más tarde al trabajo por estar rezando en la iglesia, un personaje guiaba al ganado de bueyes, que pastaban en el campo como si el campesino les diera órdenes.

San Isidro siguió trabajando, esta vez en otra finca, y sus compañeros siguieron envidiándolo y calumniando sobre él, por el mismo motivo, por lo que el dueño de la otra finca puso a cada uno a trabajar en una parcela, y su sorpresa fue que la de San Isidro, produjo el doble que las demás.

Una generosidad sin límites

Se cuenta que la generosidad de San Isidro no tenía límites y que compartía lo que ganaba con su familia, la iglesia y los pobres. En una ocasión, mientras trabajaba en el campo con su hijo pequeño, la canasta en la que estaba el bebé cayó accidentalmente a un pozo profundo, fuera de su alcance.

Allí se arrodillaron y rezaron con fe, y el agua del pozo comenzó a subir hasta que la canasta con el niño apareció ilesa. En otra finca donde trabajó, Isidro recibió las mismas críticas que en la finca de Vargas. Su nuevo patrón, informado de las acusaciones de absentismo laboral, lo asignó a cultivar una parcela de tierra, la cual produjo el doble que las de los demás labradores.

San Isidro falleció a los 90 años y la Iglesia le atribuye un total de 438 milagros, incluyendo el de elevar las aguas del pozo donde estaba su hijo, arar la tierra con la ayuda de su fe, mantener su cuerpo incorrupto después de la muerte y sanar a los enfermos.

Una vez que San Isidro murió sucedió el milagro de Felipe II, al que curó debido a que estaba gravísimamente enfermo. Sacaron los restos de San Isidro Labrador del templo donde los habían llevado y tan pronto como salieron, al rey se le quitó la fiebre y al llegar los restos junto a él, se que curó la enfermedad.

Estos son unos pocos milagros de todos los que llevó a cabo el patrón de Madrid, además de la caridad que practicó y el enorme legado que dejó en la ciudad donde nació Madrid.