Isabel Díaz Ayuso gobernará, durante cuatro años más, la Comunidad de Madrid. Y en esta nueva legislatura no dependerán de ningún socio que haga tambalear su programa, como le sucedió con el “Aguadogate” y la maniobra defensiva para esquivar una moción de censura intestina.
Los más de 1.500.000 votos que le han otorgado los madrileños suponen un total de 71 escaños que le permitirán estar al frente de la región con mayoría absoluta, con vía libre para sacar adelante todos los puntos de su programa sin tener que conceder nada, pero también con la responsabilidad de aquel que sabe que, si algo no se ha cumplido, no habrá nadie a quien echarle la culpa.
El descenso en la participación ya no es excusa para una derrota de la izquierda a su conjunto que se ha quedado a una distancia abismal de la actual presidenta. Es momento de lamerse las heridas y quizá replantearse que la oposición que han hecho hasta el momento no sirve para acabar con la hegemonía popular en la región. Las acusaciones y la destrucción en vez de la construcción no son buena receta para seducir a una población que parece que sí está cómoda con las cañas… y con todas las cosas que han ganado en los últimos años.
Mónica García ha logrado superar su techo de hace dos años y dejar a Más Madrid con 27 escaños, volviendo a ser el principal partido de la oposición. La promesa de una mejor sanidad pública no ha sido suficiente y tampoco ha ayudado el hecho de tomar la bandera de las actuaciones contra el calor, en una ciudad en la que estamos acostumbrados a veranos tórridos de asfalto. Sea como fuere, el proyecto ilusionante que parecía ser se empieza a difuminar y, aunque seguirán teniendo una importante representación en la Asamblea, es probable que no sea suficiente para que sean una alternativa real dentro de unos muy largos cuatro años.
El PSOE también ha sumado escaños, empatando a 27 con Más Madrid, aunque a un precio tremendamente amargo. Porque a nadie debe consolar sumar algunos asientos más en la Asamblea, cuando los resultados, en otras circunstancias, serían para llevarse las manos a la cabeza. No es menos cierto que, viendo lo que ha sucedido en el resto de España, quizá Juan Lobato se ha visto más lastrado por la deriva del partido a nivel nacional de lo que le hubiera gustado y seguramente de lo que hubiera merecido. Pero, muy a su pesar, el hartazgo social que se percibe ha dado el salto de las redes sociales a las urnas.
Sin embargo, en ninguno de los dos casos podemos hablar de fracaso, ya que sabíamos que la empresa de desbancar a Ayuso era harto complicada. Tampoco lo es en el caso de VOX, que ha mantenido más a o menos a sus votantes, dejándose, eso sí, tres escaños por el camino. Sí lo es, sin paliativos, en el caso de Unidas Podemos, que suma un nuevo descalabro en la Comunidad de Madrid y sale del hemiciclo. En su caso no es que la estrategia haya sido equivocada, es que directamente no ha existido. Lo que un día pareció una opción real al sistema establecido, incluso un soplo de aire fresco para hacer frente al independentismo, se ha convertido en una caricatura política que, o cambian mucho las cosas, o puede estar viviendo en este 2023, con las elecciones generales en el horizonte, su último año como formación.
Igual que ya podemos dar como prácticamente extinto a Ciudadanos, que de nuevo se queda sin representación y se les acaban los vasos medio llenos a los que aferrarse para seguir. Su proyecto, lineal en el tiempo con el de Podemos, también ha hecho aguas por todos lados y ya no quedan descosidos por zurcir ni refundaciones que plantearse. Es, directamente, la confirmación de una pesadilla que una vez fue un sueño.
A partir de este 29 de mayo viviremos en una Comunidad de Madrid monocolor. Los madrileños confiaron en Ayuso por su arriesgada (y, con el tiempo, acertada) gestión de la pandemia. Todos aquellos que apostaron por su trabajo han decidido volver a hacerlo, sumando a más a la causa. Ahora tiene la oportunidad de que en 2027 la veamos como la mejor presidenta de la historia de la Comunidad de Madrid.