La Semana Santa madrileña vive este Viernes Santo, 7 de abril de 2023, su momento más relevante y con mayor actividad, con diferentes procesiones, entre las que destaca la más emblemática de la capital, la Procesión de Jesús de Medinaceli. Organizada por la ‘Archicofradía Primaria de la Real e Ilustre Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno’, discurre por el barrio de Las Cortes en la estación de penitencia.
Es la procesión que mayor número de fieles congrega y provoca mayor devoción de toda la Semana Santa en nuestra región. En ella, desfilan los esclavos de Jesús vistiendo el hábito nazareno que consta de túnica y capirote morados. Además, cada año participan los devotos que lo desean, portando cadenas o alumbramiento, sin vestir hábito y llegando de distintos puntos de España y del extranjero. En cada ocasión, acuden a esta cita cerca de 800.000 personas, según los datos proporcionados por el Consejo de Cofradías de Madrid.
El recorrido parte a las 19:00 horas de su Basílica (Plaza de Jesús, 2), por la calle Jesús hasta la carrera de San Jerónimo, y recorre los puntos más representativos de Madrid, pasando por la Puerta del Sol (sede del Gobierno regional), calle Alcalá, la Cibeles (actual sede del Ayuntamiento) y regresando por el Paseo del Prado hasta Neptuno, la Plaza de las Cortes y el Congreso de los Diputados.
Como parte de la programación de la Semana Santa de 2023, las saetas flamencas vuelven a Madrid de la mano de los mejores cantaores. En la Procesión de Jesús de Medinaceli, se podrá presenciar una saeta a cargo del cantaor flamenco Kiki Morente. Interpretará una saeta popular cuando el Jesús de Medinaceli pase delante de la Sede Canónica en la Iglesia de Calatrava y la Virgen de la Soledad salga a su encuentro. El hijo de Enrique Morente tiene un talento que no deja de propagarse en todas las direcciones que el flamenco es capaz de recoger.
Origen e historia del Jesús de Medinaceli
La extendida devoción madrileña, que ha alcanzado por momentos interés internacional, es fruto de una historia que se remonta al siglo XVII en Sevilla, cuando Juan de Mesa o alguno de sus discípulos, como Luis de la Peña o Francisco de Ocampo, según diferentes fuentes, la tallaron a petición de los Padres Capuchinos de la capital andaluza. Ha vivido secuestros, rescates e incluso un exilio, y ha sido protagonista en numerosos acontecimientos. Algunos consideran un milagro, que este busto todavía permanezca entronizado en el altar mayor de su basílica en Madrid y recibiendo cada año peregrinos y creyentes en busca de consuelo y ayuda.
La talla de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Cristo de Medinaceli, está realizada a tamaño natural y representa al Ecce Homo en el momento de presentarse ante Poncio Pilato. Un dato aún desconocido, es que la imagen se presenta vestida con lujosas sayas y peluca, pero es una escultura completamente policromada, cubierta con un paño de pureza. Su melena tallada es uno de los detalles que más impresionan al observador, a pesar de permanecer oculta.
El Cristo de Medinaceli en Marruecos
La historia del Jesús de Medinaceli está ligada a un enclave estratégico de La Mámora, en la actual urbe marroquí de Mehdía. Este lugar al norte del continente africano estuvo controlado por Las Españas entre 1614 y 1681, y lo renombraron como San Miguel de Ultramar. Aún son desconocidos los detalles sobre el origen de esta talla, que es el Nazareno más universal de nuestra ciudad, aunque sí sabemos que a mediados del siglo XVIII, fue trasladada hasta la citada ciudad de marroquí para recibir el culto de los Capuchinos allí establecidos.
Tal y como cuentan las crónicas, los Padres Capuchinos se asentaron en La Mámora desde 1645, dado que la misión evangelizadora estaba encomendada anteriormente a los Franciscanos. De igual manera, ese mismo año tuvo lugar un terrible incendio en la ciudad, que entre otros edificios arrasó la iglesia y todos sus bienes. Estos hechos han llevado a pensar a muchos investigadores que la imagen de Jesús Nazareno no llegó a este enclave hasta tiempos posteriores a 1645, ya que si no hubiera sido así, habría ardido en las llamas.
Fue el 30 de abril de 1681, cuando el sultán de Marruecos, Muley Ismael, inició una ofensiva a La Mámora, que se vio asediada por los musulmanes y obligada a capitular. Para salvar la vida, la gran mayoría de los ciudadanos se ofrecieron como esclavos, y a ellos, se unieron también los tesoros de la iglesia. En señal de desprecio a la Fe católica, el sultán Muley Ismael ordenó arrastrar por las calles de la ciudad la imagen del Cristo, que todavía no era de Medinaceli, sino Cautivo. De la misma forma, también fue echado a los leones, simulando que lo despedazaban.
El Señor de Madrid
Una de las curiosidades de esta escultura, es que lleva colgado del cuello un escapulario trinitario. La explicación está en su rescate, llevado a cabo por esta orden religiosa que colocó este elemento a todos los cautivos a los que liberaron en Marruecos, y también a las sagradas imágenes. Desde entonces, la talla se muestra con este objeto que recuerda su cautiverio y rescate.
En enero de 1682, las efigies religiosas fueron trasladadas a Ceuta, y de allí hasta Sevilla, al Convento de los Trinitarios. Sin embargo, Carlos II ordenó que fueran llevadas hasta la Villa y Corte de Madrid, donde las recibieron de manera triunfal. De esta manera, la historia de la talla del Nazareno que fue cautivo por los musulmanes y sometido a una nueva Pasión, comenzó a difundirse por todos los territorios que componían Las Españas, ya que era un relato que conmocionaba e impresionaba. Todo esto, fue el comienzo para extensión de una devoción que ha acabado convirtiéndose en universal.
Un viaje por las iglesias de la capital
Un tiempo después, con la ocupación de los franceses y la Guerra de la Independencia, la talla abandonó su ubicación original en 1809 y fue trasladada al Convento de los Padres Basilios, actual Iglesia de San Martín, en la Plaza de la Luna. Después, en 1814, volvería a su capilla, que había sufrido importante desperfectos, por los que el cenobio tuvo que ser reedificado. Pero la devoción a Jesús de Medinaceli continuaba y sumó ilustres fieles como la Corona de España. Fernando VII inauguró la tradición de que la Familia Real acudiera a venerar al Nazareno en la celebración del primer viernes de marzo.
La talla del Nazareno fue trasladada en 1835 a la Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, en la calle San Bernardo, y posteriormente a la Iglesia de San Sebastián. En 1847 regresó a su capilla y, finalmente, en 1890, con el derribo de esta, se cedieron los terrenos del Ducado de Medinaceli a la comunidad de Padres Capuhinos. El convento y la nueva iglesia, que tiene rango de Basílica-Menor, se consagro en el año 1930.
El exilio a Suiza
A pesar de que el Cristo de Medinaceli tenía un nuevo lugar para que los devotos expresaran su devoción, la tranquilidad no duró mucho tiempo. Ante una inminente Guerra Civil, los Hermanos Capuchinos se vieron en la obligación de abandonar el convento en febrero de 1936, y escondieron la talla en un cajón de madera, envuelta en sábanas en la cripta de la iglesia. Allí la encontró el bando republicano en febrero de 1937 y fue entregada a la Junta del Tesoro Artístico. Después de pasar por el Ministerio de Hacienda y por la Basílica de San Francisco el Grande, metido en un ataúd y rodeado de muertos, emprendió viaje a Valencia.
En la capital del Turia estuvo hasta agosto de 1937 y continuó camino hasta Cataluña, junto a una gran cantidad de obras de arte. Los fosos del Castillo de Figueres o el Castillo de Perelada fueron algunos de los lugares en los que permaneció custodiada, hasta que finalmente, el 3 de febrero de 1939, se decidió su traslado, junto al resto del Tesoro Artístico, a la Sede de la Sociedad de Naciones, en Ginebra. El Cristo de Medinaceli iba en el primer camión, encabezando la comitiva que partió el 12 de febrero de nuestro país.
Pero su estancia en Suiza no fue demasiado larga. Cuando terminó la Guerra Civil, el 14 de mayo de 1939, la Villa de Madrid se reencontraba con su Señor. En una multitudinaria procesión recorrió las calles desde el Monasterio de la Encarnación hasta su Basílica, un hecho que ponía fin al exilio del Nazareno, cerrando un capítulo más en su historia.
El Cristo de Medinaceli en el siglo XXI
La impensable y casi fantástica historia del Cristo de Medinaceli está marcada por los cuantiosos acontecimientos que sufrido la imagen desde que fuera tallada en Sevilla a mediados del siglo XVII. En 1996 abandonó una vez más su camarín, para someterse a una profunda restauración que llevó a cabo el Instituto del Patrimonio de España, que mejoró el aspecto de la talla.
Desde ese momento, el Señor de Madrid jamás ha abandonado a sus fieles madrileños, a los que recibe todos los días, con especial relevancia el primer viernes del mes de marzo. En esa fecha, desciende del camarín para ser venerado por los devotos, que besan sus pies y piden tres deseos, de los que según se dice, cumple al menos uno.
Como hecho significativo, el Cristo de Medinaceli participó en el magno Vía Crucis que se celebró en la Jornada Mundial de la Juventud, en agosto de 2011, en Madrid. En aquel momento, el papa, Benedicto XVI, se postró ante su imagen. En momentos más recientes, y viajamos a octubre de 2019, recorrió las castizas calles de la capital en la conmemoración del 80 aniversario de su segundo rescate, mediante una procesión extraordinaria que tuvo lugar entre la Catedral de la Almudena y su Basílica, con ferviente presencia popular.
Tal y como ocurrirá en tan solo unos días, el Viernes Santo madrileño cobrará mayor sentido con la salida del Cristo de Medinaceli, en la que está considerada como la procesión más seguida y venerada de España.
Imagen de portada / Miguel Berrocal