Máximo Huerta, hace unos días, visitó el programa de Antena 3 ‘El Hormiguero’ y recordó su dimisión como ministro de Cultura y Deporte. El escritor, además, reveló y narró cómo se desarrolló su última conversación con Pedro Sánchez.
Máximo relató: «Subí con el coche a la Moncloa con el discurso (de su dimisión) en el móvil para imprimirlo», comenzó para, según su propio relato, recordar que el presidente del Gobierno «empezó a hablar de él, de cómo lo vería la historia en el futuro».
Parece que Sánchez comenzó a tocar la su “lira” y, según cuenta Huerta, «empezó a hablar de que todos acaban mal en política: Zapatero, Aznar, González…”, decía. “¿De mí qué dirán?”, preguntaba el presidente al escritor. “Me entraron ganar de decir: Padre, que estoy hablando yo, déjeme hablar (…) No es un dardo ni nada, es que es verdad», continuó diciendo Máximo.
Aquellas palabras han suscitado un gran revuelo mediático, donde Pedro Sánchez y su personalidad quedan diagnosticadas y a mí, aquel testimonio me recuerda al papel de Nerón, interpretado de forma extraordinaria por Peter Ustinov, en la película Quo Vadis (expresión latina bíblica que significa «¿A dónde vas?»). Parece ser que el egocentrismo y la vanidad es un mal que afecta a algunos políticos, no son conscientes de lo “efímero” y lo “trascendente” de su mandato y poder.
Nerón nació el 15 de diciembre del 37 en Anzio y fue renombrado Nerón Claudio César Augusto cuando su ambiciosa madre, Agripina, bisnieta de Augusto, se casó con el emperador Claudio en el año 49 con el proyecto secreto de que fuera sucedido por su hijo. Un astrólogo caldeo vaticinó a la madre que su hijo gobernaría pero que la terminaría asesinando, y Agripina dijo: “Que me mate, con tal de que gobierne”.
Aquella madre no esperó demasiado para concretar sus planes. Luego de que cenara el 13 de octubre del año 54, su esposo Claudio murió, posiblemente por haber comido hongos envenenados. En el cuartel de la guardia pretoriana, Nerón, con 17 años, se transformó en emperador. De su antecesor dijo que era un “viejo tonto y vacilante”.
Los primeros años de reinado fueron relativamente tranquilos: llevó una obra de gobierno aceptable intentando ganarse el pueblo al tiempo que se hacía armar reuniones multitudinarias con cientos de obsecuentes que debían aplaudir sus ejecuciones de lira y canto.
Sin embargo, bajo su mandato se creó un caldo de cultivo ideal para la conjura debido a los gastos excesivos, los problemas económicos y las confiscaciones ordenadas por el emperador, a lo que se sumó que hubo una veintena de ajusticiados, entre ellos el mismo Séneca.
Así, una cálida noche del mes de julio del año 64 se desató un impresionante incendio en Roma. Durante varios días, las llamas devoraron las dos terceras partes de la ciudad y se trasladaron a valles y colinas circundantes, destruyendo varias villas. Entre los edificios consumidos por el fuego estaba la Domus Transitoriam, la mismísima mansión del emperador.
Nerón delegó la reconstrucción de la ciudad en manos de los arquitectos Severo y Céler, quienes idearon una urbe más moderna, y no perdió la oportunidad de encargar la construcción de su descomunal Domus Aurea, un palacio que ocupaba 50 hectáreas con paredes y techos recubiertos de oro y piedras preciosas. Y para sufragarlo, no le quedó más remedio que seguir subiendo impuestos, así que en agosto del año 66 la impopularidad fue en aumento.
El senado vio la oportunidad y lo declaró enemigo de Roma, por lo que en los primeros días de junio de 68 abandonó la ciudad. Acorralado, el 9 le ordenó a su leal sirviente Epafrodito -quien le había advertido de la conspiración de Pisón y quien vivía lujosamente- que le clavase un puñal en la garganta. Sus últimas palabras fueron: “Qué artista muere en mi”.
Y después de recordar la historia del emperador Nerón solo me cabe rememorar la frase latina “Memento mori” y acordarnos de aquellos dirigentes que se olvidan de que, en democracia, “todos estamos de paso”.