Hace unos días la ciudad de Cádiz acogía una representación singular. El escenario, el Oratorio de San Felipe de Neri; el protagonista en solitario, Alberto Núñez-Feijóo, presidente del Partido Popular; la obra, la firma del Plan de Calidad Institucional para los tres poderes del Estado; y el objetivo, regenerar nuestra democracia.
De esta obscena representación extraña casi todo. Sorprende el espacio escogido, considerado por muchos la cuna del liberalismo español, amén de ser el lugar donde se juró la Constitución de 1812.
Extraña, y mucho, que el PP pretenda dar lecciones de regeneración democrática. El mismo grupo que se niega a cumplir la Constitución Española impidiendo la reforma del CGPJ, que se apropia de las instituciones públicas utilizándolas para sus propios intereses y que rechaza a otras formaciones políticas adaptadas a la democracia. El mismo partido que no admite la derrota electoral ni las mociones de censura, que califica de “libertad de expresión” los abucheos e insultos al presidente del Gobierno, que acumula los mayores casos de corrupción, que no defiende los intereses de España en organismo europeos y que cuestiona el derecho a que las mujeres decidan libremente sobre su cuerpo. Un Feijóo que se doblega ante la presidenta de la Comunidad de Madrid que escupe disparates, exabruptos y soberbia alentando al odio y a la crispación. Menudos ejemplos de regeneración democrática.
Y en Cádiz, también causó extrañeza, por encima de todo, la frialdad de la imagen. Un líder en ciernes, solitario casi abandonado, cabizbajo, firmando un documento inconsistente, sin nadie que le arrope más que la talla del Cristo y el lienzo de la Purísima Concepción, la última Inmaculada. Tremendo retablo.
Pero su soledad traspasa los límites de la foto. Feijóo se ha quedado solo, demasiado solo, con su propuesta estrella, ya estrellada, de su Plan: que gobierne la lista más votada.
Una proposición torpe, impropia de un estadista que pretende gobernar la cuarta economía de la zona euro y más propia de un radical que persigue dinamitar el pilar fundamental de la Constitución: la democracia expresada a través de las urnas. Una propuesta de la que huyen los barones y la baronesa del Partido Popular. Con su aplicación, esa nobleza popular no gobernaría. Una proposición que confirma la gran debilidad del PP: la escasa capacidad de diálogo, el pánico de acuerdos, el fracaso de la política de pactos.
Y así lo han demostrado siempre, hace un tiempo en las coaliciones con Ciudadanos para gobernar en Madrid, en Murcia, en Castilla y León o en Andalucía. Así lo demuestran día a día Ayuso y su gobierno, sin voluntad manifiesta de diálogo, negociación y acuerdo con los profesionales de la sanidad madrileña, con los vecinos de San Fernando de Henares, con los profesionales del taxi, con las entidades sociales o con la mano siempre tendida del candidato socialista Juan Lobato.
No olviden visitar el magnífico retablo del Oratorio.