Cuenta la historia que el filósofo griego Sócrates invitó a reflexionar a uno de sus discípulos cuando éste quiso contarle los negativos comentarios que sobre el sabio vertía un ciudadano. Sócrates le prometió escuchar las críticas siempre y cuando éstas pasaran los siguientes tres filtros: los comentarios fueran verdad, los comentarios fueran buenos y los comentarios fueran útiles.
Los tres filtros del filósofo deberían ser asignatura obligatoria para la clase política. Viene un año electoralmente intenso, y sería original y novedoso que los partidos políticos incluyeran en sus programas electorales un doble compromiso de estilo y de ética y, por qué no, también los tres filtros de Sócrates.
Solo así, quizá, la presidenta Ayuso meditaría los comentarios del pinganillo antes de lanzarlos. Quiero pensar que la presidenta está capacitada para analizar, como hizo el discípulo de Sócrates, si acusar de “golpista” y “carcelero” al presidente del Gobierno de España es absolutamente verdad. Si escupir exabruptos hablando de la “voladura del Estado” es bueno para ella, para su partido, para la democracia y para la ciudadanía. Y quiero también pensar que la señora Ayuso tiene lucidez suficiente para evaluar si descalificar a los votantes progresistas llamándoles “gentuza” es útil.
Mucho me temo que el equipo de Gobierno de la Comunidad de Madrid tampoco es conocedor de los tres filtros de Sócrates. Hace nueve meses, el consejero de Educación y portavoz del Gobierno regional, Enrique Ossorio, se mofó de la población madrileña en riesgo de pobreza y exclusión social. Unos meses más tarde hizo lo mismo con las familias de las personas mayores fallecidas en residencias de la Comunidad de Madrid durante la pandemia.
Afrontamos un año electoral y la ciudadanía madrileña no se merece un gobierno que durante 27 años ha faltado a la verdad, a la bondad y a la utilidad de sus mensajes y acciones. Hecha la reflexión, el discípulo de Sócrates finalmente no compartió los comentarios. ‘Si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno e incluso no es útil ¿Para qué querría saberlo?’ sentenció Sócrates.