En los últimos días, las redes sociales se han llenado, más allá de los ecos de las soflamas nucleares que vienen de la otra punta de Europa y los primeros tiras y aflojas en la política patria que anuncian el umbral de la inminente precampaña electoral, de estanterías de supermercados cambiando el tinto de verano y las sandías por los turrones, los surtidos de polvorones y las peladillas.
“La Navidad llega cada año más pronto” es una frase hecha que, en cuanto empieza el frío, siempre está en boca de “cuñados” y no tanto pero que, siendo objetivos, no falta a la realidad. Esta vez nos ha pillado todavía en pantalón corto, con más ganas de cerveza en una terraza que de chocolate caliente. Sin embargo, la indiferencia de otras ocasiones viene esta vez impregnada de una pátina de ilusión que no recordaba.
Quizá ya solo sea una bruma del pasado, pero no está de más recordar que serán nuestras primeras navidades desde 2019 sin ningún tipo de restricción sanitaria. Casi mil días después, podremos ir a una cena de empresa sin una caja de antígenos de emergencia en el bolsillo, o pelar las gambas en Nochebuena sin, valga la redundancia, pelarse de frío por tener la ventana abierta con dos grados para ventilar la estancia.
Los anuncios de juguetes o de colonias también empiezan a copar los espacios publicitarios como si nada hubiera pasado. Como si, digamos, no nos hubieran robado, esa es la palabra, meses enteros de nuestras vidas, arrogándose en un paternalista “es por vuestro bien” mientras nos ponían policías en las fronteras provinciales. Solo las mascarillas, por fortuna cada vez menos visibles, en el trasporte público o en los centros de salud nos recuerdan la dictadura sanitaria que rigió nuestras vidas durante demasiados días de oscuridad.
Quizá porque es el paradigma perfecto de iluminación de ese agujero negro (en todos los sentidos) que supuso la pandemia, el Adviento de 2022 nos llega con los brazos más abiertos que nunca. También, hay que reconocerlo, porque los programas de cabalgatas y alumbrados nocturnos nos rescatan de esa cada vez más insoportable actualidad de invasiones, crisis energética y precios disparados. No solucionará nada, pero un árbol brillando con una estrella en la punta ayuda.
Por eso, cuando este fin de semana vaya al Alcampo de La Vaguada a hacer la compra semanal, me pasaré por el pasillo de los dulces típicos de fin de año. Porque, aunque no compre nada, son ese último cabo que nos ata al puerto de tiempos mejores y que permite que no nos vayamos definitivamente a la deriva.