En la sección de ciencia de los periódicos se encuentran joyas de incalculable valor. Resulta, por ejemplo, que nuestra estación favorita del año tiene una relación estrecha con el día de nuestro cumpleaños. Pregúntate cuáles son tus meses favoritos y verás.
No habría entrado jamás a leer esa noticia de no ser por su titular. Un arte incomprendido el de ponerle nombre a las historias. Recuerdo un fantástico titular que salió durante el confinamiento. En lo alto de una página de un periódico rezaba un tajante y melancólico “A las 2 serán las 3, y da igual”. Espléndido. Sonaba como un suspiro que sabe que no encontrará respuesta. Aquellas palabras eran el reflejo más fiel y real de la situación que estábamos atravesando. Qué importaban las horas de sol si la luces que nos iluminaban eran las de las bombillas de la cocina y las de las pantallas de los ordenadores. El cambio al horario de verano se recibió como lo que era: algo colateral y circunstancial por causas de fuerza mayor. Y así se tituló.
Los periódicos, tristemente, no supieron ver venir ni reflejar del todo bien el cambio de este año. Se ha notado y hecho patente una felicidad exacerbada y compartida ante el cambio de hora. Yo, que vi por primera vez la luz en enero, prefiero el modus vivendi del invierno. Me gusta que anochezca pronto. Pero reconozco que hay más personas que prefieren que a las nueve sea de día aún. Es una guerra que ni quiero ni se debe comenzar. Es este año cuando he comprendido realmente los motivos por los que a la gente le gusta el verano y el calor. No son solo las vacaciones –que también-, sino saber que llega el horario de verano y lo que conlleva.
El horario de verano… Suena precioso. Evoca a aquellos tres interminables meses de vacaciones entre curso y curso. El horario de verano sabe a polo de limón y a rajas de sandía. Huele a crema solar, a agua salada y a aftersun después. Los mejores días de la infancia y la adolescencia. Lo más propio de esos años. Nadie más que las personas de esas mismas edades comparten eso. Es el juguete colorido y ruidoso que traen los Reyes Magos entre cajas de calcetines, libros y colonias. El horario de verano refleja todo eso. Las horas extra de luz, o mejor dicho, el sol, se asocia con los planes más alegres y con las cosas más tiernas que existen. Los paseos con amigos, las tertulias en una terraza, las flores, el cielo azul. Cuando hacíamos dibujos de pequeños pintábamos el mundo en verano.
Hemos llegado a las alturas de la vida en las que las vacaciones no te están esperando y llegan un día, sino que las tienes que ir a buscar tú. Y más nos vale encontrarlas sea como sea. Dejaron de ser aquellos meses de horizontes borrosos para convertirse en semanas –tal vez días- con límites tan marcados como las sábanas en la piel después de una larga siesta. Saber que jamás recuperaremos esos tres meses de vacaciones rodeados de aquel halo de despreocupación es el motivo por el que hay ilusión ante el horario de verano. Porque sabremos que está todo preparado para volver a generar buenos momentos. Todo salvo nosotros. Quizá las vacaciones se escondan y ya no nos esperen. Pero el horario de verano nos ayuda a buscarlas.
El cambio de hora sigue guardando un poco de la esencia de todo aquello. Son la puerta de entrada a ilusionarse a finales de junio. Por eso, por mantener la ilusión, a las 2 serán las 3, y nunca jamás debería darnos igual.