Hace unos días, caminando apresurada por el Paseo del Prado, me abordó una pareja, plano en ristre (algo cada vez menos usual), preguntándome por la puerta de acceso al Jardín Botánico.
Eran turistas y, por su acento, no eran extranjeros.
Sucumbí a la tentación y les pregunté que de dónde eran. Su respuesta, llena de naturalidad tanto como extraordinaria: “Somos españoles. Madrileños de Teruel”.
Reconozco sin ambages que me sentí extraordinariamente halagada.
Esa definición “españoles, madrileños de Teruel” me acompañó hasta llevarme a una reflexión que comparto en estas líneas.
Durante largo tiempo Madrid era “solo” la capital del Reino, la sede de la Administración del Estado, donde se encuentran los más reputados hospitales de España y los más grandes museos.
Eran muchos quienes desde todos los puntos de “la piel de toro” acudían a Madrid de compras, a disfrutar de su oferta cultural en todo el amplio abanico del término. O a cerrar negocios en esa condición que tiene Madrid de ventana hacia el mundo.
Esos visitantes, venidos desde cualquier punto de España, es lo que coloquialmente calificamos como “turistas nacionales”.
Pero hete aquí que de un tiempo a esta parte muchos de esos españoles que vienen a Madrid lo hacen ahora, además, con un plus de curiosidad. Y lo hacen con empatía (y esto es a mi juicio muy reseñable), con un sentimiento de que vienen a su segunda casa.
Permítanme que incluso me atreva a decir que se trataría de un “turismo de segunda residencia”, pues, aunque en puridad no dispongan de ninguna propiedad aquí, saben que vienen a su otra casa. A la casa de todos los españoles, sean de donde sean, vengan de donde vengan, piensen lo que piensen.
Nadie que venga a Madrid perderá nunca el anclaje de sus raíces, pero es cada vez más evidente que, entre nosotros, se siente naturalmente acogido como uno más.
Será porque durante generaciones el ser madrileño se ha forjado de la llegada de tantos y tantos españoles de Andalucía, de Extremadura, de Castilla y León… Y se quedaron no solo en la Villa y Corte, sino en las grandes ciudades de su corona metropolitana, o incluso en los pueblos más alejados.
Será porque quizás, de un tiempo a esta parte, como muy bien ha sabido plasmar la presidenta Isabel Díaz Ayuso, han redescubierto un Madrid acogedor que convive con el visitante con naturalidad; un Madrid amable, hospitalario, tabernario tanto como respetuoso; un Madrid que ama y comparte la libertad con los demás.
Será porque siendo españoles como los que más, no nos sentimos más españoles que nadie.
Al fin y al cabo, los madrileños tenemos la suerte de vivir en Madrid y de ser como somos.
Orgullosos de compartir Madrid con los madrileños de toda España.