Pilar González Adrados es la presidenta delegada de Manos Unidas Madrid. Esta Organización No Gubernamental de la Iglesia Católica, se dedica a la ayuda, promoción y desarrollo de los países del tercer mundo. Su finalidad es la lucha contra el hambre, la ruina, el desalojo, la pobreza, el subdesarrollo y las causas que lo provocan.
Actualmente se encuentran inmersos en la campaña ‘Nuestra Indiferencia los Condena al Olvido’, que recauda fondos, un año más, para implementar proyectos que mejoren la situación de las personas en determinados países. Personas con nombre, hijos, padres, sueños y esperanzas. Esta conversación nos ha servido para conocer sus ideas sobre la inmigración, los antivacunas, la desigualdad social y nuestra actitud como masa social, ante una situación sobrecogedora.
Manos Unidas acaba de presentar la campaña, ‘Nuestra Indiferencia los Condena al Olvido’. ¿Cuáles son sus principales fines?
Pues sensibilizar a la población de Madrid de que nuestra indiferencia es la que está condenando a tantos millones de personas al olvido, y animar a que colaboren con nosotros. Se puede hacer de muchas maneras, pero económicamente, por ejemplo, es lo que nos permite llevar a cabo los casi mil doscientos proyectos que tenemos activos al año. Todo eso sale de los fondos de los que nos proveen los españoles en general y, en este caso, los madrileños en particular.
¿De qué forma el Covid-19 ha agravado la desigualdad y el número de personas con hambre aguda en el planeta?
La verdad es que es una pena. Tímidamente hasta el 2019, cada año, parecía que íbamos mejorando las cifras, pero ha llegado el COVID y se ha mostrado que todo estaba sujeto con alfileres. Primero, porque ha aumentado la gente que se ha tenido que confinar y que vivía de la economía sumergida, gente que se ha quedado sin trabajo de la noche a la mañana. Como vivían tan al día, el día que no salían no comían.
Al final, las personas que cada noche se acuestan sin cenar y que no saben si al día siguiente van a ser capaces de conseguir algo para comer y, sobre todo, no saben si van a ser capaces de conseguir comida para sus hijos y familia, es un número más alto que la población de toda Europa. Son 745 millones, 100 más desde que comenzó la pandemia, viviendo en pobreza extrema. En 2020, ha habido 3.370 millones de personas, es decir, casi un tercio de la población mundial sin acceso a alimentos adecuados.
Lo malo de esta desigualdad es que cada vez nos volvemos más individualistas, como ha dicho el Papa Francisco, y como dice esta campaña, somos absolutamente indiferentes a esta situación. No vemos el sufrimiento de los demás. Detrás de esos números, lo que hay es una persona, y otra y otra y otra… El discurso que está detrás de nuestra campaña está basado en la diferencia, y que la diferencia cada vez es mayor. La fortuna de las diez personas más ricas del mundo ha crecido, además, en 540 mil millones de dólares según Forbes. Sin embargo, hay 3.370 millones de personas que carecen de acceso a los alimentos. Esto no lo podemos permitir, contra esto luchamos nosotros en la medida de nuestras posibilidades.
«No se puede permitir que un tercio de la población mundial no tenga acceso a alimentos adecuados y las diez personas más ricas del mundo incrementen su patrimonio en 540 mil millones de euros»
Hay otra estadística que dice que el 1% de la población mundial concentra la mitad de la riqueza del planeta. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Lo que tenemos que hacer es intentar denunciar. Desde aquella del 0,7%, estas campañas intentan unir a toda la sociedad en favor de esta idea. Ahora mismo, estos hechos están en la Agenda 2030. No podemos no estar de acuerdo con la Agenda 2030, de hecho, creemos que nos han tomado la idea, y, además, el Vaticano y el Papa Francisco están diciendo lo mismo sobre la desigualdad económica. La primera Encíclica del Papa hizo famosa la expresión ‘Globalizar la indiferencia’.
No puede ser que no nos importen los otros, y más como cristianos. No puede ser que no nos importe que haya tantísimas personas que pasen hambre. Podemos hacer dos cosas: apelar a las conciencias e intentar faenar ese individualismo tan extraordinario al que estamos avocados, y denunciar y denunciar y denunciar. Y, por supuesto, apoyar, porque el tema no es si nos hemos indignado mucho, sino si hemos hecho algo. Los periodistas podéis hacer de caja de resonancia de estos mensajes, podemos estar en las redes sociales, en los periódicos, ser voluntarios y, claro, donar dinero.
Podemos hacer que los millones de personas que pasan hambre en el mundo, tengan futuro. Gracias a las aportaciones, son muchas las personas que pueden vivir con un poco más de dignidad; tener acceso al agua, a la comida, a la educación o a la sanidad. Gracias a eso hay unas cuantas mujeres más que no se mueren por un problema en el embarazo o en el parto. Sabemos que no es la solución con mayúsculas, pero son soluciones parciales, y, por lo menos, hay unas cuantas personas que tienen un mayor futuro. Si apoyamos todos, habrá más personas.
«Nadie se va de su casa porque quiera irse»
Este año se cumple la campaña número 63
Hubo unas mujeres valentísimas hace 63 años, porque ahora se cumple la campaña número 63. Sí, declararon la guerra al hambre y dijeron: “el día que los hombres quieran que el hambre se acabe, se acabará”, porque está en nuestras manos. Si en nuestras manos está el problema, también lo está la solución. En el momento en que seamos capaces de convencer a las suficientes personas, el hambre se acaba. Hay que seguir y no rendirse nunca, yo creo que sí que es posible porque, de hecho, antes de la pandemia íbamos muy poco a poco pero bien.
Es verdad que detrás de esa hambre hay guerras, refugiados, cambio climático; digamos que hay problemas complejos, pero ¿quién ha dicho que porque un problema sea complejo no se pueda solucionar? ¿No hemos ido a la luna? De igual forma, podemos conseguir que el hambre se acabe, es cuestión de ponerle voluntad y medios. Debemos insistir en que dediquemos todos los países el 0,7% a proyectos de desarrollo. Para muchas personas del acceso al agua, depende su vida. Para nosotros si se va el agua hoy, sabemos que volverá mañana. El tener un pozo cerca con agua limpia consiste en que los niños se mueran o no se mueran. Ser conscientes de eso es fundamental.
Ha hablado de esas guerras silenciadas que hay en Etiopía, Yemen, Congo y otros países. ¿Por qué es tan difícil que tengamos noticias veraces sobre ellas, o simplemente noticias?
Porque hay intereses por detrás y porque somos muy superficiales. Con perdón y sin ánimo de ofender, las noticias duran cinco milisegundos. Hoy hay una noticia de El Congo; y sale en el periódico… Pero mañana no vas a seguir dale que te pego con El Congo. Sólo mi amigo Forges ponía cada día en su viñeta: “Y acordémonos de Haití”. Lo repetía todos los días, eso era Forges.
Hace falta que haya alguien que siga insistiendo en esas guerras olvidadas. Hay un dato de la FAO, que dice que la mayor parte de las personas con ‘hambre nueva’ provienen de guerras y refugiados por guerras, o por el cambio climático. Sequías, inundaciones y otros fenómenos que habían hecho que se perdieran las cosechas y que, a su vez, producen el incremento de refugiados. Nadie se va de su casa porque quiere irse. Se van porque no tienen más remedio. Se van, o bien porque están perseguidos y están en guerra, o bien, porque no tienen para comer. Lo necesitan y van en busca de una vida mejor. Yemen… Burkina Faso, que ahora mismo está habiendo un problema bastante grave… Guatemala… Nicaragua…
¿Qué parte de culpa o responsabilidad tenemos en el denominado occidente?
A mí no me gusta hablar de culpa, soy más partidaria de hablar de “causa”. Pero sí que somos causa. Y somos causa por la indiferencia, porque nuestra indiferencia los lleva al olvido, a no existir. Si no los vemos, se confunden con el paisaje, con el desierto, que es un poco lo que narra la fotografía de campaña.
Somos nosotros la causa, en cierto modo. No yo personalmente, pero yo contribuyo como todos, en el momento en que no los veo. Cuando no los vemos como personas que son. Cuando yo compro y cuando yo hago mi vida, vivo mi vida a espaldas de las necesidades de los demás. Por eso, lo que nosotros estamos haciendo querer ver a la sociedad, es que ese individualismo que tenemos tan exacerbado, esa manera de vivir que tenemos intentando buscar siempre lo más barato, caiga quien caiga, al final redunda en condenarles al olvido.
«Los antivacunas están consiguiendo que una enfermedad erradicada como el sarampión, vuelva»
¿Y los medios de comunicación?
No insistimos en que los medios de comunicación estén machacando con esto, al revés. Si por tercera vez una tele, o un periódico, o quien sea, habla de El Congo, baja la audiencia. ¿Por qué? Porque no lo vemos. Nosotros como audiencia y como masa de gente, tenemos mucho poder, pero no lo utilizamos.
Ha hablado de 1.200 proyectos activos al año en Manos Unidas. ¿Podría destacar alguno que ilustre su trabajo?
Te puedo contar uno en el que participé, en la India, sobre agricultura sostenible. Son personas que dependen de cómo sea la cosecha, de que venga o no venga el Monzón. Uno de nuestros proyectos, que ya está terminado, era conseguir que puedan, lo primero, envasar el agua, que tengan pozos y embalses, de manera que puedan regar y que no sean tan dependientes del Monzón. En segundo lugar, que las semillas que utilicen en sus cultivos no sean semillas tratadas, de manera que ellos puedan cada año, ir a un banco y que sus propios productos tengan semillas y puedan continuar, además de poder usar fertilizantes que ahora hacen ellos mismos, como se ha hecho tradicionalmente, con los excrementos de los animales.
Todo esto va unido a la formación, nosotros buscamos siempre que sean proyectos que se adapten a su propia manera de vivir, no a la nuestra en occidente. Tienen otra manera de pensar, de vivir, de ver el mundo, así que lo que importa es lo que ellos necesitan, no lo que nosotros creemos que ellos necesitan. Estos proyectos siempre requieren un socio local, que puede ser desde una ONG, un misionero o alguien de Cáritas que esté sobre el terreno.
Cuando estuve en la India, en un viaje de formación había dos tipos, o bien, Cáritas, u otro que era una ONG de la zona. Ellos comprendían la mentalidad de los hindúes, sabían qué era lo que necesitaban y unían lo más nuevo con lo tradicional. Por ejemplo, para el control de plagas, en vez de utilizar insecticidas, empleaban, por un lado, el método más moderno que eran las feromonas, y por otro, la más propia de su cultura, que es clavar dos palitos en el suelo para que se posen los pájaros dentro del arrozal y comerse los insectos que lo impiden crecer. Ese tipo de proyectos es lo que nosotros llamamos ‘sostenibles’. Con ellos logramos tener allí, lo que llamamos ‘Seguridad alimentaria’.
¿Qué otros tipos de proyectos realizan?
Hace relativamente poco tiempo, las hermanas misioneras que están en un poblado de África, nos pidieron ayuda para reconstruir una escuela que se había derruido, y que, además, tuviera letrinas. De esta manera, los niños, además de la educación, pueden acceder a una mejor higiene y optimización de la salud.
Otro ejemplo, que me gustó a mí muchísimo, es apoyar a una ONG, que se dedica a mejorar la formación de las enfermeras. Colaboró Manos Unidas y el proyecto consistía en construir y equipar las salas de la escuela de enfermeras. Así, cada vez están mejor formadas y ellos son capaces de mejorar su propia salud. De esta forma, los pacientes que traten tendrán mejor salud. Es como el círculo vicioso que dice que “como no tengo para comer, no tengo para ir a la escuela, como soy ignorante, tampoco tengo para comer”. “Si no tengo salud, no puedo curarme, con lo que no puedo ir a trabajar y no tengo para comer”. Estos proyectos rompen ese círculo, mejorando su alimentación, su educación y su salud.
«Si vemos todo lo que viene de fuera como una amenaza, tenemos un claro problema de actitud»
Durante la presentación de la campaña se ha hablado de los ‘trabajadores precarios pobres’, ¿quiénes son?
Son los que viven, sobre todo, alrededor de las grandes ciudades y, con el Covid-19 se han incrementado de una forma escandalosa. En los peores momentos de la pandemia les confinaron, con lo que no podían salir a trabajar y como consecuencia no podían comer. Los números dan miedo. En cuanto a estos trabajadores, son los que están en peligro su empleo y sus ingresos, claro.
Igual que aquí en España, por ejemplo, si una persona estaba ilegal, trabajando con una señora, con el Covid, no hay ERTE ni hay nada de nada, si no vienes, no te pago y se acabó. Eso que ocurre aquí en algunos casos, sobre todo en servicio doméstico, allí les ocurre al 90% de las personas que trabajan en cualquier país de África, países de Asia y de Sudamérica. Hay muchísimas ciudades en las cuales hay zonas completas, que todos los trabajos son así. Si voy, cobro, si no voy, no cobro. Si me confinan, no voy, por lo tanto, no cobro, por lo tanto, no como. Esos son los trabajos precarios pobres.
Todas esas personas están tan al límite que pasan de la pobreza a la miseria de forma inmediata. Cualquier cosa que lo remueva, como ha sido el Covid, trastorna su vida por completo. Aquí tenemos sanidad, educación, seguridad social, paro. Tenemos los ERTEs, ayudas… Eso es ciencia ficción en la mayoría de estos países. Allí si no tienes dinero, no hay médico, punto. Solamente hay médicos en nuestros proyectos, o de otros, pero nada más.
Ha hablado de globalización ¿Cómo puede afectar la falta de vacunas contra el covid-19 en los países en vías de desarrollo, a lo que se ha venido a llamar el ‘primer mundo’?
Nosotros vamos ya por la tercera vacuna, los países europeos estamos acaparando. Sin embargo, en El Congo, el 0,4% de la población tiene puesta la primera dosis. Lo mismo que los antivacunas están consiguiendo que el sarampión vuelva. El sarampión, en países de África no está eliminado, se podría eliminar con vacunas, pero no muchos niños africanos vienen con sarampión aquí, y como aquí la mayoría estamos vacunados, no nos afecta. Pero lo malo del Covid es que, aunque estemos vacunados, lo podemos coger, otra cosa es que lo cojamos con menos síntomas y gravedad.
Por todo esto, hasta que no esté erradicado el Covid completamente, cualquier adulto que venga de África, partes de Asia y partes de Sudamérica, nos lo puede contagiar. Esta ha sido la historia con la Ómicron. Con uno que llegue de África, ha contagiado a todos los demás, ¿por qué? Porque allí, al no estar vacunados se contagian muchísimo más. La lepra, la viruela y este tipo de enfermedades han conseguido erradicarse en el momento que ha habido campañas mundiales. O nos vacunamos todos, o esto va a seguir y no acabaremos nunca.
¿Qué reflexión dejaría a quien lea esta entrevista?
Una cosa que a mí me parece muy importante, es que tenemos que ampliar nuestros horizontes. Es fundamental el “cómo miramos”, cómo miramos al mundo en general, que el mundo no se acaba ni en mí, ni en mi familia, ni en mi amigo, ni en el país… El mundo está más lejos y el hecho de no ver a los otros, de no mirar a los otros, hace que no pueda ser, ni siquiera indiferente. Para ser indiferente, primero tengo que verlos, pero si ni siquiera los veo, ahí sí que mi indiferencia los hace Olvidados.
Lo que nosotros podemos hacer, sobre todo, es cambiar de actitud, es algo mental. Obviamente hacen mucha falta cosas materiales, pero lo primero que podemos hacer es ver las cosas de una manera diferente. Si nosotros, aquí, vemos que todo lo que viene de fuera es una amenaza tenemos un problema de actitud. Podemos pensar, es alguien que me amenaza, que me va a quitar mi trabajo y, además, son sucios, son MENAs, roban… Así no se puede, así no vamos a ningún sitio.
¿Están haciendo daño en este sentido, los partidos más extremos?
Hombre claro… Hacen daño, más que los partidos, las ideas. El miedo y el pensar que ‘el otro’ es mi enemigo. Eso es lo que está haciendo daño.