La enésima crisis de identidad del PP ha abierto en canal un partido más fracturado, desigual y polarizado. Y no hay ninguna garantía de que las urnas rehabiliten las viejas certezas.
El hermano de la Presidenta de Madrid haciendo negocios con la venta de mascarillas durante la pandemia: este es solo uno de los problemas de los que los votantes de Isabel Díaz Ayuso se despreocupan –al menos en caliente y por un tiempo–, gracias a su capacidad de confrontación con la izquierda. Por un tiempo, porque el trumpismo madrileño va a sufrir una derrota orgánca en su lucha por el control del partido, pero está lejos de haber sido destruido; no cuando Ayuso es capaz de aglutinar en niveles de voto popular a toda la derecha demoscópica. Votantes que han visitado a Vox, a Ciudadanos y a PP, están de acuerdo con sus formas, propuestas y malas prácticas –o con las suficientes como para haber votado por ella– o, si no las comparten, de algún modo abominan hasta tal punto de un gobierno de corte progresista que se tapan las narices y votan por Ayuso.
Hasta ahora la polarización no ha sido incompatible con la democracia electoral efectiva pero sí lo sería si se ambiciona una vida democrática más igualitaria y más profunda que deshaga los malos efectos de la política neo-liberal. Una situación que no parece desagradar a una parte importante del electorado, lo que pone de manifiesto el peso específico del trumpismo encarnado por Ayuso en España.
La derecha española lleva tiempo desordenada. Ahora, además, hay una nueva derecha que ya es electoral y social y que se identifica a sí misma como Ayusista. Y reclama entidad orgánica propia, para lo que pretende en primera instancia cambiar el PP tomando el control de sus órganos internos. Y si eso no fuera posible, destruirlo y alumbrar un nuevo partido. Porque en esta batalla Ayuso no está dispuesta a construir nuevos consensos. Hará aquello que mejores resultados le ha dado para llegar a donde está: manipular y desinformar.