«Lamentablemente, el virus por sí mismo, en particular la variante llamada Ómicron, es un tipo de vacuna, ya que genera células B y T de memoria inmune, y ha hecho un mejor trabajo del que hemos hecho nosotros con las vacunas». La cita es de Bill Gates, hace unos días, en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Es decir, de alguien que ha sido aceptado como una especie de gurú mundial en la pandemia, aunque todavía nadie haya explicado cómo es que un vendedor de ordenadores venido a más pueda ser referente en Salud Pública.
Vamos con otra cita. «Con las herramientas que el Gobierno está utilizando para hacer frente a los bloqueos ilegales, hemos determinado que necesitamos más herramientas. Y tomaremos medidas para que algunas de esas herramientas sean permanentes». La cita es del pasado fin de semana, de la viceprimer ministra de Canadá, paradójicamente apellidada Freeland (Tierra libre). La misma que solo unos días antes, aseguró, sin que le temblara el pulso (e incluso sonriendo), que el Gobierno canadiense ya ha congelado algunas cuentas corrientes, y que seguirá congelando las de los participantes en el Convoy de la Libertad, e incluso de sus simpatizantes.
Podríamos seguir con infinitas citas que se producen a diario y que muestran claramente una cosa: hay quienes están desesperados, y por eso califican de “lamentable” lo que debería ser una excepcional noticia (Gates), o están desplegando unas baterías de acciones sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial en ese Occidente que decimos “democrático” (Canadá, pero también Macron o Draghi entre otros). Parecería que estemos no en los compases finales de una crisis de salud pública, sino en la cúspide de varias crisis de seguridad nacional, que se abordan con más virulencia (qué concepto más apropiado) que si se tratara de amenazas terroristas.
No acepto que exista un “plan de dominación mundial”, ni un “complot” de ninguna “élite globalista” para acabar con las libertades y sumergirnos en una era de neo-esclavitud. Pero son planteamientos que, ante la falta de explicaciones oficiales con más lógica, no solo me resultan sugerentes sino también perfectamente legítimos. Cuando sospechamos que alguien no nos dice la verdad, es que algo oculta. Y elaboramos teorías para entenderlo. Esas deliberaciones, llevadas a determinados planos, son las llamadas teorías de la conspiración, expresión no exenta de cierto elitismo intelectual; o, directamente y con afán de desprecio, conspiranoias.
Por si alguien anda más perdido que un pulpo en un garaje, la principal teoría “conspirativa” que explica lo que le pasa a Occidente con el coronavirus viene a explicarse, de forma muy resumida, así:
- Hay una élite que llevaría décadas buscando cómo reformular el capitalismo, al que considera herido de muerte. Y de hecho llevarían años anunciándolo: Botín, Sarkozy, Schwab.
- Esa reformulación, según la teoría, pasaría por imitar el “capitalismo de Estado” chino, donde se ha logrado el paraíso consumista con una economía que rara vez falla, siendo dueños de medio mundo vía deuda e inversión.
- A cambio, eso sí, de una vigilancia permanente de la ciudadanía, hoy en día con tecnología punta que pasa por asignar una identidad digital a cada ciudadano: un carnet cívico por puntos.
- En esa identidad digital, si “te portas bien” se te permite consumir, y si no, ya sabes: más hambre y más frío. De hecho, si “te portas muy bien”, las estrecheces económicas serán siempre tu último problema.
- “Portarse bien”, huelga decirlo, es lo que el Gobierno decida en cada momento que significa portarse bien. ¿Tú te portas bien? Entonces, ¿qué te preocupa, si nada tienes que ocultar?
- Así que refundar el capitalismo en Occidente equivaldría a un carnet cívico digital. Pero como la ciudadanía occidental está (mal) acostumbrada a las libertades, hará falta un trigger, un detonador, un acontecimiento que cambie el rumbo de la historia.
- Ese carnet cívico, además y para ser aceptado, debería estar ligado a un bien, a un beneficio.
- Faltaría renunciar a las libertades civiles y políticas a cambio de bienestar económico, bajo la “propiedad” de la “élite”. Algo que se puede vestir de valores bonitos y ecosostenibles, y mientras se reirían en la cara hablando en público de Agenda 2030, de «el gran reseteo» y afirmando «no tendrás nada y serás feliz».
- Y ahora, el trigger: Para una ciudadanía criada tan entre algodones que tiene miedo a todo, qué mejor que amenazar su salud: un nuevo virus de laboratorio que mate “un poquito más que otros”, invocar la emergencia sanitaria, cancelar la vida, ofrecer unas vacunas fake, ligarlas a un pasaporte de vacunación con un código QR (futuro carnet cívico), y… ¡tachán! Rumbo a chinificar este mundo que se nos habría quedado viejo.
Sobre estos nueve puntos vienen algunas variantes. Variante transhumana: las vacunas son ponzoña venenosa que buscan alterar nuestra biología y genética. Variante Pizzagate: esas élites globalistas proceden de movimientos satánicos y pedófilos, a los que solo valientes como Trump han hecho frente. Variante SIDA: en el proceso de diseño del virus se les escapó este SARS-CoV-2, cuya proteína S comparte genes con el VIH, y ese es el futuro que nos espera, al menos los vacunados o infectados (o sea, a casi todos).
La teoría es altamente sugerente. Es realmente poderosa. Es incluso creíble, y sus elementos verificables: los documentos que avanzan “pasaportes vacunales” con ese mismo exacto binomio son muy previos a las propias vacunas (aquí la fuente oficial, página 6).
La teoría presenta algunos puntos débiles, en los que no vale la pena centrarse porque además toca ir cerrando capítulo por hoy. Solo dos apuntes finales. Primero: lo bueno de las “teorías de la conspiración” es que permiten explicarlo todo: tanto lo que sucede como lo que no. Si sucede, porque confirma la teoría; si no sucede, porque “cantaría” demasiado. Ya, pero oiga, centrémonos: o se ríen en nuestra cara o lo hacen a escondidas, las dos cosas a la vez parecen improbables.
Por eso no me sirven. Pero, y es un PERO en mayúsculas, segundo apunte: hoy por hoy la única respuesta oficial que tiene la ciudadanía es la adopción de medidas no sujetas a evidencias científicas (encierros, toques de queda, mandatos de mascarillas), o directamente de cariz político (persecución, cancelación financiera, supresión de derechos). Todo, mientras los gurús “lamentan” lo que deberían ser buenas noticias, y además es público y notorio que tienen intereses en las industrias más perjudicadas por esos mismos eventos. Todo, mientras los medios de comunicación mienten a mansalva afirmando que las protestas contra los pasaportes vacunales se nutren de movimientos “antivacunas”, “supremacistas” y “racistas”, aunque los protagonicen aborígenes neozelandeses con la danza Haka.
Qué quieren que les diga. Mientras sea así, y puestos a elegir, déjenme preferir de largo a un conspiranoico antes que a un oficialista. Con el primero sé que puedo discutir y argumentar, ya que probablemente le mueve la inquietud, la curiosidad y el aprecio por sus semejantes. Con el segundo lo único que sé es que tiene fe covidiana. Y discutir contra la fe (hija además del miedo), es una necedad tan grande que no vale la pena ni embarcarse en el intento.