Así de discretos y prudentes son nuestros mayores. Me siento apartado por los bancos, dice ese hombre de cerca de 80 años que ha recogido cerca de 200.000 firmas en unos pocos días para reclamar un trato más humano en las sucursales bancarias.
Y no es que nuestros mayores no se esfuercen en aprender a bandearse con la nuevas tecnologías. Intentan pillarle el truco al móvil con un esfuerzo inaudito, no tocar teclas que desactivan el sonido, o que lo dejan comunicando durante horas. Intentan por todos los medios cumplir a rajatabla el principio de nuestro recientemente desaparecido Joan Margarit,
-Esto consiste en vivir, reproducirse y molestar lo menos posible.
Son gente bregada y bragada. Los que han llegado a estas edades han pasado por avatares como guerras civiles, monarquías, repúblicas y dictaduras, antes de llegar a esta democracia, imperfecta como todas, pero democracia al fin. Son supervivientes en estado puro.
Han trabajado duro hasta llegar a cobrar una pensión muchas veces miserable y vivir solos. Al fin nada nos deben, les debemos cuanto hicieron. Y todo para que ahora un chiquilicuatre tecnológicamente alienado, les ponga en cola, les maltrate para sacar cuatro perras de un cajero y les haga sentirse humillados, como si fuera idiota, dice el promotor de la recogida de firmas.
-Tengo 91 años, pero no soy gilipollas, decía mi amiga Paquita en la televisión, una mujer valiente que nos dejó a los 95 años, en el primer año de la era COVID.
Bienvenidas las nuevas tecnologías, bienvenida la alfabetización digital, pero no a costa de perder la dimensión humana. Quien quiera operar desde su ordenador y desde su casa, o desde un teléfono móvil que lo haga, pero si quieres ser atendido de forma personalizada en una sucursal, también estás en tu derecho.
Duele ver a las personas mayores atascadas en un cajero, o intentando resolver un problema sanitario, con la seguridad social, o con cualquier servicio esencial, mientras una máquina se dedica a embarullar, enmarañar y enredar los trámites hasta llevarlos a la desesperación de la nada.
Alexa, Siri, Google, son asistentes que nos ayudarán algún día, si todo va bien, a encender una luz por la noche, cerrar las persianas, encender la calefacción, cambiar de canal, comprar unas entradas, realizar operaciones financieras, o marcar el número de teléfono de nuestros hijos, pero eso exigirá inversiones en domotización de las casas y en conexión de dispositivos.
Mientras los asistentes sean tan sólo una inversión barata que compramos en un centro comercial para entretenimiento de nuestros mayores, deberemos seguir dedicando mucho esfuerzo a un asesoramiento personal que, por otra parte, no debe nunca desaparecer.
Vamos a un tiempo en el que tendremos que volcar mucho esfuerzo de formación, capacitación y reconocimiento al personal que desempeñe esas tareas, porque, si algo nos ha enseñado esta pandemia, es que el cuidado de las personas debe ser siempre lo primero.
Bienvenidas sean, así pues, todas aquellas iniciativas que combatan la exclusión y el apartamiento de las personas mayores en nuestra sociedad. No hay justificación económica ni razón política alguna que justifique dejar de atender sus urgentes necesidades.
Imagen portada: Telemadrid