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Ni gripalización ni covidización: descovidiotización

Hace pocas semanas se ha puesto sobre la mesa el debate sobre la gripalización de la pandemia; un enfoque bastante más sensato que el que se ha mantenido hasta la fecha y que toma nota de la evolución de los principales indicadores; especialmente, los relativos a lo que forma parte del concepto “salud pública”, tan magullado durante los últimos dos años.

El planteamiento no es fruto de una iluminación repentina de nuestros dirigentes, sino que viene precedido de numerosos toques de atención en el mismo sentido por parte de epidemiólogos, técnicos de salud pública, inmunólogos e incluso entidades de profesionales de la Medicina, sin necesidad de irse a “doctores censurados por el discurso dominante” ni planteamientos rayanos en conspiraciones o “negacionismos” de tipo alguno. Y además va en línea con lo que la propia OMS empieza a dejar caer, guste o no guste.

Pero como no podía ser menos en estos tiempos de moralismo pandémico y virtuosismo sanitario, no tardó en saltar la liebre entre quienes han obtenido el galardón de star system a base de meter miedo y manipular datos desde hace casi dos años. No solo estamos, dicen, lejos de poder hablar de gripalizar la COVID, sino que en realidad deberíamos estar hablando de “covidizar” la gripe. Tomar nota de lo aprendido, afirman desde su torre de cristal, para abordar de una forma más agresiva el impacto de la gripe, o de cualquier otro virus de infección respiratoria que tensione los hospitales de manera periódica… es decir, estacional.

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Si algo se ha echado en falta desde marzo de 2020 es un traductor simultáneo TV – lógica y lógica – TV. Como es imposible estar siempre y a todas horas para ir traduciendo sobre la marcha, me he propuesto en este artículo brindar las claves para descifrar y traducir el mensaje. Que nadie se confunda: salvo excepciones, detrás de la expresión “covidizar la gripe” no hay ningún empeño por una mejor atención sanitaria. Lo que hay es un ejercicio de sociopatía, no exento de cierto elitismo social, y revestido de abundante moralina sanitaria, para que la sociedad no pueda volver a ser nunca más la sociedad que conocimos antes de la pandemia.

Dicho de otra forma: que les da un poco bastante de asco y repugnancia ser como somos, humanos que celebramos, sudamos, nos abrazamos, compartimos fluidos y estrechamos lazos a base de contacto físico y cercanía presencial. A los propagadores de la fe de la covidización de la gripe les sucede que la humanidad les molesta, les huele mal, y han visto el paraíso en estos tiempos de reuniones por videoconferencia, mamparas de separación y siempre la puta mascarilla para todo y en cualquier situación. Es una oportunidad única para librarse de una vez y para siempre de la esclavitud de tener que compartir el aire con toda esa subespecie, ese proletariado de la higiene, que a saber con quién ha andado, en dónde se ha metido, cuándo se ha lavado, de quién ha heredado sus trogloditas costumbres. Puaj, qué asco, señor. Qué alivio de pandemia para ponerlos en su sitio.

Cuando dicen que de ahora en adelante quien tenga síntomas de un catarro o similar quizá debería calzarse una FFP2, lo que quieren decir es que ya era hora de que la gentuza que va por la vida como si nada importara, esté marcada y bien marcada. Con esa nueva letra escarlata denominada mascarilla, cuya eficacia en la contención de brotes epidémicos está más que discutida hasta por la propia Organización Mundial de la Salud.

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Cuando dicen que de ahora en adelante quizá vendría bien establecer puntualmente límites de aforo y horario en establecimientos abiertos al público, especialmente en la temporada invernal, lo que quieren decir es que ya era hora de que NO nos juntáramos todos como gorrinos para satisfacer necesidades tan perentorias como humanas. Qué es eso, se preguntan en su cerebro de mosquito social, de que yo, que me cuido y salvo vidas, deba compartir olores, sonidos y hasta experiencias, con el lumpen sanitario que se dedica a infectarlo todo sin ton ni son. Hasta ahí podíamos llegar.

Cuando dicen que de ahora en adelante quizá vendría bien saludarnos con rituales que heredan el teatro pandémico del puñito o los coditos, lo que quieren decir es que ya tocaba que se pusiera fin a esa costumbre milenaria y asquerosa de estrecharse la mano, darse un abrazo, o intercambiar unos besos con un desconocido, o incluso un conocido. Cómo mi piel, impoluta e inmaculada, se va a ver violada por los gérmenes de ese infraser que se cree en su perfecto derecho de ir esparciendo patógenos por el mundo, a lo Jack Lemmon, con faldas (o pantalones), y a lo loco.

Eso es covidizar la gripe. Eso, y mantener para siempre la distopía de aislar a nuestros familiares siete días por un estornudo, embozalar a nuestros menores mientras van al colegio y se mueren de frío para conseguir la ansiada ventilación cruzada, arruinar los últimos años de vida de nuestros abuelos pendientes de lo que digan los telepredicadores del miedo sanitario, multiplicar por 20 los índices de intento de suicidio infantil y juvenil, o blanquear la eterna deficitaria inversión en atención primaria y en una sanidad verdaderamente robusta. 

Covidizar la gripe es señalarte a ti, lector, por el colapso de la sanidad; para que no sea culpa de a quien le guste gastarse TU dinero en contratos públicos corruptos o en mandar juguetitos explosivos a Ucrania, sino porque a ti, mandangas insolidario e irresponsable, no te da la gana de pincharte el decimocuarto booster de la vacuna, y además pones el gritito en el cielo por un pase COVID que cualquiera puede obtener, que eres un egoísta que solo te quejas por no poderte tomar unas cervezas con los verdaderos humanos respetables que siguen el camino de la luz y la rectitud.

Eso es covidizar la gripe. Dejar que ganen los auténticos COVIDIOTAS. Precisamente los que se han hinchado de llamar “covidiotas” a quienes no hayan comprado el discurso del miedo sistemático. El término “idiota” procede del griego “idiotes”, como descripción de aquellos que se dedicaban a sus asuntos particulares por encima del bien común. Por eso es tan difícil desarticular a los auténticos covidiotas, porque dicen estar por el bien común cuando, en realidad, se amparan en él para defender sus fines particulares: sus neuras, sus fobias, sus obsesiones. Cortadas siempre por el mismo patrón: higienismo rayano en la histeria, y desprecio a toda forma de normalidad social.

Ni gripalización, ni covidización: descovidiotización.

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