diciembre 22, 2024 7:20 am
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La pandemia de José Mota

No es porque tenga nadie la malsana intención de tomarse a chanza la crisis sanitaria, y las crisis posteriores ligadas a ella, derivadas del estallido de la pandemia. Pero desde hace ya varios meses cualquier observador mínimamente avezado puede por su propia cuenta atisbar los continuos “cambios de portería” que se aplican a la hora de ponerle fecha de caducidad a la distopía en la que vivimos desde marzo de 2020. Cambios de portería que pueden ser más o menos legítimos, pero que parecen inspirados por el célebre humorista José Mota y uno de los comodines de sus gags, y desde fechas bien recientes también título de un espacio co-presentado con Santiago Segura: “¿Y si sí?”.

El “y si sí” hace referencia a eventos que no tienen por qué suceder; es más, que probablemente no sucederán; pero justifican comportamientos “por si acaso” se cumple el peor escenario. Habrá quien considere que eso es lo lógico frente a situaciones de extraordinaria complejidad y excepcionalidad. Pero eso justamente nos somete a la excepcionalidad y nos impide salir de ella. Hoy la prioridad debería ser recuperar cuanto antes la normalidad absoluta, no una “nueva normalidad”, procurando mantener los resortes activos por si fuera realmente necesaria una acción drástica. Desde luego, no resulta aceptable aplazar ese movimiento a la constatación de la desaparición de todos y cada uno de los riesgos que forman parte del “movimiento de porterías”. El riesgo cero no existe. Nunca ha existido. Nunca existira.

Disclaimer: no es que todos aquellos que utilizan los “y si sí” sean quienes mueven las porterías. Pero sí que quienes las mueven se hacen valer de los siguientes “y si sí”. Vamos con algunos ejemplos.

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En no pocos entornos se utiliza el concepto “escape” como una táctica casi consciente del SARS-CoV-2 para saltarse las barreras desplegadas por los procesos de vacunación e inmunidad natural. Es una trampa mortal no solo porque aplica a un virus una terrorífica capacidad de la que carece (la conciencia), sino porque hasta la fecha el “escape” forma parte de la “crónica de las excepciones”, y no, como debería ser, la “excepción a la crónica”. Sin embargo, el “escapismo inmunitario” se alimenta sobre el principio de dicho comodín: “No tiene por qué suceder, pero… ¿y si sí?”.

Se habla del coronavirus como un “enemigo formidable” con oportunidades de ganarnos siempre, dado que los procesos de transmisión no controlados generarían oportunidades para “mejorar” la eficacia de su adaptación al huésped humano. Motivo por el cual las restricciones y medidas deberían prolongarse mientras tengamos variantes de alta transmisión. Se omite sin embargo en esta exposición de “epicidad vírica” que lo esperable, desde un punto de vista hasta ahora mayoritario en la epidemiología clásica, es que esa eficacia de adaptación venga acompañada de unas tasas de letalidad y morbi-mortalidad menores, y no mayores. Pero el mandamiento pandémico actual establece que un virus más letal “no tiene por qué suceder, pero… ¿y si sí?”.

Hablando de variantes, desde la aparición de la denominada Alpha a principios de año, se vienen sucediendo varias nomenclaturas en forma de letra griega, prácticamente a razón de una por mes, con las que el relato es invariablemente aterrador, e invariablemente fallido. De todas se afirma que son más contagiosas que la anterior, y de paso más letales. Los datos hablan sin embargo de evoluciones equiparables a una “sustitución de linajes”, o de mayor prevalencia de una variante sobre sus anteriores, cuyos vectores de expansión decrecen rápidamente conforme es sustituida por la siguiente. Mientras, los datos disponibles de mortalidad sobre casos declarados (CFR) y estimados (IFR) apuntan de manera sostenida a una menor letalidad en cada nueva variante. Algo a lo que además se ha de añadir el efecto vacuna, al margen de lo que crean quienes no crean en las vacunas. Sin embargo, la línea de pensamiento dominante hasta ahora es que una variante más letal “no tiene por qué suceder, pero… ¿y si sí?”.

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A pesar de haber alcanzado una capacidad de vacunación y prevención inédita en la historia de la humanidad, algunos propagandistas del cambio de porterías alertan de la posibilidad de surgimiento de reservorios entre núcleos o segmentos de población no vacunada o sobre los que la enfermedad apenas tiene incidencia, como los jóvenes y los menores de edad. Se omite, sin embargo, que ese mismo exacto fenómeno se lleva produciendo para nuestra especie desde hace un cuarto de millón de años, año arriba año abajo. Que los reservorios de patógenos son una parte inseparable de nuestra propia historia en el planeta. Y que mal vamos si pretendemos supeditar la normalidad a la desaparición de los reservorios, ya sea en núcleos de población o en otras especies animales. Por entendernos, la tónica es que un reservorio que termine reseteando el contador de la pandemia “no tiene por qué suceder, pero… ¿y si sí?”.

Aplica lo anterior a una de las consecuencias de lo que se acaba de exponer: la convicción, casi a modo de profecía autocumplida, de que antes o después nos tocará en un plazo relativamente breve, de una o dos décadas, volver a hacer frente a una pandemia, desde luego más mortífera que ésta a la que no nos decidimos a poner punto final. ¿Por qué, señora mía, señor mío, por qué? No es una pandemia lo que se quiere anunciar con ello, sino la idoneidad de combatirla con las medidas actuales. Quizá lo que toca es redefinir el concepto de gestión pandémica, y que se parezca más a experiencias relativamente recientes como la Gripe A, el SARS, el VIH o la Gripe de Hong Kong. Por entendernos, una pandemia que requiera reventar la normalidad a nivel global y de forma simultánea “no es algo que tenga por qué suceder, pero… ¿y si sí?”.

El guiño josemotiano del “y si sí” se da en muchos elementos vinculados a la resistencia a dar por finiquitada la crisis de salud pública. El long COVID, los riesgos de vacunación baja en países empobrecidos incluso si han experimentado un impacto mínimo tras año y medio, la necesidad de “premiar” a la población con certificados de vacunación, o la exigencia inalcanzable de una cobertura vacunal del 98% de la población… mientras se lanzan continuos mensajes sobre la eficacia limitada de las vacunas. Todo, incluso los mensajes contradictorios se amparan en un “y si sí” que no solo es improductivo desde el punto de vista socioeconómico, sino incoherente desde el punto de vista sociosanitario y peligroso desde el punto de vista sociopolítico.

Mejor nos iría si dejáramos aparcados los “y si sí” para los sketch humorísticos, y empezáramos a conjugar otra expresión más afín a la racionalidad: “y si no”. Probablemente siga habiendo hospitalizaciones y defunciones, probablemente seguiremos viviendo picos a los que llamaremos “olas”, probablemente conozcamos variantes que tengan un impacto diferente al que conocemos hasta la fecha. El virus seguirá con nosotros, pero tenemos más ciencia e investigación que nunca en la historia para hacerle frente, incluso viviendo en marcos aceptables de normalidad social. ¿Volveremos a sufrir el riesgo de una crisis de salud pública como la que nos puso en jaque en marzo y abril de 2020? Frente a esa pregunta, póngase en marcha la actitud que deberíamos abordar desde ya: “ese riesgo no tiene por qué descartarse, pero… ¿y si no?”.

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