noviembre 16, 2024 8:34 am
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La deriva autoritaria del Occidente post-COVID

Lo han vuelto a hacer: que perdamos el foco del debate. Mover las porterías. Centrar todo en los pases sanitarios y los certificados COVID, en un debate maniqueo de moralización identitaria sobre las vacunas COVID y su obligatoriedad. Se pretende así que pase bajo el radar la verdadera cuestión que está sobre la mesa. 

Vacunas, obligatoriedad, pases y certificados son solo elementos necesarios para desviar la atención. La gravedad del asunto es que en el mundo occidental padecemos una pandemia paralela a la del coronavirus: la del autoritarismo. Ligar esta ola de autoritarismo a dichos elementos (vacunas, pases, etc.), permite catalogar a los críticos con las consabidas etiquetas de la ridiculización: negacionistas, antivacunas, insolidarios, egoístas, covidiotas. Nada nuevo bajo el sol. Así está establecido en los manuales clásicos de la propaganda: simplificación, exageración, vulgarización, desfiguración, silenciación. Revisen las reglas de Goebbels, si quieren.

Hay una finísima pero evidente conexión entre puntos aparentemente lejanos. Hay un hilo de identidad política entre el presidente de Francia, Emmanuel Macron, cuando advierte a los no vacunados que “esta vez se quedan en casa ustedes, no nosotros”, y la directora de salud de Nueva Gales del Sur, Kerry Chant, cuando afirma que no debemos conversar con nuestros vecinos, ni siquiera a mascarilla puesta, porque “no es el momento de ser humanos”. Es el mismo hilo que permite al “aperturista” primer ministro británico, Boris Johnson, hacer coincidir el Freedom Day con la advertencia de que ciertos placeres solo podrán ser disfrutados previo certificado de vacunación, por poner un ejemplo más.

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A las cosas hay que llamarlas por su nombre, y esa deriva tiene un nombre claro: autoritarismo. Es más: es una suerte de fascismo. Es filonazismo. Es recuperar oscuras y creíamos caducas tentaciones de colocar estrellas amarillas, o letras escarlatas, a quienes consideramos amenazas sociales. Que ya no son judíos, putas, negros, yonkis o gays. No: son los no-vacunados. Es pensarse con el derecho de inspiración divina de poder decir a una población qué hacer, cómo comportarse, dónde ir y cuándo. No, señora. No, señor. Usted es un empleado público, y además lo es con carácter temporal. Usted se debe a mí, no yo a usted. Recuerde las reglas de juego, porque si usted las rompe, yo también las romperé.

Claro que la deriva autoritaria no funciona sola. Se sostiene gracias al miedo, que empuja a la sociedad a asumir la regulación de sus vidas no como un mal menor, sino como un bien a cuidar. Miedo a la muerte. Miedo a la UCI. Miedo al longcovid, a los aerosoles, a las variantes… Miedo al miedo. Es la antesala de sociedades disfuncionales. El profesor de Historia de la Universidad de Yale, Timothy Snyder, recopiló en el año 2016 los 20 puntos clave para combatir los nuevos modos de autoritarismo. El “decálogo” se concibió para hacer frente a la administración Trump. Sorpresas te da la vida: el problema no era el elegido (que también). Resulta que éramos nosotros. Entonces y ahora. Que andamos pidiendo a gritos “un gran líder”. Porque tenemos miedo. Cada vez más.

La pregunta, dolorosa pero necesaria, es… ¿Qué (carajo) nos pasa? ¿Cómo estamos dispuestos a aceptar discriminaciones y señalamientos? El miedo nos lleva a rasgarnos las vestiduras por dramas que son “pecata minuta”, en comparación con otros que si le pusiéramos empeño serían evitables: cada cuatro días mueren en el mundo por hambre más personas que las que han fallecido en España con COVID. Es tan evitable como monstruoso. Es vergonzante. Cada. Cuatro. Días: 24 mil hoy, 48 mil mañana, 72 mil al siguiente, 96 mil al cuarto. Y no hemos parado el mundo ni exigimos a nuestros amados líderes que hagan nada de lo mucho que se podría hacer para contener esa hemorragia.

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Si aceptamos la “tiranía” es porque creemos que nuestros muertos valen más. O somos directamente incapaces de estimar el drama en su justa medida. Aceptamos el “autoritarismo” porque nos promete que seguiremos viviendo entre algodones, muertos de miedo pero “protegidos” por nuestros líderes. Aceptamos el giro “filonazi” porque “total, mañana ni nos acordaremos de esto”. Y lo que es peor: aceptamos la discriminación el señalamiento, y la suspensión de derechos fundamentales (suspensión, no limitación), porque “lo importante es la salud”. 

“Ya, pero es que es temporal, ¿no?”. Pues no. La violación del derecho no importa por “cuánto dura”. Importa por el hecho mismo de la violación. Quien acepta señalar al judío, al gay, al negro, al no vacunado, queda retratado para siempre. Eso era Nüremberg. Eso era la Europa de postguerra. Da igual cuánto tiempo dure la estrella amarilla, o la letra escarlata. Su mera existencia es inaceptable en el marco de una sociedad democrática y basada en el Estado de Derecho. Ni por COVID, ni por nada. Simplemente es un pensamiento despreciable. Propio de haraganes del derecho y de sociópatas. De aquellos a los que la libertad, en el fondo, les importa un bledo.

PD: tiene bemoles que esto lo firme no solo un vacunado, sino un convencido de la bondad de estas vacunas, y defensor de su aplicación.

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