Acomodar en el título de un artículo el spoiler de lo que va dentro de él es como llevar la penitencia en el pecado, así que no lo alarguemos más. Me la juego: no tendremos más olas COVID y en 2-3 meses la cuestión sanitaria habrá quedado al margen, si es que no lo ha hecho ya de forma efectiva. La afirmación no viene sola, sino que me permito acompañarla, y por este orden, de una disculpa, una explicación, una condición, una advertencia y un pesar. Vamos punto por punto para no perdernos.
La disculpa: “¡Dos o tres meses, menudo pitoniso estás hecho!”. Pues sí, pero frente a la insistencia permanente en las cuartas, quintas y sextas olas siempre anunciadas y nunca ratificadas, afirmar que no habrá nuevas olas no es un brindis al sol optimista, sino un desafío responsable al discurso mediático. La doble disculpa: “¡Tú qué sabrás, si no eres epidemiólogo!”. Pues no. Pero vengo con los deberes hechos.
Vamos pues con la explicación. Cruzando los datos apropiados (luego les doy detalle) es posible trazar una aproximación del número máximo potencial de ingresos en UCI que podrían darse a partir de un hito. Que de eso va esta crisis: de UCIs, de saturación hospitalaria, y no de los cantos de sirena de esa nueva religión llamada ZeroCOVID. Es una crisis de Salud Pública, no de salud individual.
Por ejemplo, ¿qué sucedería si toda la población de menos de 60 años que no ha pasado la enfermedad tampoco recibiera la vacuna? ¿Cuántos ingresos máximos podrían darse? Si el marco fuera ese, por hacernos una idea, hablaríamos de entre 70 mil y 80 mil ingresos en UCI que aún no se han producido. Dato que para los irresponsables de la escuela clickbait sería bicoca: “Calculan las UCIs que quedan por vivir, y el resultado hará que te quedes en casa”.
Sin embargo, esos 70 a 80 mil ingresos NO se van a dar. De hecho serán muchísimos menos. De entrada, porque con las vacunas a toda velocidad, ese escenario solo podría darse si en cuestión de días se produjeran más de 26 millones de contagios, de los que unos 11 millones serían notificados y el resto serían asintomáticos puros. Y algo así jamás sucedería incluso si estuviéramos en régimen de “vieja normalidad”, es decir, con todo abierto y sin ningún tipo de restricciones ni medidas. No se producen 26 millones de contagios en un abrir y cerrar de ojos, por mucho vendedor de medidores de CO2 que nos quiera asustar con sus teorías sobre los aerosoles.
Pero es que además el rango de 50 a 60 años ya está siendo vacunado, y lo estará parcial o totalmente en cuestión de semanas. Eso supone reducir a la mínima expresión los aproximadamente 50 mil ingresos potenciales en UCI que se podrían adjudicar a dicho rango. Y para mediados del verano cabe estimar una amplia vacunación del rango 40 a 50 años, lo que es tanto como fulminar el riesgo de otros más de 15.000 potenciales ingresos. Antes del final del verano, nos quedará un total de población de riesgo de UCI de algo menos de 6.000 ingresos. Que sí, que es, que sigue siendo mucha UCI, que ojalá no fuera ninguna. Pero es mucho menos que el titular jugoso de los 70 u 80 mil, ¿verdad? Es lo que es: el final por correo urgente y certificado de la crisis sanitaria.
Además de estos datos, juegan en favor varios factores, siendo el principal la estacionalidad. Llegamos a meses en los que la circulación del virus se desploma, como ya se pudo ver en 2020. “Es que en 2020 no hubo verano normal”, me dirán. Eso es verdad ma non troppo. De hecho, hasta las restricciones de nuevo cuño de octubre, fue la época de mayor “normalidad” de los últimos 15 meses. Y se torció por los brotes en esa puerta de atrás de nuestras “civilizadas” economías, llamadas casi siempre explotaciones agrícolas de temporeros sin perrito que les ladre, e industrias varias de dudoso interés por la salud de sus trabajadores. O sea: no por el ocio, no por los botellones, no por el turismo… Que ya está bien que carguen la culpa de nuestros estercoleros de “país desarrollado”.
Hasta aquí la explicación. Vayamos con la condición: las variantes, cepas, mutaciones y todo tipo de nombres asustaviejas que se quiera dar a una peculiaridad sine qua non de los virus: un virus, cualquier virus, evoluciona. Hay que observarlas, sí. Pero hemos tenido variantes ya de todos los colores y procedencias: californiana, sudafricana, británica, india… Todas han permitido contar historias de terror sobre contagios, mortalidad y escape a las vacunas. Todas han demostrado hasta la fecha ser un bluff. Por tanto, sin dejar de prestarles atención, tengamos esto presente.
Prosigamos con la advertencia, a raíz de eso: hagan los medios su papel, que es informar. Con la responsabilidad y la deontología que, salvo honrosas excepciones, han brillado por su ausencia en estos 15 meses. Utilicen más evidencias y menos historias para no dormir, dejen de llevar a la pequeña pantalla a expertos que sistemáticamente han fallado en sus apocalípticas predicciones, y dejen de publicar sonrojantes encuestas infantiloides sobre si podremos decir adiós a las mascarillas al aire libre. Podemos, por supuesto que podemos, y además desde hace mucho tiempo.
No solo podemos. Es que debemos. Y ese es el pesar. El miedo a que como sociedad seamos aún más torpes para recuperar la normalidad de lo que hemos sido para perderla. Hemos corrido como nunca antes a los brazos de “mamá obligación” y “papá prohibición”, escurriendo el bulto para no asumir responsabilidades colectivas desde el ejercicio de las libertades. Un ritual, casi un mantra, que se ha repetido en sociedades acostumbradas a vivir entre algodones y a las que nunca les ha faltado de nada. Fáciles de asustar.
Con todo, el pesar no me quita el sueño. Las 135.000 personas que abarrotaron el pasado fin de semana las gradas de la cita con la Indy Car en EEUU son la mejor muestra de que, como dice un buen amigo, cuando nos vuelvan a poner jamón de bellota en el plato nos acostumbraremos a él con rapidez y, si me lo permiten, incluso con una sana avaricia. Y toca. En cuanto se supere la “crisis sanitaria”, toca deshacer la madeja. Las maracas de Machín del ZeroCOVID no pueden dictaminar cuándo recuperar la normalidad. No nos podemos permitir perder ni un solo día más de nuestras vidas. Ya ha habido bastante.
Nota final: los datos del estudio sobre máximo de UCIs previsible proceden de la pirámide poblacional española, las estimaciones sobre la tasa de letalidad (IFR) de los Centros para el Control de Prevención de Enfermedades (CDC) norteamericanos, y el último informe periódico del Instituto de Salud Carlos III, entidad de referencia de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (RENAVE). Su cruce por rangos de edad permite realizar proyecciones sobre porcentajes de asintomáticos, IFR relativa, notificaciones de positivos e ingresos en UCI.