A la anormalidad de la era COVID le quedan dos telediarios, se pongan como se pongan quienes han hecho de su capa de restricciones un sayo de normativas, así como quienes las han espoleado o consumido en los medios de comunicación mainstream. Desde el punto de vista sanitario es matemáticamente imposible que se reproduzcan las condiciones por las cuales el mundo occidental al unísono decidió cancelar sus vidas: no habrá más colapsos hospitalarios por COVID.
Al menos, no con las variantes hasta ahora conocidas.
Al menos, si es con el impacto sanitario que hasta ahora hemos venido conociendo.
Cosa distinta es que el retroceso que hemos experimentado como sociedad nos haya conducido a un punto de no retorno, por el que vamos a pasar décadas admitiendo todo tipo de restricciones y medidas de virtuosismo higienista con tal de “proteger la salud”. Creo que no se dará el caso, pero el riesgo existe. Y algunos pondremos cuanto esté al alcance de nuestras manos para conjurarlo, como llevamos haciendo meses.
Hemos aceptado que estar saludable deje de ser una opción personal, y hemos edificado una iglesia con dioses amorfos. A falta de mayores problemas, queremos vivir 150 años y a ser posible en buenas condiciones. Padecemos el mito del eterno Peter Pan. Ese mito solo se combate de una forma: ganando la batalla de la opinión pública.
Toca construir un relato alternativo al que hemos consumido de forma “enfermiza” (qué apropiado) durante los últimos 16 meses. Hemos estado dispuestos a todo con tal de proteger la salud, incluso convertirnos en una copia rancia de mercadillo barato de los valores que nos sustentan como sociedades avanzadas. Hemos aceptado la delación a cargo de los policías de balcón, la suspensión consensuada de derechos y libertades constitucionales, y la imposición de medidas de protección que aniquilan la interacción social, principio fundamental del crecimiento y la evolución como individuos y como pueblos.
Todo lo anterior, a pesar de las evidencias incontestables del desacierto o incapacidad de la inmensa mayoría de esas medidas y restricciones. Y que saldrán a la luz como no puede ser de otra manera en sociedades libres. Haber fallado en la imposición de medidas que se dicen a sí mismas “sanitarias” no puede pasar en unos años a la historia reciente como una versión postmoderna del errare humanum est. Todo poder conlleva una responsabilidad, y la aprobación de medidas excepcionales desde el poder supone, también, tener el coraje de afrontar las responsabilidades de haberlas impuesto.
La fiscalización ha estado ausente en donde se supone que debe estar: en los agentes económicos y sociales, protegiendo a la vez a negocios y a millones de trabajdores; pero también en el llamado “cuarto poder”, con puntuales excepciones; y de forma muy tangencial en la Justicia, que al menos ha sido capaz de parar intentonas de folclore regional de prolongación sine die de toques de queda y medidas propias del Medievo.
Toca redefinir al completo ese panorama. Para que haya un revulsivo en todos los ámbitos de decisión política, jurídica, económica y social. Toca sacudirnos el “papo” de una vez, y dejar de vivir con la morfina de la serie de Netflix de turno, con la modorra de los ERTEs que perpetúan una economía comatosa, y con el cuento de hadas de ser campeones mundiales de sostenibilidad, inclusividad y resiliencia. Toca salir a pelear. A cara de perro. Toca salir a enfrentar la vida con hambre, con avaricia y con ganas de comernos el mundo.
Y toca, si procede, pasar factura. Precisamente para conjurar riesgos. Para ser una sociedad libre que asume con entereza sus responsabilidades. Para investigar si ciertas decisiones se basaron no en criterios científicos, sino políticos. Y entendiendo “políticos” no como alocadas teorías de la conspiración, sino como corresponde a nuestro contexto social: que nadie pueda afear a un gobierno que no reguló hasta la última gota de nuestras vidas, “por si acaso”.
Para que todo eso sea posible, hacen falta filántropos.
El por qué y el para qué los veremos al detalle, si ustedes quieren, en esta misma página, dentro de dos semanas. Les espero. Intentaré que valga la pena.